martes, 16 de febrero de 2016

Los hombres de Menga

Hablaba Alba de desayunos y se me vino a la cabeza el que nos regalamos el sábado pasado, camino de Antequera. La Venta estaba cerca de Algodonales… en medio de la Sierra de Cádiz, que es tierra rica en recios panes y mantecas de cerdo con zurrapas de lomo o hígado. Las hay blancas y colorás, y últimamente han proliferado cierta variedad de patés de jamón curado, york, salchichón… La ventera trajo lo menos seis recipientes con distintos preparados que se nos iban los ojos detrás de aquello. Sin remilgos. Por estas latitudes todavía dejan encima de la mesa lebrillos rebosantes para que te sirvas a destajo, y no esas ridiculeces de tarrinitas monodosis y asépticas que apenas dan para untar una mísera rebanada de pan… No, aquí, por el momento, te sirves a voluntad.

Las niñas empezaron muy comedidas… no, yo medio mollete que luego se me repite… pero acabaron pidiendo más rebanadas de pan de campo para ir probando aquella variedad de mantecas. Eso sí, todos éramos plenamente conscientes de lo malo que es tal cosa para el colesterol y triglicéridos… pero de algo hay que morir, ¿no?

El indio o Peña de los enamorados, en la vega de Antequera. Es una foto de Ángel López González

La antigua Anticaria romana se transformó en la Antaqira árabe para llegar a nosotros como Antequera… un pueblo sorprendente situado en un cerro que domina la riquísima vega del río Guadalhorce. Encrucijada de caminos, incluso pudo ser la capital de la Comunidad Autónoma de Andalucía. Con apenas 42.000 habitantes tiene más de treinta iglesias… muchas almas descarriadas habría que reconducir, pensó servidor. Pero no es por eso, la cantidad de iglesias es consecuencia directa de la riqueza del pueblo y de la competición que cada hombre poderoso planteaba para dejar constancia de su riqueza: financiaban la construcción de iglesias para asegurarse una digna sepultura. El resultado es extraordinario… las visitamos el grupo de amigos –no todas, claro-, y lo hicimos de la mano de una guía francesa que, decía, había recalado aquí buscando los caballos andaluces (…podía haber acabado en Jerez de la Frontera, pero no, acabó en Antequera).

Servidor se maravilla siempre del arte que atesoran las iglesias, y del esfuerzo creativo y tecnológico que hay detrás del mecenazgo religioso. Esa dinámica ha sido el mayor impulso a la creatividad artística humana…

…pero siempre me asalta la misma reflexión: ¿y si tal creatividad artística y tecnológica, dedicada a enaltecer una quimera indemostrable, se hubieran dirigido la difusión de la razón y el conocimiento empírico? ¿Qué sociedad tendríamos hoy? ¿Sería una sociedad más feliz, menos sumisa, más evolucionada, más igualitaria, más justa…?

Como de costumbre, no sé… ¿Es posible imaginar una sociedad que NO haya pasado por esas etapas culturales?

Pero lo que me resulta realmente fascinante de Antequera son sus dólmenes. Hace 6000 años, los hombres que habitaban aquella vega tan fértil no eran primitivos. Tenían unas creencias tan firmemente arraigadas que, en torno a ellas, también construyeron sus catedrales con un esfuerzo humano extraordinario, tanto físico como intelectual. Y lo hicieron sin recurrir a mano de obra esclava, lo hicieron ellos, una comunidad cooperante.

El dolmen de Viera lo orientaron exactamente hacia los equinoccios, y cuando amanece esos dos días, los primeros rayos del sol entran hasta la cámara más profunda. Sin embargo, el dolmen de Menga lo enfilaron exactamente hacia sus antepasados muertos: esa extraordinaria cabeza durmiente de piedra que se eleva en la llanura de Antequera…


Fuente: Flickr  / Autor: julie3jax

Me temo que va a ser verdad. Es evidente que los hombres hacen cosas extraordinarias mientras creen en cosas indemostrables… y que la razón, por lo que se ve, no les conduce a nada duradero. 

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