martes, 30 de marzo de 2010

Fotos furtivas: La Cantina del Titi

La vida está de hecha de momentos. Y los hay muy buenos. El sábado, sin ir más lejos, en la Cantina del Titi ocurrió uno de esos buenos y sencillos momentos. Es el güichi más cutre de la Casería de Osio, un lugar de la costa oeste de la Vieja isla de León, que no se sabe muy bien cómo resiste todavía el embate urbanístico. El güichi se levanta sobre una antigua bateríaconstruida poco antes de 1810 para ofender el avance francés durante la Guerra de la Independencia, y estuvo artillada con cinco cañones navales de a 24 libras… la cantina está construida con recortes y materiales de fortuna, y sirven fundamentalmente pescaíto frito. Si a esto sumamos la mañana primaveral y la compañía de buenos amigos, el momento pintaba estupendamente. Fueron unas papas aliñas, unos pimientitos fritos, huevas fritas con mayonesa, una de chocos y cervezas… Y una conversación amable y relajada…

…la chica de la gorra blanca se parecía mucho a Angeli, la niña que amé a los diez años. Y se sentó en la mesa contigua, casi en la orilla, donde la marea menguante había dejado hacía muy poco su huella húmeda. Nunca he entendido cómo es que las chicas guapas siempre van con maromos ordinarios —aunque, para ser justos, la realidad es que a mí me parecen maromos ordinarios, no es que lo sean—. Y le lancé fotos furtivas, como el que caza momentos… sus momentos, sus risas. De no ser por estas instantáneas se habrían perdido para siempre. Tal vez perdurarían unos días en el recuerdo del maromo… pero poco más.


— Mira qué foto furtiva, Geni — le dije a mi amigo al tiempo que le pasaba la cámara —. Es guapa, ¿verdad?

— Sí, es monísima la chiquilla. ¿Dónde está? — dijo levantando la cabeza y buscándola con la mirada. Luego dijo:

— La podrías titular “La chica que se quería comer una rosca”.

— Pues mira, no estaría mal… pero no es una rosca, es un pico de pan, hombre.

— ¡A ver, a ver! — pidió mi compi de la vida cuando oyó que la cosa iba de chicas guapas y no nos estábamos refiriendo a ellas dos…

— Pues yo no sé, bo-ni-to — dijo después de estudiar el material —. Me parece que te estás convirtiendo en un viejo verde: ¡solo fotografías jovencitas!


Je, je, je. No lo pensé ni un segundo. Me lo había puesto a huevo:

— Bueno — le contesté con el mismo retintin —, el día que me dedique a fotografiar jovencitos guapos te vas a enterar, bo-ni-ta.


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