viernes, 5 de marzo de 2010

No tienen alma



No tienen alma. Los teóricos del capitalismo salvaje, los propios capitales y los especuladores que los manejan, vuelan de un punto a otro del planeta buscando beneficios inmediatos. Vienen a ser como nubes de estorninos o cardúmenes de peces que cambian de dirección al unísono, sin saber muy bien cómo ocurre; sin que nadie los dirija... aparentemente. Y cuando llegan, picotean a la víctima hasta dejarla en los huesos, moribunda, a su merced…

No les mueve el menor de los sentimientos porque ni los capitales, ni los especuladores, ni los teóricos friedmaniacos tienen alma… van allí donde los beneficios son grandes o donde las expectativas de negocio son mayores, como los buitres a la carroña. No lo pueden evitar, son así. Y sus víctimas ya no son empresas en dificultades, son los estados que se resisten a entrar de cabeza en el juego del capitalismo más montaraz; son los estados que entorpecen el libre mercado y se inmiscuyen en las leyes que lo regulan. Los estados que no entren voluntariamente en el paraíso globalizado, serán fagocitados por los capitales sin dueños y sin alma.

Sí, hay un cierto comportamiento darwiniano en la economía capitalista que gobierna el mundo. En la naturaleza, los ecosistemas aislados reequilibran las poblaciones inevitablemente; y en el mundo real, los teóricos de la secta económica capitalista —herederos de Friedman y su Escuela— aseguran que, en cualquier país, el simple mercadoes capaz de autorregular los parámetros básicos (oferta, demanda, inflación, desempleo…) hasta llegar al equilibrio adecuado, en lo económico y en lo social. El problema es que las víctimas empobrecidas durante el proceso no son importantes, solo son daños colaterales. El problema es que las víctimas del reequilibrio económico somos los de siempre, los de la base de la pirámide… Ellos, los que diseñan estas políticas económicas son las élites que nunca pasarán estrecheces, ni les faltará un techo, ni comida, ni se mancharán de barro las manos. Los que diseñan estas políticas —es decir, los que dicen que hay que poner patas arriba el Estatuto de los Trabajadores y quieren el despido libre (le llamen como le llamen), los que buscan privatizar el estado para enriquecerse en la venta, y los que pretenden que las leyes del mercado sean las únicas que distribuyan la riqueza— estos valientes que dicen buscar la solución a la crisis con este tipo de medidas nunca perderán sus privilegios… son la nueva aristocracia del mundo globalizado. Los que aún tenemos la oportunidad de votar —si es que eso sirviera de algo—, nunca deberíamos elegir a los que pretenden imponer estas políticas; lo nuestro sería buscar hombres que defiendan políticas económicas humanizadas y eviten que las leyes del libre mercado gobiernen a los hombres. Pero, me temo que el mundo va por los derroteros que diseña esa nueva aristocracia económica, sus voceros y sus intelectuales a sueldo.

Y lo que pasa con estas situaciones es que al final, tarde o temprano, el pueblo enfurecido y pobre monta una revolución para cortar nobles cabezas… y, encima, se quejarán (...las nobles cabezas, digo)


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