domingo, 7 de mayo de 2017

El mundo de María

Yo la he visto abrazada al cuerpo de su hija. Sin fuerzas para llorar y sin comprender. Con ochenta y ocho años debería ser ella la que recibiera los llantos y no al revés. Pero la muerte pasó a su lado sin prestarle atención porque buscaba con saña a su pequeña. Hasta que se la llevó. La Señora de Negro siempre acaba imponiendo su fea voluntad. Y no lo entiende. María no entiende para qué sigue viva…


Todos los días la visitamos en la Residencia. La encuentro relajada en su butaca con los ojos entornados y me sonríe. Somos uno de los hitos que rompen su rutina diaria. Se apoya en el bastón y en mi brazo y, con permiso de sus rodillas, caminamos juntos hasta un rincón donde nos cuenta las cosas que va descubriendo día a día entre esas paredes y entre los hombres y mujeres que comparten ahora su vida. María apenas interfiere en su entorno, prefiere que la vida transcurra sin ella, que la dejen al margen y que nadie espere nada de María. Sonríe a todos sus compañeros y le gusta que le digan lo guapa que se ha puesto hoy. Y así los va conquistando…

Su mundo es ahora un pequeño universo estructurado donde cada anciano tiene su lugar. Ocupan siempre el mismo butacón. A esas edades es mejor que la vida esté pautada y que cada cual conozca qué va a pasar a continuación… las luchas por un status y la conquista por el liderazgo del grupo son cosas que hay que evitar. Pero ocurren.

Para María el transcurso del tiempo se hace más relativo cada día qué pasa. Ocurre que las mañanas son eternas y las tardes efímeras, o al revés. A María le cuesta a veces saber si lo que viene a continuación es la comida o la cena. Entre comida y cena se sienta junto a Fermina, que habla muy bajito y con acento murciano. María oye muy poco y por eso no la entiende, pero afirma cuando intuye que le hace una pregunta, y le sonríe. De alguna forma encuentran la manera de comunicarse porque comparten el mismo universo y conocen cuáles son las preguntas… luego, cada una compone la respuesta que se le antoja. Fermina tiene un hijo, pero vive lejos y la visita poco. María no sabe si Fermina tiene nietos… a lo mejor se lo ha dicho, pero María oye muy poco y Fermina habla en susurros, y así no hay manera.

José Domingo tiene tres dientes y se mueve con soltura por la Residencia, se conoce todos los rincones y se sabe todas las vueltas del funcionamiento. Cada vez que me encuentra me pide cincuenta céntimos para un cafelito… y me encuentra cada cinco minutos porque tiene memoria de pez. Lo tiene terminantemente prohibido, pero no hace caso y pide a todos los visitantes; se ve que no puede evitarlo. Al final hay que ponerse serios con él y sólo entonces se marcha.

Carmela viste siempre en todos marrones y lee libros para su hermano que va en silla de ruedas. Ella y su hermano no son demasiado mayores, siempre van juntos y a ambos les cuesta devolver el saludo cuando entro en la sala-biblioteca, aunque lo haga todos los días a la misma hora y les dedique un gesto amable. Carmela lee en voz alta y su hermano mira al frente imaginando la escena…

Juana se ha quedado dormida en una butaca de la biblioteca, entre sol y sombra. La cabeza caída y en la mano sostiene una vieja foto de un militar joven…

Hay ancianos que se aíslan voluntariamente… otros están radicalmente solos y no esperan nada. Recuerdo la primera vez que entré en la sala grande y los vi a todos sentados, muchos dormidos, otros desparramados en sus sillas de ruedas. Y recuerdo a mi sobrino Juanito, el nieto de María, que me decía con lágrimas en los ojos que no podía con esa estampa. Yo lo he comprendido al cabo de un tiempo. No imaginaba que detrás de cada uno de ellos, aparentemente abandonados a la indolencia, que no parecen esperar nada del tiempo que les toca vivir, latían tantísimas emociones… cada uno de ellos tiene un nombre, una identidad única, una historia viva y me entregan una sonrisa cada vez que entro en la sala. Los conozco ahora, Juanito, y sé lo feliz que son cuando se les dedica una simple sonrisa: te veo y te reconozco, le estás diciendo a cada uno.

Es tan sencillo.

2 comentarios:

PACO "CEUTA" -- LÁGÜELO-- dijo...

Sentimientos encontrados, soledad, añoranza, tristeza, emoción, pena en la marcha diaria; pero ahora, supongo que alegría por la cercanía. A mis niños les tenemos dicho, que cuando uno de nosotros no pueda valerse por si mismo, del tirón a la residencia, allí... no necesitaremos tantos espacios. DISFRUTALA en la medida de las posibilidades, hazle ver los lugares que no pudo ver en tu entorno, y dale un beso de este caballa, que sin conocerla, la aprecia.

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Un abrazo, amigo.