jueves, 13 de mayo de 2010

El ajuste de Zapatero y el Cardumen

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
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En su momento, cuando el dictador firmaba su última sentencia de muerte, cantar este poema de León Felipe por las calles de Sevilla suponía un granito de arena para desmontar los cuentos. No saber muchas cosas, pero decir lo que se ha visto era preparar a la audiencia para un estacazo demoledor…
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Hoy, con la crisis económica que azota el país y al globo, sigo sin saber muchas cosas, es verdad, pero podría asegurar que nos siguen adormeciendo con cuentos… me atrevería a decir que nuestros políticos —locales, nacionales y globales— no son sinceros, que nos cuentan mentiras y medias verdades para que sigamos ignorantes, felices y sedados.
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Los políticos y sus políticas parecen una hoja en mitad de un huracán que no pueden gobernar. La economía global es un capitalismo salvaje, desbocado e ingobernable; es uncardumen de ambiciones sin rostro y sin alma que cambia de dirección al margen de la voluntad de algo o alguien… un error informático, un rumor o una falsa noticia es suficiente para destruir el bienestar de regiones del planeta porque el cardumen de capitales va y viene sin control. Todo fluye al margen de las políticas tradicionales… aquí, en el globo, no gobiernan los políticos que nos molestamos en votar cada cuatro años, aquí gobiernan los fondos de inversión, la compra-venta virtual, la necesidad de cumplir con los intereses que prometieron a los jubilados suecos, chinos, españoles, japoneses o rusos… todos somos culpables, en nuestro nombre se compra y se vende humo en una pompa de jabón, hasta que revienta.
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Y cuando revienta la pompa y las consecuencias detienen la mastodóntica rueda de la economía real, los economistas globales —léase Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y el futuro Consorcio Europeo, defensores de las leyes del mercado como únicas leyes del universo humano— vuelven la vista a los políticos de a pie, esos personajes que elegimos cada cuatro años, para que apliquen las recetas de su ortodoxia y evitar que la economía se detenga totalmente. Es decir, para que los gobiernos locales apoyen a los bancos con dinero de todos, y para que inyecten dinero público en determinados sectores productivos. De forma que se evite el colapso total de la economía… Es lo que han hecho todos los países…
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…con lo cual aumenta el déficit de los Estados. Con lo cual aumentan los bandazos delcardumen especulativo que picotea allí donde huele a cadáver. Con lo cual ningún país es seguro y la economía se tambalea cada vez más. Con lo cual se hace indispensable reducir el déficit de los Estados para que el cardumen sin alma busque mordisquear otra carroña…
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Por eso Zapatero —y Grecia, Rumanía, Irlanda, Italia, Inglaterra, Portugal, etc., etc., etc.— aplica el Plan de Ajuste. Que es un plan de ajuste estándar, pura ortodoxia capitalista (reducir el Estado a la mínima expresión: ahorrar en bienestar y favorecer que los servicios del Estado caigan en manos del negocio privado). Ya no tenemos alternativa. Para la ortodoxia capitalista, las personas son un molesto asunto colateral y las políticas sociales un obstáculo. Cualquier gobierno ha hecho, hace o hará prácticamente lo mismo, y las diferencias solo serían cuestión de matices. Por eso Rajoy se porta de forma miserable, porque haría exactamente lo propio y, aún así, se solaza en usar la crisis en beneficio de su partido.
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Los políticos apenas gobiernan. Aquí manda el cardumen, la búsqueda de intereses por encima del bienestar de las personas… es la esencia del sistema capitalista que ha vencido, su alma, que es un alma ponzoñosa. Tal vez tengamos lo que nos merecemos.

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