Estatua ecuestre del general Varela en San Fernando.
Si despojáramos al caballo de Varela de su carga ideológica nos quedaría una bella escultura en bronce… me refiero a la estatua ecuestre del general Varela que en breve va a ser desmontada para remodelar la plaza más céntrica de San Fernando (Cádiz). El caballo de Varela provoca encendidas y ásperas discusiones entre los isleños (gentilicio popular de los vecinos de San Fernando).
Posiblemente el problema no sea la estatua ecuestre del general Varela, que, ya digo, es un patrimonio de los isleños, una notable obra de arte creada por don Aniceto Marinas. Posiblemente el problema sea la existencia de un grupo de ciudadanos que considera al general Varela el icono de un patriota español, el ejemplo a seguir de un militar golpista, un personaje autoritario y protector convencido de que el pueblo era incapaz de gobernarse a sí mismo (para eso estaban ellos).
Posiblemente el problema no es la estatua de Varela, posiblemente el problema sea el fascismo que fluye de nuevo en el siglo XXI y que engrandece al personaje con la excusa de su alcance nacional, sus dos cruces laureadas de San Fernando —previas a sus repetidas traiciones a la República— y por su protección paternalista de lo local. El problema es que muchos ciudadanos no perciben a Varela en su otra dimensión, un sujeto violento y refractario a la democracia. El general no creía en esa cosa de las urnas, él era más de ordenar y ser obedecido, era más de mirar a otro lado mientras sus conmilitones se dedicaban a eliminar a una parte de sus paisanos. Y no puede ser, la gente que participó en la barbarie fascista que se inicia en julio de 1936 ni puede ni debe presidir las plazas de ningún pueblo de España. Lo dice la ley y el sentido común. También hay vecinos de La Isla que lo consideran un elemento identitario, han crecido a la sombra del caballo y no pueden o no quieren encontrar otra dimensión al asunto. Les resulta impertinente y una agresión a su identidad pensar en una plaza sin el jinete… siempre ha estado ahí, así es la historia y al que no le guste, que se joda y se largue… dicen.
Si no existiese el fascismo en el siglo XXI por las calles, con ese aplomo de normalidad, si el pueblo español hubiese sido capaz de condenar en su momento, de manera abierta y cabal, el régimen militar y fascista de Franco (por cierto, perdimos la oportunidad de hacerlo en la ejemplar Transición —o tal vez fuera imposible en esas circunstancias—) veríamos la estatua de Varela sin pasiones, como una parte triste de nuestra historia, y tal vez la podríamos admirar amablemente, como admiramos la estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio… pero no es así como lo vemos.
No es así porque, para una parte del pueblo español, el régimen de Franco sigue vivo. Esa parte de españoles —de manera consciente o inconsciente— sigue sin interiorizar que fue un régimen criminal y condenable porque los españoles no tuvimos nuestro Nüremberg para visualizar el crimen que supuso el franquismo. Hoy existen ciudadanos que admiran a Varela y lo que representa: un militar golpista y autoritario, un militar que violó su promesa de lealtad a la República y levantó las armas contra sus propios compañeros y contra el pueblo que se las confió. Admiran al militar traidor y corrupto que aceptó sobornos de gobiernos extranjeros. No sé… nos pasó lo mismo cuando deseábamos la vuelta del felón Fernando VII. ¡Vivan las cadenas! Mientras esto ocurra… es decir, mientras existan amantes de estos valores opuestos a la democracia, no debemos consentir que las plazas españolas se conviertan en altares para iconos liberticidas. La democracia tiene el derecho y el deber indeclinables de defenderse de los que no la aman.
