Yo la he visto
abrazada al cuerpo de su hija. Sin fuerzas para llorar y sin comprender. Con
ochenta y ocho años debería ser ella la que recibiera los llantos y no al
revés. Pero la muerte pasó a su lado sin prestarle atención porque buscaba con
saña a su pequeña. Hasta que se la llevó. La Señora de Negro siempre acaba
imponiendo su fea voluntad. Y no lo entiende. María no entiende para qué sigue
viva…
Todos los días la
visitamos en la Residencia. La encuentro relajada en su butaca con los ojos
entornados y me sonríe. Somos uno de los hitos que rompen su rutina diaria. Se
apoya en el bastón y en mi brazo y, con permiso de sus rodillas, caminamos juntos
hasta un rincón donde nos cuenta las cosas que va descubriendo día a día entre
esas paredes y entre los hombres y mujeres que comparten ahora su vida. María apenas
interfiere en su entorno, prefiere que la vida transcurra sin ella, que la
dejen al margen y que nadie espere nada de María. Sonríe a todos sus compañeros
y le gusta que le digan lo guapa que se ha puesto hoy. Y así los va
conquistando…
Su mundo es ahora
un pequeño universo estructurado donde cada anciano tiene su lugar. Ocupan siempre
el mismo butacón. A esas edades es mejor que la vida esté pautada y que cada cual
conozca qué va a pasar a continuación… las luchas por un status y la conquista
por el liderazgo del grupo son cosas que hay que evitar. Pero ocurren.
Para María el transcurso
del tiempo se hace más relativo cada día qué pasa. Ocurre que las mañanas son eternas
y las tardes efímeras, o al revés. A María le cuesta a veces saber si lo que
viene a continuación es la comida o la cena. Entre comida y cena se sienta
junto a Fermina, que habla muy bajito y con acento murciano. María oye muy poco
y por eso no la entiende, pero afirma cuando intuye que le hace una pregunta, y
le sonríe. De alguna forma encuentran la manera de comunicarse porque comparten
el mismo universo y conocen cuáles son las preguntas… luego, cada una compone
la respuesta que se le antoja. Fermina tiene un hijo, pero vive lejos y la
visita poco. María no sabe si Fermina tiene nietos… a lo mejor se lo ha dicho,
pero María oye muy poco y Fermina habla en susurros, y así no hay manera.
José Domingo
tiene tres dientes y se mueve con soltura por la Residencia, se conoce todos
los rincones y se sabe todas las vueltas
del funcionamiento. Cada vez que me encuentra me pide cincuenta céntimos para
un cafelito… y me encuentra cada cinco minutos porque tiene memoria de pez. Lo
tiene terminantemente prohibido, pero no hace caso y pide a todos los
visitantes; se ve que no puede evitarlo. Al final hay que ponerse serios con él
y sólo entonces se marcha.
Carmela viste
siempre en todos marrones y lee libros para su hermano que va en silla de
ruedas. Ella y su hermano no son demasiado mayores, siempre van juntos y a
ambos les cuesta devolver el saludo cuando entro en la sala-biblioteca, aunque lo
haga todos los días a la misma hora y les dedique un gesto amable. Carmela lee
en voz alta y su hermano mira al frente imaginando la escena…
Juana se ha
quedado dormida en una butaca de la biblioteca, entre sol y sombra. La cabeza
caída y en la mano sostiene una vieja foto de un militar joven…
Hay ancianos que
se aíslan voluntariamente… otros están radicalmente solos y no esperan nada. Recuerdo
la primera vez que entré en la sala grande y los vi a todos sentados, muchos
dormidos, otros desparramados en sus sillas de ruedas. Y recuerdo a mi sobrino Juanito,
el nieto de María, que me decía con lágrimas en los ojos que no podía con esa
estampa. Yo lo he comprendido al cabo de un tiempo. No imaginaba que detrás de
cada uno de ellos, aparentemente abandonados a la indolencia, que no parecen
esperar nada del tiempo que les toca vivir, latían tantísimas emociones… cada
uno de ellos tiene un nombre, una identidad única, una historia viva y me
entregan una sonrisa cada vez que entro en la sala. Los conozco ahora, Juanito,
y sé lo feliz que son cuando se les dedica una simple sonrisa: te veo y te reconozco, le estás diciendo
a cada uno.
Es tan sencillo.
2 comentarios:
Sentimientos encontrados, soledad, añoranza, tristeza, emoción, pena en la marcha diaria; pero ahora, supongo que alegría por la cercanía. A mis niños les tenemos dicho, que cuando uno de nosotros no pueda valerse por si mismo, del tirón a la residencia, allí... no necesitaremos tantos espacios. DISFRUTALA en la medida de las posibilidades, hazle ver los lugares que no pudo ver en tu entorno, y dale un beso de este caballa, que sin conocerla, la aprecia.
Un abrazo, amigo.
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