lunes, 5 de enero de 2015

Muchos nombres para un cementerio en ruinas




Hay en San Fernando, a orillas de la Bahía de Cádiz, muy cerca de la llamada Casería de Osio, un viejo cementerio abandonado pero lleno de historia y de héroes. Es otro ejemplo del patrimonio histórico de San Fernando que se cae a trozos mientras miramos. Hoy día este camposanto es un sitio histórico declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde que la Junta de Andalucía lo incluyó en el ‘Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la Constitución de 1812’ con el nombre de Cementerio de los Ingleses. Pero no solo eso, la Junta de Andalucía también lo ha incluido en el ‘Mapa de las Fosas de las Víctimas de la Guerra Civil y Posguerra’.

Pero no nos engañemos, tales cosas significan muy poco. La realidad es que los viejos muros se desmoronan día a día, y los escombros y las basuras proliferan en proporción directa al incivismo de algunos. Y nos tememos que así sigan las cosas mientras las autoridades civiles y militares, y nuestros representantes políticos, no sepan cómo alinear las competencias de tantas administraciones con los intereses de muchos ciudadanos. Para la gente no es fundamental saber si es Defensa, o la Junta, o el Municipio, o los gestores del Parque Natural, los de Costas, o los del Plan Litoral los que tienen que intervenir, o son todos a la vez. Es probable que lo que mucha gente quiera —simplemente porque es otra singularidad que añadir a la ciudad— es que el llamado Cementerio de los Ingleses se recupere para San Fernando. Para esas cosas elegimos a nuestros representantes, para que piensen, propongan, hagan y rematen, en lugar de poner excusas y acusar a los diablos de Sevilla o Madrid de pinchar con sus tridentes a los isleños… Ya somos mayorcitos como para soportar la misma excusa día tras día. Ni en Sevilla ni en Madrid, ni en San Fernando hay diablos, lo que hay son hombres incapaces de rematar los asuntos de la Isla.

Es un cementerio extraño. Por no tener, no tiene cruces, ni lápidas, ni tumbas, ni capilla, ni mausoleos… Sólo tiene un muro y un pórtico singular. Tampoco tiene un nombre determinado. La falta de historiografía para este camposanto ha propiciado que, según el criterio que utilicemos, se le denomine de una forma u otra.

Por su origen y dependencia administrativa debería llamarse Cementerio del Hospital de San Carlos, o simplemente de San Carlos. Ese es su origen, un camposanto asociado al hospital que se estableció en el convento de los Franciscanos de la Población de San Carlos. Ocurrió en febrero de 1809 y se dotó inicialmente para atender sanitariamente a los franceses prisioneros en los pontones. Al mismo tiempo se acotó y amuralló un solar de 87 por 32 metros en la playa de la Casería para enterrar a los prisioneros fallecidos en el nuevo hospital, para los españoles caídos en la defensa de las Islas Gaditanas y, en general, para los fallecidos en la población militar. Desde octubre de 1812, los del Arsenal de la Carraca también fueron enterrados en nuestro cementerio. 

Por su ubicación geográfica podría llamarse Cementerio de la Casería de Osio o de la playa. La procedencia de los finados también ha propiciado otras denominaciones válidas: Cementerio Militar, Cementerio de los Franceses, de los Ingleses o de los Soldados.

Cementerio de los franceses porque, como ya se ha dicho, los primeros pacientes del nuevo hospital de la Población de San Carlos y, en consecuencia, los primeros fallecidos y enterrados en este camposanto, fueron franceses apresados tras las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailen. Todos ellos enfermos que procedían de las prisiones flotantes que se fondearon en mitad de la bahía de Cádiz.

Hay quién lo denomina Cementerio de los Soldados, porque militares eran los residentes en la Nueva Población de San Carlos, y los pacientes atendidos y fallecidos en su hospital también lo eran. Téngase en cuenta que durante el siglo XIX, la Isla de León soportó un elevado número de tropas, tanto acantonadas como en tránsito hacia ultramar. Por tanto, militares enfermos, heridos, epidemiados,  accidentados o ajusticiados no le faltaron al Hospital de San Carlos, todos ellos potenciales usuarios del cementerio que nos ocupa.