Por tanto, a servidor le parece que actualmente, defender la permanencia del caballo de Varela en mitad de la ciudad es defender un modelo de sociedad incompatible con la democracia. ¿Qué se hace entonces con el caballo y su jinete? ¿Qué lo vuelvan a componer dentro de un recinto militar? No sé yo… Varela no es buen ejemplo para unas FFAA españolas que se esfuerzan cada día para ser un organismo moderno, apolítico, profesional, eficaz y al servicio de la sociedad. Varela no tiene, ni remotamente, absolutamente nada que ver con estas FFAA de 2021. Flaco favor le haríamos a nuestros soldados endilgándoles el marrón de acoger a un militar decimonónico, golpista y corrupto como Varela. Nos ha costado mucho tiempo y esfuerzo arrancar a Franco de los cuarteles como para que ahora les metamos a Varela. No, no creo que sea oportuno… Por otro lado, tampoco me veo aplaudiendo la voladura simbólica del caballo como algunos desean en secreto. Tal tropelía sería igualarnos con los talibanes cuando dinamitaron los budas de Bamiyan o se enfrascaron en triturar Palmira. No, no creo que destruir una notable obra de arte sea la solución.
Me gustaría, la verdad, que los ciudadanos de San Fernando —con sus representantes al frente— fuéramos valientes de una vez… a lo mejor TODOS tenemos que asumir que lo más adecuado que podríamos hacer en estos momentos es guardar el caballo en lugar seguro y discreto hasta que, pasado el tiempo necesario, superados los traumas y saldadas las deudas de aquella jodida guerra civil del siglo XX, seamos capaces de admirar la obra de arte como la obra de arte que es. Nada más. Pero ahora reconozcamos humildemente —y asumiendo cada cual su respectiva parte de responsabilidad— que hoy por hoy, desgraciadamente, aún no estamos en ese momento histórico.
El 29 de octubre de 2021, la corporación municipal de San Fernando nombrará alcalde honorífico a don Cayetano Roldán Moreno, y concejales honoríficos a los ediles asesinados en 1936 por militares y fascistas.
Existen muchas formas de ver las cosas, varias lecturas del mismo verso, numerosas maneras de responder a una mirada… pero no todos son aceptables. Los hombres tenemos infinitos modos de interpretar los gestos, las palabras, las relaciones sociales o políticas porque ninguna relación humana es objetivamente medible… por eso discrepar es parte de nuestra esencia. No pasa nada. No debería pasar nada por discrepar. De hecho, no pasa nada cuando discrepan personas civilizadas.
En política no hay verdades absolutas —eso lo dejamos a las religiones que creen manejar palabras reveladas por el mismísimo Yahveh, Cristo o Alá—, lo que hay en política son opiniones. El problema surge cuando un grupo de patriotas se cree en el derecho de imponer su visión de las cosas y, en el proceso de uniformar esa visión de las cosas, elimina al grupo discrepante. Eliminar en el sentido de convertir al que discrepa en un ser despreciable para matarlo sin remordimientos, enterrar el cuerpo sin respeto y olvidar el crimen. Eso, exactamente eso, nos pasó a los españoles a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 (el 17 en Ceuta y Melilla).
En San Fernando, los militares y fascistas que ese día violentaron la II República detuvieron al alcalde y concejales del Frente Popular —y en buena parte de España ocurrió lo mismo— porque tenían las pistolas, la osadía para usarlas y, sobre todo, el mesianismo para llevar a cabo su crimen sin reparos morales y sin cargos de conciencia. Lo hicieron porque esas personas —alcalde y concejales— representaban la voluntad popular, y tal cosa, la democracia, era incompatible con el régimen totalitario que los golpistas proponían. Ninguno de los ediles utilizó la violencia física, usaron ideas y palabras respaldadas por una Constitución que emanaba de la voluntad popular… y les costó la vida, el desprecio de una fosa común, el inmenso dolor de su familia y el olvido durante décadas.
85 años después de su muerte a manos del fascismo, el 29 de octubre de 2021, el Ayuntamiento de San Fernando nombrará alcalde y concejales honoríficos a unos hombres que representaban los valores de tolerancia y humanidad que jamás tuvieron sus asesinos y cómplices. Estos son sus nombres:
Emilio Armengod Molina, Eladio Barbacil Romarín, Manuel Belizón Castillo, Eduardo Díaz Delgado, Antonio Ferrer Acosta, Marciano Gonzalez Medina, Francisco Hierro Benítez, José Lucas Velázquez, Juan Moreno Cabeza, Juan Mantero Valero, Eduardo Naranjo Gago, Antonio Pérez Heredia, Luis Ramos Laguna, Cayetano Roldán Moreno, Marcial Ruiz Pérez, Esteban Salamero Bernal y Carlos Urtubey Rebollo.
