martes, 10 de febrero de 2009

Esto es Cádiz


Para los monjes benedictinos la hora sexta era un periodo de descanso y mediación. De ahí derivó la siesta… En Cádiz —y en otros muchos lugares sabios—, la hora de la siesta es sagrada, y convierte la ciudad en laberinto de calles silenciosas y solitarias…
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El comerciante ni se molesta en cerrar su comercio. Simplemente apila tres sillas en la puerta y se mete en el chiringuito de al lado, pide un cafelito a Tomás y dormita con la cabeza apoyada en la pared, boca semiabierta y ronquido casual... al final se lo toma frío.
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Y pasado el peor momento de somnolencia, un señor se asoma a la ventana y respira el aire salino que corretea por las callejuelas del viejo Pópulo, por donde fenicios, romanos, árabes y cristianos construyeron la ciudad más primitiva y forjaron todo un carácter…
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Durante la siesta de Cádiz, el único ser vivo parece ser este lazy beggers que me pide 278 euros por dejarse hacer una foto. Y me asegura que es un tío sincero… que se deja de tonterías, que no tiene ni mujer ni niños que cuidar; que no está parado ni le han echado de astilleros ni de Delphi… No, a él lo que le gusta es vivir en la calle, comer en los comedores benéficos, beber cerveza, vino y, cuando las propinas son generosas, fumarse un porro de vez en cuando.
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¡Sí, señor, esto es Cádiz, con un par!

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