Cementerio Militar es como lo cita José Casado Montado en su trabajo “Trigo Tronzado”, donde describe la represión fascista en San Fernando durante la Guerra Civil y posguerra.

Sin embargo, la denominación que ha tenido más éxito —y la menos afortunada porque posiblemente nunca se inhumara un solo inglés en su solar— ha sido Cementerio de los ingleses. Debió ser creencia popular que en él eran enterrados estos aliados fallecidos en defensa de la Isla durante el asedio napoleónico de 1810 a 1812, pero muy posiblemente es errónea. Los ingleses fallecidos en los hospitales que establecieron en la Isla se enterraron, hasta 1813, en una zona específica del cementerio de Casa Alta.

Podríamos considerar oportuno que pasara a la historia como Cementerio de los Franceses. Sería un postrer desagravio a los primeros enterrados en este cementerio en febrero de 1809, por los enormes sufrimientos que padecieron en su cautiverio. Las autoridades españolas no cumplieron con las condiciones pactadas en la rendición francesa tras las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailen. Nunca encontraron la manera, la voluntad o la oportunidad de repatriar los prisioneros a su país y mientras duró la guerra permanecieron en cautividad. Primero, enclaustrados en pontones insalubres, anclados en mitad de la bahía de Cádiz, donde padecieron enormes penurias y enfermedades atroces. Faltos de agua, comida y atención médica, una inmensa mayoría murió y un número indeterminado de ellos fueron enterrados en el Cementerio de los Franceses entre febrero de 1809 y febrero de 1810. En la primera mitad de 1809 los más afortunados fueron deportados a las Islas Canarias, pero más de cinco mil prisioneros franceses acabaron en el islote balear de Cabrera donde continuaron sufriendo un verdadero calvario. Una infamia histórica que ha permanecido prácticamente oculta en España hasta hoy mismo (Lourdes Márquez Carmona recupera estos vergonzosos episodios históricos en “Recordando un olvido: Pontones Prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810”) Por eso creemos que es una muestra de generosidad (a pesar del inhumano comportamiento que demostraron las tropas del general Dupont a su paso por Andalucía) que este cementerio recordara de alguna manera el sufrimiento de los prisioneros franceses.

Pero la realidad de los datos es que nunca tuvo un nombre determinado. Los documentos primarios siempre lo citan —cuando lo citan— como cementerio o camposanto del Hospital de la nueva Población de San Carlos, extramuros de la Real Isla de León. No hay nombre oficial para este cementerio isleño. Lo más cercano a la realidad sería, por tanto, nombrarlo Cementerio de San Carlos.

Decir que las viejas piedras de un cementerio están ligadas a la muerte no es decir gran cosa… pero en este caso, creemos que sí, que sus primeros muertos (los maltratados prisioneros franceses) y posiblemente sus últimos muertos (asesinados en la Guerra Civil) tienen una trágica historia que debería ser recordada y mantenida. Y nada mejor para ello que esos viejos muros, adecentados y en pie.

Por eso hemos iniciamos estas notas, para recordar y para intentar que la ciudad de San Fernando no pierda otra parcela de su memoria. No son las piedras en sí, son las historias que atesoran y que enriquecen el alma de la ciudad. Los muertos lo merecen, máxime si muchos de los que allí reposaron dieron su vida en la Guerra de la Independencia, defendiendo los paisajes de su niñez, las historias de sus mayores o las tradiciones de su pequeña aldea. Muchos de los enterrados en este cementerio murieron por una patria que compartieron con nuestros abuelos, y posiblemente haya otros muertos en sus alrededores que nunca debieron estar allí, porque los mataron sin otra excusa que la de disentir. También por ellos hay que recordar… y por ellos deberíamos mantener en pie el viejo cementerio.


martes, 23 de diciembre de 2014

Sinceramente, no sé si reír o llorar

El sistema neoliberal que gobierna el planeta nos ha llevado a contradicciones perversas y ridículas. Son cosas que se ven paseando por cualquier calle del opulento occidente, en cualquier de Navidad…

