domingo, 2 de mayo de 2004

Las penurias del asedio francés

Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, 2 de Mayo de 2004

El 4 de Febrero de 1810, con los franceses pisándoles los talones, los restos del ejército de Extremadura, al mando del Duque de Albuquerque, se refugian en la Isla de León. También lo hacen las Cortes del Reino y la Regencia. En ese momento las defensas del Puente Zuazo son inexistentes... pero el guarda que lo cuidaba, un inválido un tanto ingenuo el hombre, tranquilizó al duque diciéndole: “Sosiéguese V.E.: que nadie ha de pasar sin pasaporte”.

Tres días más tarde las tropas de Napoleón, al mando del general Soult, ponen sitio a las islas gaditanas, último trozo independiente del estado. El resto de España está ocupada por los franceses y se generaliza una anárquica rapiña y destrucción de nuestros tesoros artísticos. Y mientras en el resto del país los españoles inventaban la guerrilla, los vecinos de la Isla de León soportaron innumerables sacrificios en el asedio de 1810 a 1812. Era una ciudad volcada en la defensa del último bastión nacional y lo demostró, entre otras maneras, ofreciendo sus casas particulares para alojar a las tropas. Y no sólo las casas, también las llamadas Casa-Puertas y las azoteas se utilizaron para cobijar a españoles, ingleses y portugueses. Y ese hacinamiento, entre otros inconvenientes, predisponía la aparición de las temidas epidemias de fiebre amarilla.

Napoleón era el señor absoluto de toda Europa. Sin embargo, la escasa escuadra española, al mando del Teniente General Ignacio de Álava, y la inglesa, al mando del contralmirante Purvis, hicieron posible el abastecimiento de víveres, que nunca faltó entre la población sitiada. Aún así, en los primeros momentos del asedio hubo una preocupante escasez de leña. Y no fue un asunto menor porque de ello dependía la fabricación de estacas con las que estabilizar el fango de las defensas que se construían en todo el contorno del río de Sancti Petri y, sobre todo, era imprescindible para hornear el pan que debía consumir una población engrosada bruscamente con tropas y con los representantes de las cortes que pronto iniciarían las sesiones para redactar la primera constitución liberal española (por cierto, lo hicieron en un teatro de comedias que estos días, convertido en el Real Teatro de las Cortes de San Fernando, cumple 200 años de historia). Era tal el número de bocas que alimentar que la provisión de víveres del Ejército y la Marina no podían atender la demanda diaria de pan. Por esta razón, el Director General de Provisiones envió un oficio a la Junta de Defensa solicitando que “...se proporcione la Casa-Horno desocupada, y la artesa, del panadero Conejero, mediante a no ser bastante los hornos de la provisión para el crecido número de pan que se ha aumentado con motivo de la venida del ejército...” Ante tal petición la Junta acordó, en la sesión del 10 de febrero de 1810, comisionar “al señor don Francisco Zimbrelo para que facilite la citada casa y artesa...” Pero se dio un paso más en el intento de solucionar el problema del abastecimiento y se acordó publicar un edicto “exhortando a las mujeres del pueblo a que se dediquen a amasar y cocer pan para que por ese medio se aumente el abasto de dicha especie”. Fue lo que el pueblo de San Fernando llamó el pan del soldado.

Placa Teatro Las Cortes

...por si cabe duda, el ayuntamiento era el de San Fernando, la antigua Isla de León, en la provincia española de Cádiz. Y para eso fue preciso disponer de leña suficiente, el combustible fundamental para la cocción. Desde el primer momento se tuvo conocimiento del problema y en la sesión de la Junta de Defensa del 2 de febrero de 1810 ya se había acordado “que se corten todos los pinos que se puedan embarcar en el mismo día, empezando por los más cercanos, a cuyo efecto se pida auxilio de hombres al ejército”. Este acopio procedía del pinar de la Barca y del Cotillo, en Chiclana, al otro lado del caño de Sancti Petri, y tuvo, al mismo tiempo la intencionalidad defensiva de retrasar la primera línea parapetada del enemigo. Pero pronto se agotó y el bloqueo francés obligó a recurrir al escaso arbolado de huertas, calles y jardines que aún quedaba en la Isla. Para ello se publicó un bando con la “prohibición de toda corta de árboles del pueblo por la necesidad que hay de ellos para leña, respecto la escasez que se experimenta...” Algunos vecinos, como el señor Francisco Rapallo, donaron los olivos de su huerta y jardín para hacer leña de ellos.

Pero el problema era tan inmediato que la Junta de Defensa ordenó cortar “todos los retamares de este pueblo y se almacenen por cuenta de esta Junta para, en el caso de faltar leña, puedan usarse aquellas en el vecindario y con especialidad los panaderos para el cocimiento del pan; a cuyo fin se confiere comisión al señor don Francisco del Corral”. Y aún se llegó más lejos. En la misma sesión del 17 de febrero de 1810 se insistió en buscar soluciones y se propuso utilizar el estiércol seco de las caballerizas como combustible. Y aprobaron que “para que no falten los auxilios necesarios al cocimiento del pan... se considera podía ser muy útil el acopio de estiércol de las caballerizas, respecto que después de seco, podía usarse en clase de leña en los hornos, con lo cual se encarga que la sesión de hacienda dicte las disposiciones conducentes al intento”.