Diecisiete nombres recuperados del silencio húmedo de las fosas comunes. Al concejal de izquierda republicana, don Eladio Barbacil Romarín, lo apresaron soldados de Infantería de Marina en la escalinata del ayuntamiento de San Fernando. Era la tarde del 18 de julio de 1936, recién leído el bando de guerra. Intentaba incorporarse al grupo de sus compañeros reunidos en el salón de plenos… lo que Eladio no sabía en ese momento es que ya habían sido detenidos por el teniente coronel de IM, Ricardo Olivera Manzorro; el comandante de intendencia de la Armada, Ricardo Isasi Ivison y el capitán de IM, Carlos García Calderón. Tres militares sin honor que violentaron la promesa de lealtad que prestaron a la Republica. Al alcalde y concejales encerraron en el penal de Cuatro Torres. El 10 de agosto trasladaron a algunos de ellos al Puerto de Santa María y los asesinaron ese día y siguientes. Eladio Barbacil fue uno de los primeros… dejó viuda, doña Dolores Cifredo Cantos, y seis huérfanos. Pero también le asesinarían a su padre, Manuel Barbacil Mejuto, y a su hermano Alfonso. La familia Barbacil pagó muy cara su afinidad con la República.
Don Emilio Armengod, concejal de Unión Republicana, imploró desesperadamente desde su encierro, a través de cartas, un gesto de compasión a sus amigos y familiares directos —supuestas personas de orden y recta moral adheridas al Glorioso Alzamiento Nacional— para que avalaran su comportamiento político y moral… nadie le contestó ni movió un solo dedo en su favor. Lo asesinaron el 16 de agosto de 1936 en el camino de Puerto Real al Puerto de Santa María. Dejó viuda, doña Asunción García de Loma y Barrachina, y cinco hijos.
Al escribiente de La Carraca, y concejal radical-republicano, don Marciano González Medina, lo detuvieron en los primeros momentos de la sublevación militar. Lo encerraron en el penal de Cuatro Torres, junto a sus compañeros de corporación. Pasadas unas semanas, en vista de su ausencia del trabajo —lo cual suponía una violación del bando de guerra—, el juez instructor de La Carraca pidió al alcalde golpista de la ciudad, Ricardo Isasi Ivison, que lo localizara. Interrogada la madre, doña Mercedes, ingenuamente contestó que Marciano no podía ir a trabajar porque estaba detenido… lo que no sabía la pobre señora es que a su hijo lo habían asesinado hacía 13 días, el fatídico 11 de agosto de 1936 en el Puerto de Santa María.
Dos hombres uniformados y armados llegaron de madrugada a casa del concejal socialista don Antonio Ferrer Acosta… su sobrina no recuerda si eran guardias civiles o falangistas. Ferrer les hizo pasar, incluso les ofreció un café mientras se vestía. El café lo preparó su mujer, doña Concha Salado Ruíz… no volvieron a verlo. Lo asesinaron en el Puerto de Santa María el 11 de agosto de 1936. Ese mismo día también murieron asesinados el concejal socialista don Eduardo Díaz Delgado y don Esteban Salamero Bernal, concejal comunista.
Al médico y alcalde socialista, don Cayetano Roldán Moreno, lo detuvieron dos días después del Glorioso Alzamiento Nacional, el 20 de julio. Tuvo tiempo de ver cómo los fascistas apresaban a sus hijos mayores y, confiado en las buenas palabras de los sublevados, él mismo acompañó al menor de los tres hermanos hasta la cárcel municipal. En ese momento parecía razonable hacerlo, y resultaba inconcebible imaginar la monstruosidad que fueron capaces de perpetrar militares y falangistas en La Isla de León. Mataron a don Cayetano Roldán el 29 de octubre de 1936 en la tapia del cementerio de San Fernando. En ese momento ya le habían asesinado a sus tres hijos varones, Juan, Manuel y Cayetano. También la familia Roldán pagó carísimo su compromiso con las libertades democráticas.
