domingo, 28 de julio de 2019

Viejo brontosaurio



Tengo que reconocerlo, cada día que pasa entiendo mejor a mi suegro. Y eso me desasosiega mucho. No es que comparta hoy sus ideas políticas, lo que comprendo ahora es su estupor por los cambios que ocurren a mi alrededor y que no asumo.

Foto: © Ángel López González.

Él y servidor fuimos civilizadamente beligerantes durante la Transición Política que siguió a la dictadura. Civilizados pero punzantes. Él era —al igual que lo somos todos— la consecuencia de lo que vivió. Había luchado en el frente de guerra con el bando rebelde (nacionalista, se entiende), fue herido cuando rescataba a familiares de las hordas marxistas de Baena. Y luego, en la gris posguerra acabó siendo policía en esa España autoritaria, intransigente y castradora… y no quiero saber lo que pudiera haber visto a lo largo de su vida profesional. Y servidor, que se llevaba a la joya de su casa, era un mocoso que apenas comenzaba a vivir, y representaba justamente los valores que deberían estar vencidos por su lucha de juventud, y eliminados de la faz de la Tierra por el trabajo de su madurez. Los valores por los que él había luchado con las armas en la mano, y que parecían estar enterrados y superados, reaparecían de nuevo en su futuro yerno. Es decir, otra vez la soberanía en manos de la gente, la democracia como método, partidos políticos en danza, debate de ideas opuestas, derecho a la huelga, libertad de prensa, un Estado con derechos y deberes para todos…

Mi suegro estuvo perplejo durante la Transición Política. En su casa se permitía decirme que esto era una memocracia y cuando venía a la mía, yo le hacía dormir bajo una foto del Che Guevara. No entendía qué estaba pasando. No sabía dónde mirar ni a quien recurrir… ¿Para esto había luchado su generación? ¿Para que ahora volviéramos al punto de partida? Estábamos desmontando los valores de su vida hasta tal punto que legalizaron el partido comunista y Santiago Carrillo, ese criminal de Paracuellos, acabó paseándose por la calle abiertamente. Pero ¿cómo era esto posible? ¿No estaba todo esto superado ya? Se estaba convirtiendo en un dinosaurio, en una especie a extinguir porque su hábitat político mutaba delante de sus ojos, y en el nuevo ambiente no cabían ni los autoritarios ni los fascistas.

Hoy me he sentido exactamente igual que mi suegro hace más de cuarenta años. Siguiendo los comentarios de las redes sociales aflora la frustrante realidad de mi pueblo… irreflexión y regresión. Y cuando alguien reflexiona, mayoritariamente, es una reflexión que acaba en justificación de posiciones que merman los derechos conquistados. No caminamos hacia una sociedad que garantice derechos y exija deberes para conquistar el bienestar de todos, vamos hacia una colección de restricciones y prohibiciones que acaban garantizando los privilegios a los privilegiados, en España y en lo global… El fascismo del siglo XXI es el camino que han adoptado ahora los poderes ocultos que gobiernan el mundo. Mi suegro estaría encantado con el nuevo devenir de las cosas… y servidor se está convirtiendo en un pesado y viejo brontosaurio sin ganas de buscar nueva floresta… ¿para qué? Ahí llega el meteorito.

¡Quién puñetas dijo aquello de que la historia se repite en un bucle eterno, joder!

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