miércoles, 12 de noviembre de 2008

Viaje de vuelta. Villajovita, la patria noble



VIII Semana Cultural de la Casa de Ceuta en Cádiz
22 de Octubre de 2008

Ese día, a mis paisanos les pedí un aplauso para doña África Ponce, la primera niña que nació en 1915, en un caserón que llamaron Villa Jovita, en el campo exterior de Ceuta, entre las murallas Merinidas y del arroyo de Fez. Doña África nació caballa, y pasados muchos años lo sigue sintiendo; y se emocionó cuando enseñamos su foto con ese vestido blanco; una imagen de 1931, de cuando esa chiquilla encantadora fue Miss Ceuta. Pues ahí estaba, a sus 93 años, en primera fila del salón de la Casa de Ceuta en Cádiz, y tan guapa como entonces porque sonríe mucho. Y la miré mientras recibía su aplauso, y seguía sonriendo como una chiquilla. Sólo por esa sonrisa merece la pena el esfuerzo que despliegan Silverio y su grupo de amigos...
Ese día les hablé a mis paisanos de lo pequeña que es Ceuta si la comparamos con el mundo; y les dije que nadie es mejor ni peor por haber nacido en Ceuta ―o en cualquier otro lugar del mundo―; que haber nacido allí no nos convierte en seres especiales, ni nos proporciona más o mejores derechos. Somos tan iguales como cualquier otro ser humano... pero Ceuta, por su condición de Isla fronteriza, nos cubre de un barniz cultural que nos introduce en un grupo humano con señas de identidad propias y reconocibles. La cultura que recibimos en la tierra es un parámetro que nos marca, y en esto CEUTA tiene alguna singularidad.

Y les dije a mis paisanos que tal vez lo más característico es que Ceuta se nos queda pequeña y que, tarde o temprano, nos deja marchar en una diáspora vital. Les dije algo que todos sabemos: que en algún momento tomamos un barco y alguien nos dice adiós desde el muelle, con un pañuelo en la mano y una lágrima en los ojos. Y allá nos marchamos hacia el norte, a ver quépuñetas hay detrás de Gibraltar, más allá del horizonte de la niñez, ―parafraseando al enorme cantautor ceutí Carlos Bernal―… Para muchos esa marcha supuso un auténtico viaje iniciático y una despedida total del pequeño pueblo. Ese cambio marca el inicio de otra vida porque hubo entonces que viajar y comprobar que la mejor puesta de sol no tenía que ser necesariamente la que vimos desde San Antonio, y que el ombligo del mundo no es Ceuta, ni Hadú ni Villajovita ni el Morro. Que existen millones de otras tierras y que cada una es tan bella como nuestra pequeña patria noble. Y aprendimos en ese momento una oportuna lección de humildad. Tuvimos entonces que dedicarnos a trabajar y a ser útiles. Y conocimos gente nueva, personas que no vivieron en una isla fronteriza, tan singular. Y hubo que buscar un compañero o compañera, y tener hijos tal vez, y verlos crecer…
Y cuando el tiempo pasa, y los hijos se marchan, y en lo profesional ya lo hemos dicho casi todo; cuando la vida está en parte masticada, es entonces cuando empezamos a VOLVERa casa. Es cuando volvemos la mirada buscando la verdadera patria noble del hombre: las calles empedradas o embarradas de la niñez.

Y entonces conté a mis paisanos cómo un grupo de niños y niñas de barriada, cincuentones ya, viajamos de nuevo a las calles empedradas de Villajovita, el pequeño barrio ceutí que discurre entre las Merinidas y el arroyo de Fez... allí donde en 1915 nació una niña rubia de ojos azules, la misma que 16 años más tarde, en 1931, sería Miss Ceuta. La misma chiquilla que me escuchaba en primera fila, con los ojos muy abiertos, noventa y tres años... y sonriendo.

Y eso no tiene precio.

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