martes, 2 de julio de 2013

El arte de repartir hostias

Hay una foto antológica de Pinochet comulgando. Desconozco el origen, lo siento. Una delicada mano, ensortijada en oro, le ofrece una hostia consagrada, y el asesino la recibe en la boca con los ojos entornados… el Hijo de la Gran Puta parece extasiado.

La recibe –la hostia, digo- con semblante contrito, como sintiendo la paz celestial desparramándose por sus entrañas de pus.
'Te recuerdo Amanda, la calle mojada… con él, que partió a la sierra, que nunca hizo daño, que partió a la sierra, y en cinco minutos quedó destrozado…'
Sí, hay días en los que YA nada te parece importante porque de eso se trata, de que te aburras y abandones tu pizca de crítica a la situación. Días en los que ya no son novedad ni los corruptos, ni los políticos que traicionan los votos, ni los poderes financieros que esclavizan a la gente, ni los descerebrados que adoran la teología neoliberal que condena a sus propios hijos y nietos a la inanición profesional… pero una foto te saca de la modorra.
La foto es todo un tratado: El poder eclesiástico pillado in fraganti en coyunda mística con la fuerza bruta, con el poder de las botas claveteadas que defienden a los privilegiados de siempre, a las clases de bien y de orden, a los que gobiernan de toda la vida…
Ambos poderes, el eclesiástico que bendice, y el de las clases privilegiadas, son a la postre el único enemigo de la gente. No deberíamos olvidarlo…
…al fin y al cabo ambos reparten las hostias.

El Gran Cabronazo, con la de gente que estaba torturando en esos precisos momentos, no siente el menor reparo ético en recibir el mismísimo cuerpo de Cristo. Ni él tiene reparos, ni el 'delicadito' que se la ofrece.


No hay comentarios: