sábado, 26 de julio de 2008

La inmensidad de los tesoros estancados


El homo sapiens venido a menos ha visto tesoros estancados en majestuosas iglesias católicas. Y ha contemplado, rendido y asombrado, la grandiosidad de los templos que el ansia de poder construyó para mayor gloria de la clerigalla dominante desde el siglo IV hasta prácticamente nuestros días. Y lo que he visto sólo es una pequeña parte de la inmensa ostentación que han levantado a lo largo de estos siglos. Y digo inmensa ostentación de la clerigalla porque no creo que los dioses necesiten ostentar nada... ya son inmensamente poderosos por definición, ¿no?

Y sentado en un banco, en mitad de una iglesia, absorto y maravillado en la contemplación de una gigantesca cúpula pintada con dantescas imágenes de los suplicios del infierno ¾¡madremía, que obsesión con asustar al personal!¾ me imagino a la gente del pueblo llano absolutamente anonadada y aplastada ante la contemplación de la grandiosidad de cualquier catedral gótica. Me refiero a la gente que durante toda la historia no tuvo donde caerse muerta; al pueblo que no tenía acceso al conocimiento porque ni a la iglesia ni a sus conmilitones les interesaba que conocieran; al pueblo que sólo era sujeto de servilismo, y al que, en su obligada condena a la ignorancia, era sumamente fácil hacerle creer que su destino era obedecer; al pueblo que era carne del adoctrinamiento más inmisericorde que se pueda imaginar... a ese me refiero, a nuestros antecesores, padres y abuelos, todos ellos convencidos creyentes sin opción a no serlo.

Servidor los imagina en los siglos oscuros (y en los siglos de las luces aún peor) cayendo de rodillas ante la contemplación de una vidriera gótica con un Satanás rojo pinchando elculo de un pecador para echarlo en las llamas eternas. E imagino la convicción más profunda que emana del pobre hombre: Dios existe inevitablemente. ¿Cómo no va a existir? Si yo vivo en una choza mísera,¿quién si no Dios vive aquí?

Sí... sentado en un banco, en mitad de una iglesia, absorto y maravillado en la contemplación de una gigantesca cúpula, la pregunta surge inevitablemente:

Si dios es un ser infinito en todos los atributos humanos imaginables ¿para que quieren los dioses esa indecente ostentación?

Pero no, amigo, no nos engañemos. La pregunta no está correctamente planteada porque los dioses no quieren nada, los dioses simplemente no existen, igual que no existe el Ratoncito Pérez. La pregunta correcta sería esta otra:
¿Para qué ha querido la clerigalla ostentar tanto poder plasmado en templos imperecederos? ¿Para qué tanta riqueza y tanto arte acumulado y estancado en sus templos? ¿Para qué cosa decente? ¿Para qué?



Una cosa sí hay que reconocer a la clerigalla: implicar tanto esfuerzo en la creación de esas joyas del genio humano a la postre ha contribuido al desarrollo de la ciencia, de las técnicas y de las artes... Eso sí, aplicadas, por supuesto, a la ostentación de su poder. Pero, sea como sea, ahí está el arte religioso como una demostración del genio humano. Y ante esto surge otra cuestión... si en lugar de apostar por el desarrollo de la superstición religiosa ¾en forma de templos imponentes y obras de arte eternas¾ los hombres hubieran apostado por la ostentación de la razón y de las ciencias humanas, ¿qué civilización tendríamos ahora...?




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