jueves, 16 de junio de 2011

La batalla de Barcelona


Puede que al final sólo recordemos las agresiones de unos fascistas disfrazados de indignados a los parlamentarios catalanes. Es una pena. Nosotros, los indignados, teníamos la simpatía de millones de ciudadanos silenciosos… hasta ahora. Porque por culpa de estos violentos, incrustados de mala manera, difícilmente podremos oponer una cualidad ética frente los políticos que dejan al ciudadano inerme ante los poderosos.



Por el contrario, ellos, los políticos electos, tienen los millones de votos, aunque muchos sean votos cansados, incrédulos, resignados. Los tienen. Y, mientras queda en la retina esa vergonzosa violencia, ellos, los políticos electos, redujeron violentamente un 10% los dineros destinados a sanidad, educación y demás asuntos sociales. Las plazas y la razón podrían ser nuestras, pero ellos manejan los hilos de la política real porque ocupan el parlamento democráticamente. Así que ha ¿vuelto a ganar la voluntad popular? Me temo que no. En el parlamento catalán han aplicado las recetas del dogma neoliberal que se callaron como putas durante la campaña electoral. Y, para colmo, en la batalla de Barcelona nos hemos dejado valiosísimos jirones de apoyos populares. Los violentos actuarán siempre que lo deseen y son aliados de una clase de políticos que tiene votos, pero está a años luz de velar por el bienestar del ciudadano.

¡Cuántos políticos y medios de comunicación se frotarán las manos encantados por la enorme torpeza! Estoy seguro de que muchos deseaban y rezaban para que ocurriera: de un plumazo pueden desprestigiar la contestación popular del 15M… y el problema es que habremos perdido una oportunidad de oro. El movimiento 15M debería desbordar a los partidos como un tsunami; inundar los laboratorios de ideas con ideas frescas, donde el ciudadano vuelva a ser el centro de la política… pero eso solo ocurrirá desde un comportamiento exquisito y elegante, respetuoso con las instituciones. Sólo entonces será incontestable

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