…y eso me ha llevado a comprender finalmente cómo se defienden las cebras. Lo he visto con mis propios ojos. Si la manada de cebras está bien agrupada el león sólo percibe una mancha de rayas sin forma, y es incapaz de identificar un ejemplar aislado para atacarlo. Eso mismo me ha pasado esta mañana. Mi compi me ha pedido que buscara un rompecabezas para la pequeña Vega en una Gran Superficie… y sólo he visto una mancha rosácea que ocupaba toda la estantería. Me resultaba dificilísimo aislar un juguete en esa masa abigarrada de color rosa… igual que un león frente a una manada de cebras.

 

Y, además, a la pequeña Vega le importa un carajo si le regalo un rompecabezas o le saco un viejo cuento de su padre como si fuera nuevo. Hoy me parece una tontería comprar un rompecabezas por el simple hecho de todo el mundo compra cosas, las que sean... en una vorágine de consumo irreflexivo. No sé, me parece que cada año que pasa me voy pareciendo más a Ebenezer Scrooge, el avaro y miserable personaje de Dickens... que hasta se me está poniendo el mismo gesto de acritud vital. ¡Por Dios!

Esa estantería rosa llena de cosas amorfas me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de mimar al árbol si queremos tener un bosque… a recordar que el individuo es el meollo de todo constructo social, y que si nos centramos en el espejismo de lo global entonces desdibujamos al individuo y lo reducimos a un excedente prescindible. Es justamente lo que hace el poder financiero neoliberal que gobierna sobre las democracias formales: convertir a las personas en peones desechables, en excluidos, en sobrantes.

¡Lo que son las cosas! Esa enorme estantería irresoluta me ha demostrado otra vez lo ridículo y absurdo del comportamiento que nos obligan a adoptar. Fabricamos cosas inútiles y gastamos en ello materias primas irremplazables. Destruimos una energía que se agota y en el proceso calentamos el planeta hasta superar su nivel de regeneración. Luego las distribuimos por todo el mundo para que las compremos y a continuación las tiremos a la basura. Y hacemos eso en una espiral que se acelera porque si se detiene nos vamos directamente a la mierda. ¡De eso nos han convencido los poderosos! Nos han adoctrinado para que pensemos que fuera de este absurdo no existe alternativa. Y, para colmo, en el proceso se enriquecen unos pocos y quedan excluidos de la tarta la inmensidad de individuos que participan en la producción, distribución y venta.

Sí, el asunto es que fabricamos montañas de cosas inútiles que sólo apreciamos los primeros cinco minutos… Estamos completamente locos si no cambiamos esta economía suicida por otra sostenible y justa.

Y en esas reflexiones estaba cuando me entero que los comerciantes de mi pueblo nos han invitado a hacernos “…un selfie mientras consumimos o compramos en los negocios del centro de la ciudad”. Y el que tenga suerte ganará una cena para dos personas. ¡Dios mío! Si los dioses existieran no podrían pasar estas cosas.

Sinceramente, no sé si reír o llorar. Entiendo que los comerciantes de mi pueblo quieran activar las ventas frente a los grandes centros comerciales. Están obligados a hacer estas cosas para sobrevivir. Y se entiende si pensamos con esta lógica perversa. Pero esa comprensión y solidaridad no quita que sea crítico con un consumo irresponsable. Este es un sistema económico tan demencial y tan autodestructivo que pasamos por alto que hacerse una foto mientras se consume no es un valor que merezca recompensas… al contrario, es más bien una muestra de estulticia.

…porque si no compramos y tiramos, y repetimos el proceso de forma ilimitada, se nos viene abajo el tinglado. Hay que consumir cualquier cosa, no importa si es inútil o efímero. Compramos, regalamos y cuando nos damos la vuelta, se guardan en el cajón de cosas inútiles para tirarlas cuando se nos olvida el origen. Compramos sin ilusión para hacer regalos que no ilusionan.


Lo sé, lo sé... Ni el señor Scrooge escribiría con tanta acritud.

