jueves, 11 de noviembre de 2010

El payaso de los zapatos rojos

Llevo varios días queriendo comentar que ya está bien, hombre; que diecisiete siglos de oscurantismo bien merecen un laicismo agresivo… o, ya puestos, algo más. Pero es que estoy aburrío, tío. Y no tengo ganas de ná.

Es que estar aburrío es otra categoría. Estar aburrío es estar aburrido y, además, cansado y sin fuerzas para replicar; algo así como derrotado. Porque entonces, si se me ocurre asumir que diecisiete siglos de oscurantismo bien merecen un laicismo agresivo… habría que ponerse a explicar por qué. Es decir, por qué diecisiete siglos y no dos mil años de fundamentalismo; y ponerse a justificar por qué la sotana es lo oscuro, lo triste y lo restrictivo; por qué el alzacuellos y la vieja tonsura me perecen los símbolos de la mayor estafa histórica que los hombres han construido y mantenido…

…pero es que no tengo ganas, tío. Otro día, ¿vale?


Y, otra cosa, lo de payaso de zapatos rojos… eso es una cosa verídica que me contó un amigo —Alfonsito creo que fue—, que resulta que un niño virginal, es decir, incontaminado todavía, cuando vio en la tele al Papa Ratzinger, con sus ropajes, sombrerito y zapatos, preguntó con toda su inocencia: ¿Mamá, quién es ese payaso?

Pues eso… que tampoco tengo ganas de añadir nada más.

Y me voy a ver Tele 5, a ver si termino de idiotizarme de una vez. ¡Puñetas!


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