viernes, 15 de enero de 2010

Racismo rampante

Conozco a una adorable dama de 85 años —madre de un buen amigo— que no entiende lo que está pasando. La realidad es que se siente insegura en su propio país. Ve con temor cómo avanzan culturas que siempre ha percibido hostiles —pero como eran lejanas, no llegaban a molestar—. Y no entiende por qué ahora vienen y quieren construir mezquitas en ciudades españolas, si aquí, en España, somos católicos…

— ¡Que se vayan a su país y a sus mezquitas! —Y añade un argumento que encuentra demoledor— ¡Seguro que en sus países no nos dejan rezar como les dejamos aquí! Los españolitos siempre seremos unos Qijotes...

— Pero es que aquí tenemos libertad religiosa, doña Rosa —me atrevo a indicar suavemente—, y hemos construído un Estado de libertades que permite respetar a todos, a los católicos y a los musulmanes, por eso podemos llegar a ser mejores, porque hemos aprendido a respetar a las personas, aunque sean diferentes.

Pero me parece que no sirvió de mucho lo que servidor le pudo decir. La dama argumentaba, horrorizada, que hay moros por todos lados, robando a punta de navaja y que todos son unos delincuentes… y que son los mismos que se suicidan poniendo bombas en trenes.

Traté de explicarle el discurso políticamente correcto: o sea, que la inmensa mayoría de los inmigrantes no son delincuentes; que vienen a trabajar como nosotros fuimos a Alemania; que en su país no tienen futuro mientras que en España medio se pueden apañar con las migajas; que son gente como nosotros, con los mismos problemas; que si viven aquí tienen los mismos deberes y los mismos derechos que cualquiera de nosotros; que tenemos que presuponer que cumplirán con las leyes de este país aunque mantengan sus costumbres y su identidad…

…pero Rosa no entiende. ¡ROSA NO ENTIENDE!

Por el contrario, entiende perfectamente lo que hacen las autoridades xenófobas de VIC, esos grandes patriotas, y entiende estupendamente el rechazo de Berlusconi hacia los inmigrantes, y la prohibición de los suizos a los minaretes de las mezquitas, y también entendería perfectamente a Le Pen y el mensaje racista de la Liga Norte… Todo eso lo entiende perfectamente.

Y entonces le digo a Rosa que estos mendas están en el mismo camino de Hitler respecto a los judíos… ¡No! Pero ella no es racista. Solo quiere que los inmigrantes no molesten con sus costumbres raras; que no amenacen con disolver las esencias patrias; y que los extranjeros (léase: moros) que no se mimeticen deberían echarlos de nuevo a su país, donde les quieran, a seguir allí con sus costumbres…

Doña Rosa tiene un mensaje sencillo y claro; diría que es una convicción largamente aprendida de forma subliminal. Le llega directamente al hígado y demás visceas. Se inserta en la impronta tribal del cro-magnón; encaja con la territorialidad del australopithecus y se cobija en la agresividad del parantrhopus.

¡A ver cómo unos combaten y superan estos humores biliares! ¡A ver como otros ponen de su parte y ayudan…! Porque algo habrá que hacer! ¿No?



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