Al sastre y concejal don Luis Ramos Laguna lo detuvieron en su casa dos falangistas muy conocidos en La Isla. Lo metieron en un coche y se lo llevaron. Tampoco volvieron a verlo. Al cabo de unos meses la esposa, doña Joaquina Fillola Cortés, recibió una carta de algún amigo diciéndole que había muerto ametrallado en el penal del Puerto de Santa María el 21 de octubre de 1936. Conocida la noticia, uno de sus hijos salió en busca de los falangistas que se llevaron a su padre para pedirles explicaciones, pero lo que recibió de ellos fue una paliza y un escarnio que le duró toda su vida. Le arrancaron todos los pelos del cuerpo y se mearon encima… luego lo dejaron vivir. Poco más tarde, los mismos falangistas intentaron comprar a la viuda la casa y sastrería por una cantidad irrisoria de dinero.
A la esposa del concejal republicano don Manuel Belizón Castillo, doña Luisa Durán Vivancos, le devolvieron una manta en la puerta del penal del Puerto de Santa María junto con las funestas frases que recibían todas las viudas: "No hace falta que vuelva, señora. Su marido ya no está aquí".
El concejal comunista don Juan Moreno Cabeza, guardia civil retirado, de 58 años, aún esposado, se reveló contra sus verdugos y forcejeó con ellos. Fue inútil. Acabó asesinado con la estética de un fusilamiento judicial en el barrio Jarana. Era el 17 de agosto de 1936.
El maestro y concejal de izquierda republicana, don José Lucas Velázquez, no lo apresaron hasta el 18 agosto de 1936. Un mes estuvo escondido evitando la detención. Los militares y fascistas le debieron dar tal paliza que no ingresó en prisión, sino en el hospital de San Carlos. Diez días más tarde, el 28 de agosto, fue asesinado junto a la tapia del cementerio de San Fernando. Dejó viuda, doña Carmen Luque Sarriá, y un hijo póstumo.
El concejal de izquierda republicana don Carlos Urtubey Rebollo era médico y pintor. Dejó una obra pictórica de interés que se sigue cotizando, y un legado profesional en la facultad de medicina que hoy día sus colegas intentan poner en valor… también formó parte de la tuna de medicina de Cadiz. Asesinado en el Puerto de Santa María el 10 de agosto. Dejó viuda, doña Carmen Varo Benítez.
A don Marcial Ruiz Pérez, concejal de Unión Republicana, le golpearon la cabeza en una de las reyertas que provocaron los falangistas durante la primavera de 1936. Le abrieron una herida de tres centímetros. Uno de los pistoleros fascistas, Manuel de Pando Caballero, le amenazó directamente con estas palabras: «Lo que te ha pasado no es nada comparado con lo que te tiene que suceder». Y sucedió. A don Marcial lo asesinaron el 11 de agosto de 1936, junto a varios de sus compañeros, en el Puerto de Santa María.
Al concejal socialista don Juan Mantero Valero, natural de Valverde del Camino, hombre simpático, antiguo novillero, que tocaba la guitarra siempre que encartaba… acabó encerrado en el penal de la Casería de Ossio. Su hermano José logró obtener de un exdiputado derechista, vecino de Valverde del Camino, una carta avalando la liberación de Juan Mantero Valero. Se desplazó José hasta San Fernando, pero cuando se presentó en el penal con el documento, le entregaron una carta dirigida a su mujer, doña Josefa Duque Contioso, y le espetaron las fatídicas palabras: «…su familiar ya no esa aquí». Lo habían asesinado el 4 de noviembre de 1936. Tenía 41 años y dejó seis hijos.
A don Antonio Pérez Heredia, soltero, concejal comunista de la última corporación republicana de San Fernando, lo asesinaron en la tapia del cementerio el 10 de septiembre de 1936. Devolvió al cura el escapulario de la Virgen del Carmen que llevaba encima y confesó antes de morir, pero se negó a recibir la absolución del hombre con sotana negra, luego lo arrastraron sin miramientos al fondo de una fosa común.