 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Lo bello en un muro de cementerio

En el cementerio de los ingleses, Isla de León. 
Un atardecer de otoño.

Los cimientos del viejo cementerio están construidos a escasos centímetros del mar. De hecho, cuando la marea está alta, el agua lame todos los días una de las esquinas del viejo cementerio, precisamente la que se ha desplomado por completo. Son cimientos siempre húmedos, encharcados de agua salada.

Y sobre esos cimientos del camposanto crecen, sin ningún tipo de aislamiento, los muros que rodean el solar. No existen impedimentos para que el agua del subsuelo ascienda por capilaridad a través del muro perimetral hasta una línea que suele ser paralela al suelo. Línea que es el límite máximo de evaporación de la humedad ascendente… y para formar esa línea se establece una competencia feroz entre la presión hidráulica de la capilaridad, el diámetro de los poros, la fuerza de la gravedad, a tensión superficial del agua, la saturación de la disolución, la densidad y viscosidad del líquido que asciende, y no sé cuantos parámetros más con el resultado de una línea máxima de evaporación paralela al suelo del viejo cementerio. ¡Qué pena no saber con claridad las cosas que suceden!

Cementerio de los ingleses, Isla de León.
Bellas formas aleatorias en la degradación del mortero de cal

¿Quién dijo que no hay belleza en la química, si es químico todo mecanismo de percepción de la belleza?

Esa agua que asciende por capilaridad a través de la argamasa de cal y arena —también a través del mampuesto—, provoca lentos pero constantes procesos químicos. Se disuelven las sales solubles provocando micro oquedades. Se hidrolizan otras (en el mortero, el carbonato de calcio insoluble se rompe y transforma en bicarbonato, soluble, que es arrastrado) Y, finalmente, cuando se evapora en una línea paralela al suelo, ocurre la precipitación de todas las sales disueltas, que provocan a su vez eflorescencias externas y, si cristalizan en el interior del material, producen un efecto cizalla que rompe el mortero y la piedra.

El proceso químico provoca una degradación progresiva de los materiales más susceptibles de ello, de forma no uniforme, y produce formas aleatorias en la superficie del viejo enlucido. Formas que a veces nos sorprenden por su belleza, aunque estén en las paredes de un viejo cementerio.

Aunque no sea su propósito, los grafiteros ayudan a realzar
la belleza de las formas aleatorias del mortero

Y así es como, poco a poco, el mortero pierde su carácter aglomerante, la arena se desmorona y, ayudado por la lluvia y el viento, se cae en enlucido exterior descarnando la piedra. Al mismo tiempo que la argamasa pierde sus propiedades mecánicas, la roca ostionera o el ladrillo van dejando de estar trabados y la conclusión del proceso es evidente: la parte inferior de los muros del cementerio se desmoronan, y progresan a partir de un pequeño agujero en el mismo…

…pero mientras caen tenemos una sorpresa visual en sus paredes. En los muros del viejo cementerio no aparecen retorcidos fantasmas, son bellas formas aleatorias, consecuencia de leyes físicas y químicas, producto de la naturaleza para disfrute del que pueda y sepa verlo... mientras duren.


martes, 2 de diciembre de 2014

San Fernando, reserva espiritual de Occidente

El ayuntamiento de mi pueblo, San Fernando, que -nos guste o no-representa a todos sus ciudadanos, crédulos e incrédulos, ha vuelto a hacer el ridículo participando en espectáculos confesionales propios de una España que era Bastión del Cristianismo y Reserva Espiritual de Occidente... Aquí la noticia

Probablemente los dioses no existen y la creencia en tales sólo sea una entelequia surgida del propio hombre. Probablemente la necesidad de creer sea un trasunto que encaja perfectamente en los avatares evolutivos de las especies homo, y por eso todas las culturas de todas las épocas hayan creado panteones y universos mágicos para resolver las preguntas antropológicas. Y, adheridas a las respuestas, siempre afloran castas sacerdotales que las gestionan a su antojo.

