viernes, 26 de septiembre de 2008

Ejemplos pequeños de represión franquista

A mi abuelo Manuel lo metieron en el calabozo los falangistas. Era el año 1937. Pero tuvo suerte, no lo fusilaron junto a la tapia del cementerio, ni lo desaparecieron en una cuneta, ni lo condenaron por rojo o desafecto al régimen ni nada de nada… se escapó porque un tal coronel León era hermano de un cuñado de un amigo de un vecino etc., etc., etc. Por eso y porque todas las mañanas, al amanecer, cuando un grupo de piadosas beatas pasaba delante de su carnicería rezando el rosario de la aurora, pidiendo por el éxito del Caudillo en su Cruzada, Manuel “el carnicero”, con su delantal blanco manchado de sangre, abandonaba sus faenas, dejaba la puerta de su negocio abierta, y se sumaba a la triste letanía nacionalcatólica… Dios te salve María (Dios te salve María) Plena eres de gracia (plena eres de gracia) El Señor es contigo (el Señor es contigo)… Eso le salvó.

Los escasos días que podía vender algo de carne —cuando le entraba algún cerdo de las escasas granjas de Ceuta—, se formaban unas colas enormes. Y ese mal día el asistente de un capitán del ejército rebelde, que se creía un privilegiado, se quiso saltar la cola de simples civiles de segunda. En la discusión que originó, mi abuelo le dijo al listillo que era un gracioso. Agraviado y humillado, el asistente corrió a su capitán y le dijo que el carnicero le había negado la carne para sus hijos (los del capitán) y encima le había llamado faccioso. Fue suficiente. Un piquete de falangistas se lo llevó. Tres días en el calabozo hasta que la intervención del coronel León y su presencia en los rosarios de la aurora le exoneraron de toda culpa… Así eran las cosas para miles de españoles en la retaguardia y en la posguerra.


Mientras eso pasaba, mi abuelo Miguel Ángel —el teniente López— moría en el frente de Madrid, en el bando de Franco, defendiendo valientemente sus ideas y sus convicciones.

Y en Villa Sanjurjo (Alhucemas, “la Zona”, costa marroquí, entre Ceuta y Melilla), un mendigo comía pipas en una esquina. El grupo de falangistas había venido desde Melilla para observar el buen orden en una ciudad que ni siquiera tuvo necesidad de pronunciarse ni a favor ni en contra del Alzamiento Nacional: eso era cosa de España… No exigieron a los funcionarios estatales, ni a la población civil, que se afiliaran a la Falange, el único partido posible; pero para demostrar el debido respeto era obligatorio saludar, brazo en alto, cuando pasaba una camisa azul… el pobre mendigo, efectivamente, saludó brazo en alto, como exigían los dominadores, pero para que no se le cayeran las pipas, las mantuvo en el puño cerrado… ¡pobre hombre! Pareció mismamente el saludo comunista. Una provocación imperdonable. Fue preso. Lo mandaron a la prisión de Zeluán, y terminó en Rostro Gordo, el macabro lugar de Melilla donde ejecutaban a los rojos...

FALTA FOTO

Solo quiso mantener las pipas en la mano… y lo fusilaron por rojo. Puede que ahora estas cosas hasta provoquen una sonrisa triste, pero no las debemos olvidar. Pasaron.

El asunto del mendigo y las pipas está extraído de “Fragmentos de una conversación continua sobre Alhucemas”, de Juan Román. Publicado en 1994 por el Ayuntamiento de Melilla, en la Colección Zaguán de África.


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