Este artículo se publicó en La Voz del Sur, el 28 julio 2017
La patria de
María es pequeña. Apenas una habitación compartida, cuatro o cinco pasillos y
tres salones. Los recorre despacito, aferrada a su bastón, todos los días. Y se
le acaba en un sillón, frente al ventanal que da al jardín…
…tal vez por eso se
aferra a la patria de su juventud. Entonces era enorme. Estaba convencida de
vivir en una patria grande y libre, con una bandera que ondeaba al paso alegre
de la paz y cara al sol. Unos símbolos que aún la hacen llorar de emoción. Vibra
cuando los legionarios levantan el Cristo de la Buena Muerte y cantan su
necrófilo himno; llora cuando las tropas del Tabor de Regulares desfilan con
elegante parsimonia y, sobre todo, hipa de emoción cuando ve izar la bandera española
en lo alto de cualquier pódium. Son estímulos intensísimos que nos mueven a todos,
que nos emociona porque seguramente nos identifica con la pertenencia a una
tribu… no sé. Son estímulos que deben ir directamente a no sé cual centro
neurológico para provocar tales reacciones emocionales. Seguro que los neurocientíficos
van vislumbrando cómo ocurren estas cosas.
La ideología de
María es España y su bandera. Es así de sencillo. No hay más a estas alturas y
nadie va a cambiar eso. Ni nadie quiere cambiarlo. Ya no entiende muchas cosas
María. No entiende, por ejemplo, que los catalanes quieran irse de España (no
sabemos en realidad cuántos catalanes quieren irse)…
— …pero, mamá,
ellos aman a Cataluña como tú amas a España.
Pero no se lo
digo. Sólo lo pienso. No lo va a entender porque María lleva su idea de patria
y bandera metida en los tuétanos y no concibe otra cosa. Era una niña cuando
descargó la Guerra Civil sobre ella; y adolescente cuando acabaron los tiros… pasó
poco tiempo en una escuela de monjas y mucho tiempo trabajando en casa. Ser la
mayor de ocho hermanos la condenó a ser la criada de todos ellos.
María amamantó a
sus hijos con esa patria gris de posguerra sonando a través de Radio Ceuta, EAJ-46.
Aquella era una sociedad colonial, clerical y cuartelera. Una conjunción de
uniformados y curas que entendían la seguridad como bien supremo, y la libertad
como ocasión de pecado. Y, a pesar de todo, a pesar de pertenecer a la parte
humilde del pueblo acabó admirando a sus amos, asumiendo sus valores y
olvidando su origen… ¡qué cosa tenemos los hombres que acabamos enamorados de
nuestros verdugos, los siervos peleando por sus señores y los oprimidos
añorando a sus opresores! ¡Cómo coño pasa eso!
La realidad
siempre es una construcción subjetiva… hay tantas percepciones como seres
humanos. Y todas aceptables si, a su vez, son capaces de aceptar la diversidad.
No sé cómo ocurren estas cosas, pero durante la juventud de María, los
fascistas que gobernaron España tras la Guerra Civil, objetivaron la realidad,
es decir, la convirtieron en una construcción inamovible. Ellos diseñaron una
patria propia, a su medida. Una patria a la que, inevitablemente, había que
pertenecer por ser español. E hicieron de ella la única ideología posible y
aceptable… y a esa patria ideologizada le pusieron una bandera roja y gualda.
Los fascismos son así: se apropian de la patria de todos y la convierten en una
unidad de destino en lo universal…
Me siento cómodo
en España, entre su gente, en sus pueblos. Supongo que si algo soy, es español…
pero no siento la bandera, aunque le hayan quitado el aguilucho fascista. Lo
más probable es que no tenga razón en lo que voy a decir a continuación… no
tengo razones para decirlo, lo que tengo son sentimientos. Los sentimientos se
tienen o no se tienen, y apenas se pueden justificar. Y siento que la bandera
de la monarquía borbónica española tiene incrustada una enorme cantidad de
bandera franquista… Me gustaría amar la bandera, pero no la siento. Y también
me incomoda ampararme bajo otras banderas, incluida la republicana… debe ser
que las banderas tienen el peligro —que no siempre— de cobijar a grupos de
hombres con una idea común y pocas ideas propias… es el peligro de cobijarse
bajo ellas, que puede agrisar el pensamiento de cada ciudadano. Puede…
— Claro que sí,
mamá. Es una bandera preciosa —le aseguro—. ¡Ya quisieran muchos tener una
bandera como la nuestra!
…entonces María
entorna los ojos evocando su juventud. Y ve a Miguel de su brazo. ¡Se parecía tanto
a Errol Flynn con ese bigotito! Y evoca a su hijo delgadito y frágil subiendo a
los pinos. Se ve cosiendo en el salón de la casa mientras en Radio Ceuta,
EAJ-46, suena un bolero de Machín…
…es la sencilla
patria de María.
3 comentarios:
Buenísimo.
No tiene desperdicio.
Gracias, amigos. Muy amables.
Publicar un comentario