domingo, 23 de septiembre de 2007

Las edades del hombre

Hace dos días recibí una llamada telefónica de don Antonio Aróstegui Megías. Nunca antes me había llamado; y tampoco tenía por qué hacerlo. Fue mi profesor de filosofía en Ceuta, en los cursos de 6º y PREU.

Por entonces yo era un alumno invisible, no destacaba en nada, y, además, entre mis compañeros los había con una personalidad arrolladora. La última vez que nos vimos corría el año 1969 por eso no creo que don Antonio se acordara de servidor para nada. Pero recibí su llamada al cabo de esos treinta y ocho años y me emocionó por su atención y porque habló largo y tendido, y muy bien, de Crónicas de Villajovita... y esas inyecciones de moral se agradecen, máxime cuando llegan de personas como don Antonio, el viejo profesor que me enseñó qué cosa era un estoico... (Perdonad este derroche de AutoNoSeQué, pero se lo tenía que contar a alguien)

A propósito de estoicos, hace pocos años le hice una pregunta a mi hijo Alejandro, que a sus doce años era un chico que creía saberlo todo...

- Alejandro, ¿tú sabes que es un estoico?
- Pos claro – contestó muy seguro- Estoico es uno que juega en el barsa...

FALTA FOTO

Pos eso: Alejandro, producto LOGSE

El caso es que en un momento de la conversación, don Antonio ninguneó uno de mis comentarios, y desde sus ochenta y cinco años me dijo: a los 55 estás empezando a vivir, hombre... ¡Es verdad, todo es tan relativo!

Sin embargo, lo más probable es que servidor ya tenga más tiempo vivido que por vivir... y el bagaje de los recuerdos se hace más notable frente a las expectativas de futuro. Dicho de otro modo, atesoramos muchos recuerdos... y nos sorprendemos demasiado a menudo evocando otros momentos...

FALTA FOTO
Aporrear puertas y salir corriendo era emocionantísimo...

- ¿Te das cuenta, Nene, que ahora casi nadie llama a la puerta? - reflexiona mi compi de la vida mientras unta la tostada de mermelada- ...antes llamaban a la puerta continuamente; venía el panadero, el de la leche, el cartero; llamaban mendigos, pobres, el de la luz, el del agua; la vecina tres o cuatro veces; venía la abuela o los tíos; venía el ditero todos los meses, el de las letras del frigo... nos tirábamos todo el día abriendo la puerta.

- Es que ahora con los porteros automáticos ya no hay romanticismo -le digo-. Como que no dan ganas de llamar a una cosa metálica y hablar al aire sin mirar a los ojos... yo creo que se nos pone cara de gilipollas.

- ¡Anda ya! Lo que pasa entre otras cosas es que ahora somos más individualistas y pasamos menos tiempo en las casas; y encima lo tenemos todo domiciliado en los bancos...

- ¡Jolines! Con lo emocionante que era aporrear a una puerta y salir corriendo. ¿Te acuerdas? - le pego un mordisco a la tostada, y añado- !Y las más interesantes eran aquellas casas en las que salía corriendo el padre to cabreao para pillar a un niño y darle un buen mamporro... ¡que inyección de adrenalina, niña! – No, pero ella no se acuerda porque a ella la educaron las doroteas y era una niña demasiado buena y decente...

...y también recuerdo que cuando nuestros hijos eran pequeños no había tiempo ni para evocar estas cosas... ¿será esto hacerse mayor?



No hay comentarios: