jueves, 17 de diciembre de 2009

Los pies de Franco


Franco era pequeño, más bien barrigoncete y con mala leche, con muy mala leche, la verdad —lo digo porque me acuerdo personalmente de los tres detalles—… aunque, por entonces, el niño tenía una idea más amable del personaje; que era la imagen que nos ofrecía el No-Do, o sea, un abuelete pescador de salmones, bonachón y cariñoso con sus nietecitas. Eso sí, al niño, las nietas le parecían repelentes y virtuosas niñas de colegio de pago… de monjitas, por supuesto.

O sea, estoy hablando de Franco, el dictador que gobernó a todos los españoles, quisieran o no, durante los cuarenta años… que había dejado sus huellas en Ceuta en el año 36, exactamente el 5 de agosto. Ese día, según cuentan las crónicas del Régimen, se apostó, prismáticos en mano, en la loma de San Antonio, a mitad de camino entre la playa de San Amaro y la fortaleza-presidio del Monte Hacho, y desde allí dirigió con resuelto ademán elConvoy de la Victoria, que fue cuando, en hábil y peligrosa maniobra —sin olvidar la inestimable ayudita de la Virgen de África, fervorosa defensora de los ejércitos nacionales—, logró burlar el bloqueo naval republicano del Estrecho (el de Gibraltar, claro), y transbordar buena parte del ejercito de África, la elite del ejército de España, a la península. Desde ese momento, la suerte estaba echada a favor de los rebeldes, que entonces eranlos buenos de la película, porque, ¡válgamedios!, para eso se gana una guerra y una posguerra, sobre todo la posguerra.

Imagen de la Santísima Virgen de África, patrona de Ceuta, protegiendo al Convoy de la Victoria. “…y la Virgen de África iba en nuestros corazones…”, decían los legionarios. / Postal de la época.

Pues en ese lugar de Ceuta levantaron los vencedores un monumento en torno a las huellas de los pies de Franco… cuando el niño veía la enormidad de esas huellas de hormigón comprendía la grandeza del personaje que tanto salía en el No-Do. Aquellas marcas en el suelo eran la referencia para medir el paso del tiempo… ¡¡Mira, papá, soy Franco!!

Sí, recuerdo que el niño introducía los zapatos de domingo en la impronta del gran hombre… pero, inevitablemente, el tiempo las fue empequeñeciendo en todos los sentidos. Y llegaron a ser tan pequeñas que entonces fue un placer hollarlas con saña…

Sí… con el tiempo pasa eso. A todos coloca en su sitio el tiempo. El tiempo convierte en efímeras las cosas que parecían eternas. Por eso, poco tiempo le debe quedar a los Pies de Franco… y no sé qué sería lo más honesto. Tampoco sé si hay que ser honestos, generosos, rectos o prácticos… ¿Hay que olvidar los Pies de Franco en un rincón o dejarlos en su sitio para recordar la ignominia de unos hombres contra otros hombres? O sea, ¿olvidar de una puñetera vez o tener presente la pedagogía de una guerra fraticida?

No paro de hacerme la pregunta… tal vez porque no me gusta la respuesta que me doy a mí mismo.



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