viernes, 19 de octubre de 2007

El apóstata

Flavio Claudio Juliano fue un notable, aunque poco conocido, emperador romano posterior a su tío Constantino. Juliano, hombre de basta formación, intentó que el imperio romano abandonara el cristianismo como religión oficial para regresar al paganismo tradicional… pero, como sabemos, y venimos sufriendo, no lo consiguió, de ahí que los historiadores posteriores, los que vivieron en el cristianismo, dijeran lindezas del apóstata Juliano.

Imagen extraida de wikipedia, gracias.

El cristianismo, en cualquiera de sus versiones, se las apañó para ir aliándose con el poder político de turno —jugando como siempre a las dos bazas posibles— para salir airoso de cada jugada. Dos mil años de cristianismo han forjado nuestra historia y todos los aspectos de nuestra vida… Pero afortunadamente, a pesar del omnipresente poder que ejerció sobre la organización civil de los pueblos, a pesar del asfixiante filtro que aplicó al progreso de la ciencia y la cultura escrita, en occidente hemos conseguido sobrevivir con dignidad y es ahora cuando empezamos a observar el mundo y a diseñarlo libre y fresco, desde una perspectiva abierta y laica.

Ayer fue un buen día para recordar al bueno de Juliano. Ayer, 18 de Octubre de 2007, la Audiencia Nacional española pronunció una sentencia a favor de Manel, ciudadano de 41 años que quiere ser apóstata, como Juliano. Es decir, quiere dejar de ser católico oficialmente, o sea, que las autoridades eclesiásticas tomen nota formal de su voluntad. Pero no lo conseguía porque las autoridades eclesiásticas NO consentían en anotar al margen de su hoja de bautismo la voluntad de Manel de salir del censo de católicos. Lo que se pide no es que arranquen la hoja, sólo se pide una anotación al margen. Pero ni eso. De hecho, el Arzobispado de Valencia —el mismo que propone beatificar a más de cuatrocientos mártires curas asesinados en la guerra civil— está estudiando la sentencia "con el objetivo de presentar un recurso de casación ante el Tribunal Supremo"

Sigo pensando que la iglesia y su casta sacerdotal siguen sin entender que la mayor o menor presencia en la sociedad democrática no está en un abultado censo de ciudadanos bautizados sin su consentimiento, la verdadera fuerza radica en el voto libremente expresado, otorgado a representantes de partidos políticos que se ofrecen a defender el voto recibido sin la doble obediencia que los obispos exigen a sus bautizados.

Repetimos una vez más: La religión debería ser una cuestión personal y privada... la vida pública es para cosas serias.



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