domingo, 27 de agosto de 2017

Caminar por las cunetas pisoteando historias

Este artículo se publicó en La Voz del Sur - Cádiz

Decía Angelik que pasear por las cunetas españolas es como ir pisoteando historias nunca contadas… porque hay muertos bajo los caminos con historias atragantadas en la garganta; que son sartas de palabras mezcladas con un gorgoteo de sangre. Don Manuel de Sancha estaba gritando ¡Viva España! cuando sus propios compañeros de armas abortaron su proclama con plomo. Y don Enrique Paz Pinacho gritaba ¡Viva Azaña! cuando lo silenciaron en seco al tiempo que un pobre (o miserable) militar gritaba ¡Apunten! ¡Fuego! Son historias que no se contaron y que siguen sepultadas en los caminos y en las fosas comunes del holocausto español.

Fosa común en el cementerio de Puerto Real

Decía Angelik que cuando pisas las cunetas españolas solo se oye un silencio de boca apretada de tanto querer gritar historias y de tanto miedo a decirlas en voz alta. Que mataron las historias de un balazo y las mujeres se las callaron y se las tragaron empapadas en llanto, y su dolor quedó fijado en las cunetas y en las fosas anónimas mientras cobijaban a sus hijos con un manto de silencios. Y tanto callaron que muchos de esos hijos no supieron que sus padres eran fusilados. ¿Qué es un fusilado, abuela? Los dejaron sin raíces y sin suelo. Ellos, los muertos, no pudieron decir sus palabras, y nadie ha contado su historia. Ni siquiera con el paso de los lustros, esas mujeres silenciosas, que sacaron adelante a una prole contagiada con el estigma de ser hijo de fusilado, han podido hacerlo. Los represores concluyeron un trabajo magnífico, inyectaron el miedo a una generación y lo contagiaron a la siguiente. Y no solo miedo, en demasiados casos inculcaron la convicción de que los fusilados merecieron el plomo, la muerte y el olvido. Eso le pasó a tu tío por meterse en política; si yo se lo decía, que la política es cosa de las personas de orden. Claro, y de militares, falangistas y curas. ¡Qué coño se habían creído estos exaltados!

A Rosa le decía su madre que no pisara ese patio del cementerio de San Fernando, porque ahí están los fusilados, hija. Pero Rosa sólo veía un patio de tierra albariza. Ni nichos, ni tumbas, ni cruces… ¡que te digo que ahí está el abuelo fusilado, hija! La niña nunca pisó ese patio del cementerio (justo el que hoy estamos levantando) y mientras fue niña tampoco entendió qué era tener un abuelo fusilado. Los victoriosos robaron la memoria de los derrotados y, con ello, su identidad, sus historias y su dignidad…

“...porque sin memoria no hay dignidad, compañero”. Pepe Casado, el de Trigo Tronzado, lo entendió bien.

Y entonces me dicen (como si no se supiera) que en las guerras aflora lo peor del ser humano, y que eso ocurre en un bando y en el otro. Pues claro que sí, hombre. Allí dónde fracasó la sublevación militar —la del 18 de julio de 1936, digo— mataron a sus promotores (falangistas, militares, curas, caciques y personas de orden), como a conejos en desbandada… o ellos o nosotros, pensaron los asesinos de ese lado. Y allí donde triunfó el Glorioso Alzamiento Nacional (como en San Fernando) los fascistas, militares, curas, caciques y personas de orden asesinaron a los republicanos de izquierdas, masones y militares fieles a la República como si fueran escoria humana. Pues claro que en todos los bandos de todas las guerras aflora lo peor del ser humano… pero unos asesinos fueron criminales, como Dios manda, y otros asesinos fueron héroes, como Dios manda. No hay equilibrio en la victoria militar. Cautivo y desarmado el ejército rojo…

Por eso el recurso a la equidistancia entre posturas extremas, como virtud superadora del conflicto civil, es una engañifa porque no equilibra el fiel de la historia. Es una cobardía. Es ponerse de perfil y dejar pasar la injusticia con los ojos cerrados. La equidistancia es dejar a los hundidos en las fosas como si siguieran siendo criminales y mantener encumbrados a sus asesinos… pero, hombre, que hace ya más de ochenta años; dejemos a los muertos en paz… Sí. Los que mataron en nombre de Dios y su Patria fueron héroes, y sus nombres quedaron grabados en mármol en todas las plazas del país. Los otros asesinos, los que fueron puestos en la tesitura de elegir entre ellos o nosotros, fueron lo que fueron, asesinos, y pagaron sus culpas con creces. Ellos, sus familias y sus amigos. Lo pagaron.

Pero no nos desviemos de la cuestión, no estábamos hablando de esos criminales y asesinos, estábamos hablando de fosas y cunetas. Estamos hablando de inocentes asesinados y tirados como animales en esas fosas y cunetas, con sus gargantas atragantadas de historias y sus cráneos atravesados por un 9 mm Largo disparado por un héroe inscrito en la placa de mármol que aún cuelga, como un despojo podrido, en cualquier esquina de mi ciudad. ¿Cómo les explicas a ellos la equidistancia? ¿Cómo le cuentas que no estás con  las víctimas inocentes? Explícales a esos huesos que la virtud está justamente entre ellos y el pelotón de fusilamiento. Díselo: equidistante, entre ellos y los que apuntaron, dispararon y remataron a un inocente. Y luego me lo cuentas.

2 comentarios:

Pepe Usero dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo.

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Cordial saludo, maestro!