Las creencias en entidades de otra dimensión no es cosa de razonamientos. En esto no cabe método científico ni empirismos para llegar al conocimiento. Aquí se cree en dioses porque nos han alimentado con tales cuentos desde la más tierna infancia… y para muchos (tal vez una inmensa mayoría) eso es suficiente para que se asuman tales cuentos como realidades incuestionables…

...bueno, cada uno cree en lo que le dejan, en lo que puede o en lo que le conviene. Es una opción personal (aunque no siempre lo es si no se alcanzan las herramientas culturales para escapar) Pero que los políticos de mi pueblo, con los atributos propios de alcalde y concejales, y actuando como tales, impongan con su ejemplo tales creencias a todos los representados, como si fuera algo razonable y lógico, además de una patochada, es un abuso de confianza. La confesionalidad del Estado y de todas sus instituciones esta abolida en la constitución del 78... A título personal cada uno puede hacer lo que plazca, pero el alcalde y los concejales que me representan tienen que estar por encima de estas tonterías por mucha tradición que exista detrás.

Habría que empezar a ser serios.

En la imagen: Momento en el que el regidor prende las Llaves de la Ciudad del fajín del Patrón. Tomada de Diario de Cádiz

lunes, 1 de diciembre de 2014

Momentos hospitalarios

En la habitación de atrás malvive un señor muy mayor y diabético. Le han cortado las dos piernas y, además, debe tener demencia senil. Está sólo. Dicen en los pasillos (porque al final aquí todo se sabe) que su mujer vive también sola por el Tesorillo, que tiene que coger tres autobuses para visitar a su marido, y que no le llega con la mierda de pensión que le ha quedado. Por eso está sólo todo el día.

El pobre hombre se queja, se lamenta y acaba dando alaridos cuando se le pasa el efecto de los analgésicos. Sobrecoge oírlo. Lleva así una semana. Al principio era dramático y todos estábamos impresionados. Hoy sus gritos y lamentos forman parte del entorno hospitalario.

Nuestra nueva vecina de habitación es una señora de ochenta años, vivaracha y muy arrugada. No fuma, "vapea" constantemente desde una especie de cilindro con boquilla. Dice que tiene muchos nietos y los tiene repartidos por Inglaterra y Gibraltar, estudiando unos y trabajando otros. Cuidan a la señora su hermana mayor, de ochenta y dos, que viste vaqueros y pañuelo palestino al cuello, y su nieta preferida, que estudia gestión de empresas en Madrid, y dentro de tres días se marcha a New York con una amiga. 


La nieta es guapísima, alta y rubia, y además simpática. Mi hermana le ha propuesto matrimonio en nombre de su hijo, mi sobrino, y la chica se ha reído. Viste jersey holgado, rojo, y mallas negras muy ajustadas. Tiene bonito tipo la rubia, y mejores formas ocultas…

…pero no sé. El diabético sin piernas ha recomenzado sus gritos de auxilio y la abuela se acaba de tomar un frasquito de esos para evacuar las tripas, y se caga cada diez minutos dejando turbios efluvios por la habitación… y así como que no encuentro yo la manera de dedicarle a la rubia un pensamiento erótico…

...o eso, o que se me está pasando la cosa erótica a un segundo plano.

No sé yo. No sé…

martes, 25 de noviembre de 2014

El tuerto imbécil

Ochenta y siete pasos hay de un extremo al otro del pasillo. A ambos lados las puertas abiertas ofrecen al paseante el interior de veinte habitaciones de hospital. Las habitan pacientes de la sanidad pública recién operados de algo. Cada uno enchufado a un gotero de medicamentos... Y siempre sedientos de analgésicos, no porque escaseen sino porque uno siempre quiere más, por eso se oyen a veces suaves lamentos. Los pocos enfermeros/as (criminales recortes los han convertido en rara avis) no paran de ir y venir. Y conforme pasan los días, a fuer de cruzarte en el pasillo, te haces amigo de otros pacientes que lo recorren arrastrando pies, goteros y drenajes sanguinolentos. ¿Cómo va la cosa, amigo? Aquí, poquito a poco...