Y, además de leña, fue preciso acopiar maderas y estacas para construir o reparar las baterías que rodeaban la Isla de León. Revisadas estas, los responsables militares solicitaron a las autoridades materiales para fijar las baterías de Sancti Petri y Gallineras. En consecuencia, la Junta de Defensa acordó el 5 de febrero de 1810 que “se corten los pinares del Coto de la Barca, término de Chiclana, cometiéndose esta operación a los maestros carpinteros de rivera Diego Sánchez y Juan Noé, y para que se faciliten los auxilios necesarios que necesiten al intento se pase el competente oficio al señor General de División de aquel punto”. Con una premura y buena disposición dignas de resaltar, ambos carpinteros inspeccionaron el pinar del Coto de la Barca inmediatamente y al día siguiente informaron a la Junta de Defensa que habían “pasado al término de Chiclana y reconocido el Pinar que nombran de la Barca, no habían encontrado en él pino alguno a propósito para las estacas que se les encargaron...”. Por tanto hubo que buscar alternativas y a continuación acordaron utilizar las maderas y vigas de las casas ruinosas de San Fernando “...siendo como son indispensables las citadas estacas, cuyo objeto exige toda prontitud, se confiere la oportuna comisión al señor don Francisco Corral para que recoja las maderas de todas las casas ruinosas que haya en el pueblo, las que invierta en los fines enunciados”.

También se había pedido auxilio a la ciudad de Cádiz para el acopio de las necesarias estacas y, en vista de la evasiva respuesta se acordó pedirla directamente al duque de Alburquerque: “Se dio cuenta de las últimas contestaciones de la Junta de Cádiz, relativas al apronto de estacas para las baterías de esta villa, y, fue acordado sobre este y los demás puntos pendientes, se representare lo conveniente al Excmo. Señor Duque de Alburquerque...”

Una vez recogidas todas las viejas vigas de la Isla, y usado las que pudo aportar la ciudad de Cádiz, como el problema persistía, se empezó a talar el último pinar que existía en la ciudad, el pinar de la Casería de Infante (situada en un extremo del actual recinto militar de los Polvorines de Fadricas, actualmente sin uso): “Visto el oficio del señor Ingeniero de este ejército, pidiendo se le faciliten inmediatamente tablones, durmientes, clavos y otros efectos indispensables para la formación de la batería de la salina Santiago, fue acordado se proporcione, con efecto, dicha madera y útiles por el señor don Francisco del Corral, confiriéndole al intento la oportuna comisión; para lo cual, en el día de mañana se le franqueen dos carretas en el pinar de Infantes, y, que se pidan al arsenal de la Carraca, cuatro quintales de clavos a los mismos fines.”

Plano Barnola Fadricas
José Barnola, julio de 1756. Costa oeste de la Isla de León, entre la casería de Infante (B)
y la de Fadricas (C). (Archivo General de Simancas, M.P. y D. VII-191) Detrás de la
casería de Infante se aprecia el extenso pinar.

Esta necesidad urgente de madera y leña ocasionó el talado del pinar de Infante en los primeros momentos de asedio. Sin duda, permitió aliviar el problema, pero no solucionarlo definitivamente, y tuvo que ser una Real Orden que comunicó el Excmo. Señor Capitán General del Departamento en la sesión de la Junta de Defensa del 6 de Febrero de 1810. Tal orden prevenía “el corte del pinar de este término, conocido como el de Infantes, para que su leña se invierta en los hornos de la Provisión de Víveres de la Armada, mediante la escasez que experimenta de esta especie”. En vista de lo cual se acordó “que se corte con efecto el citado pinar por los maestros carpinteros de rivera don Juan Diego Sánchez y Juan Noé a quienes se encarga esta operación”.

Y así fue como aquella frondosa arboleda que dibujó Fray Gerónimo de la Concepción en 1690, la que rodeaba la casa de Juan Infante de Olivares, regidor de Cádiz, situada en un extremo de los Polvorines de Fadricas, quedó prácticamente exterminada. Ya se quejaban los herederos de don Juan, de que los soldados que utilizaron su casería como lazareto hasta 1733, habían cortado parte del pinar para hacer leña. Pero no debió ser nada comparado con la tala masiva de 1810... Bueno, al menos sirvió para producir pan y contribuyó a mantener la independencia contra el invasor. Pocos pinares podrían decir lo mismo... hoy día, sobre su solar pastan caballos y crecen algunos eucaliptos, pero por poco tiempo. Muy pronto el progreso urbano lo ocupará. Es ley de vida. Sólo desearíamos que no se pierda la memoria de lo que fue y significó ese lugar.

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