jueves, 10 de septiembre de 2015

Tal vez un ramalazo de misoginia

La señora protesta por el café. Lo hace con impertinencia y con el ceño fruncido. Me parece que si alguien le hubiera dicho en su juventud que se ponía así de fea, ahora sería otra cosa. Parece ser que el café estaba demasiado oscuro para su gusto. Ha refunfuñado un ratito contra la camarera mientras buscaba la complicidad de la señora de la mesa contigua. Al final ambas descubren que van al mismo médico y se sienten más cercanas y solidarias porque comparten algo vital en estas edades. Pero se quejan de que nunca las recibe a la hora de la cita, ¡Vaya por Dios! Luego, entre las dos, han arreglado las cosas de la sanidad pública andaluza. Y todo esto lo comentan sin complejos, a voces tan notables que servidor se entera sin esfuerzo a tres mesas de distancia. Esto no pasa en Copenhagen… en Roma sí.

La camarera acaba trayéndole un café clarito, como quería la del ceño fruncido. Lo hace sin rechistar, y encima le quita hierro al asunto con mucho oficio… Nada mujé, yo te lo cambio ahora mismito y no pasa ná… Pero a la señora le cuesta alisar el ceño. (Alguien se lo tendría que decir, pordió)

 De la serie Furtivas. Carnaval de Cádiz, 2015

¡Caramba! Mientras escribía esto se ha sentado delante de mí una chica monísima. Se ha colocado entre servidor y la estatua del general franquista bilaureado, el que aún preside la plaza. No creo que la chica llegue a los cuarenta añitos. Morena, pelo cortito y vestida con una camisa blanca sueltecita, sin cuello. Lleva una carpeta portafolios y el camarero le ha llevado un café y media tostada... ¡Jolines! Ya no estoy relajado. Tiendo a mirarla de vez en cuando, a hurtadillas. Pero está muy cerca y me incomodaría que las miradas se encontraran. 

No sé... A servidor le parece que las relaciones entre humanos siempre son sexuales.  Es inevitable. Nos condiciona el sexo del que tengamos delante. Las poses, las miradas, la inflexión de la voz, la complicidad que se establece —si se establece—, etc., surgen en función del otro. Y para superar ese inevitable juego de seducción, es decir, para establecer una relación entre personas por encima de su condición de género, al margen de sexos, hay que interponer con decisión —y con voluntad consciente— una educación que se superpone a lo atávico y lo anula.

La chica se levanta y resulta que usa unos pantaloncitos cortos que le sientan la mar de bien (¡…si llega a ser un hombre ni lo habría mirado!) Cuando se marcha me quedo más tranquilo.

No sé… ¿Será esto un ramalazo de misoginia o simplemente será lo que tiene que ser?

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