Al fondo del pasillo, los fumadores incontrolados han abierto la puerta de emergencia y conformado un fumadero clandestino en el descansillo exterior, al aire libre. Allí coinciden los fumadores y los que acabamos aburridos de contemplar las cuatro paredes... Iba a decir las cuatro paredes blancas, como decía Serrat, pero ya no son blancas, son azulinas y crema. Los hospitales ya no son lo que eran en cuanto a estética y atenciones. 

Desde el fumadero clandestino, en el segundo piso de las escaleras de incendios, vemos la zona ajardinada. En el suelo, cada diez metros, hay pintada una señal de prohibido fumar, pero nadie hace caso y aquello está regado de colillas y fumadores. A mi me hace gracia esta especie de rebeldía intrascendente. Una joven pelirroja fuma justamente encima de una señal... Merecía una foto, pero no llevó el móvil encima. El sol de otoño le llega desde atrás y parece que tiene un halo dorado en la cabeza. Habría sido una foto sugerente. Hay una taxista rubia de bote en la parada. Tiene el pelo como Teófila Martínez, la alcaldesa de Cádiz. Cuando servidor era pequeño no existían alcaldesas, ni mujeres taxistas, eran asuntos de marimachos... Se decía así. Y recuerdo entonces a África la macho, un personaje muy querido y popular en la Ceuta de mi niñez.

Un paciente con apósito en el ojo derecho (si fuera negro parecería un pirata) ha salido al fumadero del segundo piso, le acompaña su cuñado, un hombre de arrugas muy pronunciadas. El cuñado le cuenta que cuando se marche va a echar un palangre con no-sé-cuantos anzuelos, que hace muy buena mar hoy. Y que los va a encarnar uno por uno... los anzuelos, dice. Y el paciente, entré calada y calada, le aconseja que se lleve un puñado de guantes de goma, de esos que usan las enfermeras, para la cosa de encarnar anzuelos, que están ahí, sin vigilancia, en el control de enfermería. Total, nadie se va a dar cuenta. Mi Compi y servidor nos miramos aguantando las ganas de decirle al tuerto lo imbécil que es. 

Y, no sé... Parece que fuéramos un país sin conciencia de lo común. Generalmente no entendemos el respeto y el mimo que todos debemos a lo que es común, a lo público, a lo de todos. ¡Cómo no vamos a tener corrupción si muchos la llevamos circunscrita en nuestra propia incultura, y la ejercemos a nuestro nivel, aunque sea un nivel ínfimo e inapreciable! Cómo vamos a cambiar algo sí nos callamos cuando tenemos ocasión de afear estos comportamientos... De esa forma, dejándolas estar, difícilmente contribuimos a cambiar las cosas.

viernes, 14 de noviembre de 2014

No recuerdo de qué iba esto


Ya no recuerdo de qué iba esto. Tal vez era una solución ácida con rojo de metilo… no sé. Cada día que pasa los asuntos que fueron cotidianos en mi vida resultan más lejanos. Me daba por fotografiar estas cosas entre análisis y análisis… los tubos, las sombras, las formas propias de un laboratorio.

El árbol que plantamos en 2002 está hecho todo un hombrecito. Era un sauce llorón y hoy las ramas llegan hasta el suelo. Ya solo le faltaría un arroyo cantarín discurriendo por abajo, pero eso no va a pasar. Jesús y Mary se fotografiaron junto a él para mostrarme su porte actual, y me provocó una punzada de nostalgia. Treinta y tres años en ese laboratorio y ahora me sentiría un extraño si entro por la puerta. Supongo que eso forma parte de la vida… pasar.

Es cierto: pasamos por la vida, seguramente, dejando retazos de lo que somos y absorbiendo retazos de los demás. La vida es un intercambio de momentos, hablas, te hablan, oyes, te oyen, rozas, te rozan, amas, te aman. Y así vas pasando hasta que se acaba el camino. No sé… seguramente es más fácil estar muerto que vivir. Lo doloroso es el proceso de ir muriendo porque implica la peor despedida.

No somos héroes. Nos puede la resignación.