jueves, 10 de diciembre de 2015

Viaje otoñal: gradiente antropológico

El viaje comienza cuando lo imaginas por primera vez. Creo que lo desencadenó una foto otoñal de castaños repletos de ocres, amarillos y verdes. Sin sombras, porque el día de la foto era nublado y tal vez orvallaba… Ahora, siempre que veo un castaño, me acuerdo de mi amigo el Gran Golucas. Algún día contaré la historia del Gran Golucas porque no tiene desperdicio.

Santa María del Tietar (Ávila)

El Viajero no anduvo Solitario esta vez, le rodearon amigos y cuando eso ocurre hay que consensuar las voluntades de todos. Mi sobrino Javier, que es muy sabio, tiene un lema muy apropiado, dice: «Ante todo, mucha calma…» y sólo con evocarlo ya me proporciona placidez de ánimo y sosiego para disfrutar de cada instante, de cada centímetro que avanzamos hacia el norte porque nuestros viajes siempre son hacía el norte, no hay otro camino posible porque al sur comienza el mar y servidor es hombre de tierra firme.

Santa María del Tietar (Ávila)

…el placer que proporciona al viajero comprobar el gradiente antropológico que se forma de sur a norte (y también de este a oeste)… es decir, observar cómo el acento de la gente se modifica gradualmente de un pueblo al siguiente. Pero no sólo eso, también los usos y costumbres se van modificando lentamente conforme avanzamos. La arquitectura popular se amolda a los materiales de cada zona… en Guadalajara, por ejemplo, un valle tiene las casas negras de pizarra y el siguiente las tiene roja de piedras ferrosa. En la Vera construyen de una forma y en las Hurdes de otra. Y como estos ejemplos los hay a centenares.

Las balconadas se agrandan o se encogen en función del clima o de los vientos dominantes. Las tejas se colocan de una manera u otra. Las chimeneas se rematan con soluciones totalmente singulares según en qué comarca estemos. En campo abierto, la manera de hacer los muros y las vallas que separan las propiedades también evolucionan… incluso la forma de hacer las bisagras de las portas y la maña para trabar un portalón con otro. Y la comida, la bebida y las creencias. Y, sobre todo, cambia el paisaje humano y físico. Todo cambia conforme viajas porque te traspasa lo distinto.

El medio siempre nos condiciona culturalmente. Todo demuestra una evolución gradual en función del espacio recorrido durante el viaje. Y si eso no pasara, poca diferencia habría entre un pueblo y el siguiente, y no merecería la pena viajar… el contraste siempre es bello, es lo que nos hace mirar con renovada atención las cosas y las gentes...

...y así subíamos de sur a norte.


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