Este artículo se publicó en La Voz del Sur - Cádiz
Decía Angelik que pasear por las cunetas españolas es como ir pisoteando historias nunca contadas… porque hay muertos bajo los caminos con historias atragantadas en la garganta; que son sartas de palabras mezcladas con un gorgoteo de sangre. Don Manuel de Sancha estaba gritando ¡Viva España! cuando sus propios compañeros de armas abortaron su proclama con plomo. Y don Enrique Paz Pinacho gritaba ¡Viva Azaña! cuando lo silenciaron en seco al tiempo que un pobre (o miserable) militar gritaba ¡Apunten! ¡Fuego! Son historias que no se contaron y que siguen sepultadas en los caminos y en las fosas comunes del holocausto español.
Decía Angelik que pasear por las cunetas españolas es como ir pisoteando historias nunca contadas… porque hay muertos bajo los caminos con historias atragantadas en la garganta; que son sartas de palabras mezcladas con un gorgoteo de sangre. Don Manuel de Sancha estaba gritando ¡Viva España! cuando sus propios compañeros de armas abortaron su proclama con plomo. Y don Enrique Paz Pinacho gritaba ¡Viva Azaña! cuando lo silenciaron en seco al tiempo que un pobre (o miserable) militar gritaba ¡Apunten! ¡Fuego! Son historias que no se contaron y que siguen sepultadas en los caminos y en las fosas comunes del holocausto español.
Fosa común en el cementerio de Puerto Real
Decía Angelik que
cuando pisas las cunetas españolas solo se oye un silencio de boca apretada de
tanto querer gritar historias y de tanto miedo a decirlas en voz alta. Que mataron
las
historias de un balazo y las mujeres se las callaron y se las tragaron
empapadas en llanto, y su dolor quedó fijado en las cunetas y en las fosas
anónimas mientras cobijaban a sus hijos
con un manto de silencios. Y tanto
callaron que muchos de esos hijos no supieron que sus padres eran fusilados. ¿Qué es un
fusilado, abuela?
Los dejaron sin raíces y sin suelo. Ellos, los muertos, no pudieron decir sus
palabras, y nadie ha contado su historia. Ni siquiera
con el paso de los lustros, esas mujeres silenciosas, que sacaron adelante a una prole contagiada con el
estigma de ser hijo de fusilado, han
podido hacerlo. Los represores concluyeron un trabajo magnífico, inyectaron el
miedo a una generación y lo contagiaron a la
siguiente.
Y no
solo miedo, en demasiados casos inculcaron la convicción de que los fusilados
merecieron el plomo, la muerte y el olvido. Eso
le pasó a tu tío por meterse en política; si yo se lo decía, que la política es
cosa de las personas de orden. Claro, y de militares, falangistas y curas.
¡Qué coño se habían creído estos exaltados!
A Rosa le decía
su madre que no pisara ese patio del cementerio de San Fernando, porque ahí
están los fusilados, hija. Pero Rosa sólo veía un patio de tierra albariza.
Ni nichos, ni tumbas, ni cruces… ¡que te digo que ahí está el abuelo fusilado, hija! La niña nunca
pisó ese patio del cementerio (justo el que hoy estamos levantando) y mientras fue niña tampoco entendió qué era tener un abuelo fusilado. Los victoriosos
robaron la memoria de los derrotados y, con ello, su identidad, sus
historias y su dignidad…
“...porque sin
memoria no hay dignidad, compañero”. Pepe Casado, el de Trigo Tronzado, lo
entendió bien.
Y entonces me
dicen (como
si no se supiera) que en las guerras aflora lo
peor del ser humano, y que eso ocurre en un bando y en el otro. Pues claro que sí,
hombre. Allí dónde fracasó la sublevación militar —la del 18 de julio de 1936,
digo— mataron a sus promotores (falangistas, militares, curas, caciques y
personas de orden), como a conejos en desbandada… o ellos o nosotros, pensaron los asesinos de ese lado. Y allí donde
triunfó el Glorioso Alzamiento Nacional (como en San Fernando) los fascistas, militares,
curas, caciques y personas de orden asesinaron a los republicanos de
izquierdas, masones y militares fieles a la República como si fueran escoria
humana. Pues claro que en todos los bandos de todas las guerras aflora lo peor
del ser humano… pero unos asesinos fueron criminales, como Dios manda, y otros
asesinos fueron héroes, como Dios manda. No hay equilibrio en la victoria
militar. Cautivo y desarmado el ejército
rojo…
Por
eso el recurso a la equidistancia entre posturas extremas, como virtud
superadora del conflicto civil, es una engañifa porque no equilibra el fiel de
la historia. Es una cobardía. Es ponerse de perfil y dejar pasar la injusticia
con los ojos cerrados. La equidistancia es dejar a los hundidos en las fosas
como si siguieran siendo criminales y mantener encumbrados a sus asesinos… pero, hombre, que hace ya más de ochenta
años; dejemos a los muertos en paz… Sí. Los que mataron en nombre de Dios y
su Patria fueron héroes, y sus nombres quedaron grabados en mármol en todas las
plazas del país. Los otros asesinos, los que fueron puestos en la tesitura de
elegir entre ellos o nosotros, fueron
lo que fueron, asesinos, y pagaron sus culpas con creces. Ellos, sus familias y
sus amigos. Lo pagaron.
Pero
no nos desviemos de la cuestión, no estábamos hablando de esos criminales y
asesinos, estábamos hablando de fosas y cunetas. Estamos hablando de inocentes asesinados
y tirados como animales en esas fosas y cunetas, con sus gargantas atragantadas
de historias y sus cráneos atravesados por un 9 mm Largo disparado por un héroe
inscrito en la placa de mármol que aún cuelga, como un despojo podrido, en
cualquier esquina de mi ciudad. ¿Cómo les explicas a
ellos la equidistancia? ¿Cómo le cuentas que no estás con las víctimas inocentes? Explícales a esos
huesos que la virtud está justamente entre ellos y el pelotón de fusilamiento. Díselo:
equidistante, entre ellos y los que apuntaron, dispararon y remataron a un
inocente. Y luego me lo cuentas.
2 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Cordial saludo, maestro!
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