lunes, 28 de diciembre de 2009

Fotos furtivas: ¡INOCENTE, INOCENTE!



28 de Diciembre: La inocencia de un niño enternece al adulto, y lo desarma. Mi compi de la vida diría que la inocencia lo convierte en comestible, y que por eso hay que comérselos cuando aún son pequeños. Es lo mismo que estaría pensando mi amiga Marbelita de su nieta Reyes, de casi tres añitos…

“…esa maravillosa época en que los niños se lo creen todo y se asustan de todo. Me fascina la cara que pone cuando le paso la peli de Blancanieves, y desde el principio me dice: ‘Abuela, ahora viene la buja’. O cuando le pongo la de Cenicienta y dice: ‘¿Dónde están las hermanas malas?’. Los pobres se creen a pies juntilla todo lo que les contamos, todo lo que ven... ya sea bueno o malo”

Decíamos en ese post anterior que durante un tiempo la realidad y la fantasía conviven en los niños en el mismo plano de existencia, pero que el tiempo, la experiencia y la educación nos aclaran estas cosas… excepto en lo referente a dioses, ángeles y demonios, que nos los siguen manteniendo tan reales como un plato de macarrones. Por eso el comentario de Maribel resulta demoledor…

¿Qué pasaría si dejamos creer a Reyes en la existencia real de su buja para el resto de la vida? Es decir, ¿qué pasaría si sus mayores, sus educadores, los sacerdotes y toda persona con algún ascendente moral sobre la niña le hiciéramos creer en la realidad de la buja de Blancanieves, y que como no se porte bien saldrá por la noche de su armario para pincharla con su verruga?

Lo creería. Y con ello habríamos creado otro despropósito de ser humano…

Algo hay en los seres humanos que nos predispone a creer cualquier cosa, por irracional que sea. Sí… algo de esa confusión infantil queda latente en el adulto y le predispone para aceptar cualquier tontería como algo real. Y seguramente el hecho de que muchos se empeñen en mantener la presencia real de dioses, ángeles y demonios no es ajeno a este despropósito de educación colectiva y a la tendencia que tenemos a seguir creyendo en absurdos.

¿Hasta cuando tenemos entonces que mantener las apariencias de respetabilidad delante de estos manipuladores de la realidad que buscan un mejor control de los individuos? Dicho con palabras más claras: es una soberana vergüenza que sigamos escuchando las palabras de todos los clérigos de todas las religiones; y, lo que es peor, es una vergüenza que sigamos rindiéndoles pleitesía como si por el solo hecho de ser clérigos fuesen respetables.

Hay días que siento mucha vergüenza ajena, la verdad.




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