miércoles, 14 de marzo de 2018

Hay un indigente en la puerta trasera



Hay un indigente en el hueco de la puerta trasera. Apenas cabe tumbado, ni a lo largo ni a lo ancho. Siempre lo veo encogido, tapado con una manta hasta la cabeza. O sentado, mirando sus zapatos. El suelo que toca es de hormigón, y al cabo de unas horas debe ser insoportablemente duro. No tiene medios propios para alimentarse, ni para vestirse. Posiblemente depende para eso de los servicios sociales de la ciudad. Tampoco tiene casa, ni familia que lo cobije. No conozco su historia. No sé cómo llegó a esta situación, pero podría ser cualquiera de nosotros…



Delante de su atalaya se abre el Parque del Barrero (San Fernando, Cádiz, España) con un sauce llorón a pocos metros, sus ramas casi le tapan. Detrás del hueco que usa como hogar está la infranqueable puerta metálica del supermercado… pareciera que el sistema lo haya encajonado en ese rincón. No tiene adonde ir.

Lleva ahí varios días, lo veo al pasar con la perrita… y no soy capaz de levantar la vista y mirarlo directamente. Apenas le dedico un vistazo fugaz y siento una punzada de culpabilidad por tener lo que tengo y seguir callado. La existencia de personas en su situación me hace sentir cómplice de su desgracia…

…y no debería, porque este hombre, y miles como él, son un subproducto del sistema de valores que nos gobierna. Este hombre sin techo es una consecuencia directa de las políticas neoliberales que desarrollan todos los gobiernos del planeta (salvo honrosas excepciones que, encima, son tachadas de pantomimas políticas). Es verdad que el sistema genera riquezas, pero «…la concentración aguda de riqueza en manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población general», decía últimamente Noam Chomsky. Sí, genera riquezas este sistema, y las acumula en pocas manos. No está diseñado para otra cosa.

Estas personas que nos rodean en mitad del occidente opulento —y los millones de inmigrantes que huyen de la pobreza y de las guerras provocadas por los poderosos— sobran en esta sociedad adocenada, triste, deshumanizada, irracionalmente competitiva y profundamente injusta. Sobran porque así lo define el mantra neoliberal que tenemos: «Sacrosanta libertad de los mercados y máximo beneficio privado». Molestan estos hombres excluidos porque no producen, no consumen y porque les cuesta dinero mantenerlos con vida.

El hombre que vive en el hueco de la puerta trasera del supermercado es un estorbo, y su visibilidad, en lugar de señalar a los poderes que lo provocan y acusarles de criminales… la visibilidad, digo, y el desamparo de estos hombres, recae en nosotros para provocarnos sentimientos de culpabilidad. Hasta ahí llega la mezquindad criminal de los que nos gobiernan en la sombra —nos gobiernan a través de los políticos visibles que elegimos cada cuatro años—. La jugada es de una notable maestría: 1º.- El neoliberalismo produce excluidos sociales. 2º.- Se desentiende de ellos porque son una rémora en su sistema y el Estado no está para esas cosas tan caras. Y 3º.- Nos convencen de que la solidaridad de la gente común es la solución. Y lo hacen así porque consideran que no es su tarea humanizar el reparto de la inmensa riqueza que generan. No sólo los abandonan al darwinismo social —que sobreviva el más emprendedor, no importa la salud del planeta­, lo que importa es seguir produciendo y consumiendo, aunque sean gilipolleces—, además, nos hacen culpables si no desarrollamos la solidaridad con la gente desahuciada por las políticas neoliberales.

De esta forma el sistema deja la solución del problema a la buena voluntad de los hombres buenos y, lo que es peor, culpabiliza a los que cuestionan la solución solidaria y personal.

No sé… tal vez deberíamos ir pensando cómo coño se aborta esta involución humanitaria provocada por las políticas neoliberales… verdadero cáncer de la humanidad.


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