martes, 15 de enero de 2008

Mi gente sorprendente: Miguelín Manteca Verde

Nunca pensé que moriría. A pesar de su cáncer, de la operación y de la químio; a pesar de que cada día estaba más débil y de los sufrimientos que callaba… a pesar de todos los indicios, jamás pensé que lo perderíamos. Los padres SON eternos en la mente del hijo. ¿Y ahora qué? ¿Qué me separa de la muerte y quien me ampara?

Hace ya más de cuatro años. Esa madrugada en blanco la pasé en seco… apenas una lágrima cuando me abrazó mi primo Alberto. Apenas una lágrima por un padre… aún no entiendo cómo se quedaron todas dentro. Pero soy lo que soy gracias a él y cada día que pasa, a pesar de todos los silencios que compartimos, me parezco más a él. Y es un orgullo que eso ocurra.

Durante la misa subí al estrado y conté a los amigos y familiares una historia que nunca he llegado a escribir. La recuerdo palabra por palabra porque pasé esa madrugada pensándola una y otra vez. Les dije desde el altar:

Casi todos sabéis que a mi padre le decían Miguelín. Lo que seguramente no sabéis es que algunos también le conocían como Manteca Verde. Veréis, hace ya muchos años, en la dura posguerra española, Mariquita era una guapa jovencita de 16 años —Mariquita, ahora con 75 años, dejaba resbalar las lágrimas desde la primera bancada—.


Miguelín Manteca Verde y Mariquita / 1949, recién casados

Todas las tardes, cuando terminaba las faenas de la carnicería —su padre tenía una en la plaza Azcárate— salía a la puerta y se apoyaba en el quicio para ver pasar a la gente. Y todas las tardes, a la misma hora, pasaban tres jóvenes enchaquetados, guapos y con bigotito al uso, que la miraban a punto siempre de lanzarle alguna frase… Y una tarde lo hicieron. Se acercó el primero y pregunto a la azorada Mariquita:

— Señorita, ¿tiene manteca blanca?

— No, lo siento hasta el viernes no la sacamos.

Se le acercó el segundo y le preguntó:

— ¿Y manteca colorá? ¿Tienen manteca colorá?

— No. Es que hasta el viernes no hacemos matanza.

Y entonces el tercero, por entre los hombros de los dos primeros, se asomó y preguntó con toda la guasa:

— ¿Y manteca verde? ¿Tenéis manteca verde?

En ese justo momento, el de la guasa sintió la pesada mano de su futuro suegro en el hombro; que le dijo con retranca:

— Joven, cuando quiera algo, no se quede en la puerta, entre.

Desde entonces, como podréis imaginar, Miguelín se convirtió en el Manteca Verde. Os cuento esto porque, tal vez, los hombres no mueran del todo mientras queden amigos que le recuerden, amantes que le lloren, hijos que le añoren… ¡qué se yo! Pero ahora que conocéis la historia del Manteca Verde, tendréis otro motivo para recordarle. Un fuerte abrazo para todos.

Desde la cuarta bancada, Ángela, la de los pelos rizados, inició un aplauso.



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