Pero no, no conocemos todas las historias personales. Muchas veces el miedo de padres, esposas o hermanos disolvió en lágrimas la memoria de las familias y dejó a los muertos en las fosas y en el olvido. Pero sí sabemos que no fueron criminales ni merecieron la muerte y la indignidad. Sirva el ejemplo de estos hombres para recordar lo que fue capaz de hacer el fascismo en el siglo XX. Sirva también para recordar que no podemos ser tolerantes con la intolerancia actual en España. Recordemos que la democracia debe estar vigilante y ser beligerante para defenderse de los que quieren imponer sus criterios en lugar de exponerlos civilizadamente. Sirva el ejemplo de estas víctimas para que los que hoy añoran aquellos valores, es decir, añoran la imposición por la fuerza o la mentira de UNA patria, UN Estado, UN caudillo, UN pensamiento, UNA lengua, UN credo… esos que añoran tales valores son enemigos de la convivencia democrática. Aquel horror no terminará hasta que esos especímenes actuales maduren o lean más libros o se extingan sin herederos ideológicos. No sé cómo se logra eso, pero hay que hacerlo…
Nos educaron en un
patriarcado inamovible. El hombre era el rasero de todas las medidas
intelectuales, morales, emocionales, sociológicas, biológicas… la mujer estaba
en otra dimensión, más baja, por supuesto. Hoy nos horroriza lo que pasa con
las mujeres afganas, pero nosotros lo hemos vivido en nuestra propia casa hasta
ayer mismo. Hablo de la generación que mejor conozco, la de servidor, los que
nacimos en España mediado el siglo XX, en una posguerra tardía. Aquel era un
país gris y casposo, donde sonaba radio nacional de España con un parte
de guerra que con el tiempo se reconvirtió en boletín de noticias de
obligada audiencia y nula contestación. Una sociedad llena de sotanas negras
que olían a rancio; curas de mirada inquisidora …no te veo por aquí últimamente,
Fulano… en cada esquina intimidaban policías de gris o guardias civiles con
tricornio de charol que daba miedo solo verlos. Era un país de mujeres
sometidas al hombre y a Dios, porque ellas solas no podían apañarse, ¡pobrecitas!
Las mujeres, nuestras madres, tenían un rol perfectamente definido: las
tareas propias de su sexo y condición. Es decir, servir al macho de la casa
(nuestros padres) y criar a sus hijos para bien de la patria… y eso estaba tan
interiorizado que nunca fuimos conscientes de la aberración que suponía. Pues,
mira tú, a pesar de todo eso, llegamos a formar algunas familias felices y
acríticas. Los niños y las niñas (disculpen, poco a poco me va chocando el
masculino inclusivo de la RAE, la verdad) nunca fuimos conscientes de nada y me
atrevería a decir que la mayoría de nuestras madres, tampoco. No teníamos una
visión alternativa para comparar situaciones, y sin alternativas no se podía
comprender la injusticia que sufrían nuestras madres y hermanas. El machismo
ambiental era transparente a nuestra comprensión. Ese era el mundo en el que
vivíamos y esos eran los valores dominantes… las madres atendían la casa y, por
lo general, obedecían; el hombre llevaba el dinero y tomaba las decisiones de
la familia. Eso era lo correcto. Crecimos y nos formaron en los valores de un patriarcado
ubicuo e incontestado. ¡Nadie nos dijo que eso era machismo y que denigraba a
la mujer!
No me lo han contado, lo
viví. Nuestras madres eran algo en esa sociedad porque llegaban a ser las
señoras de López o de Martínez, apellidos de los maridos que ejercían, a su
vez, de tutores legales de sus mujeres. Los hombres no lloraban, llorar era de niñas
o de mariquitas. Ser madre soltera era un estigma. Solo las fulanas fumaban públicamente.
No se escupía porque escupir era propio de judíos, esos seres que habían
escupido al Jesús. No podías desear a una niña porque te condenabas eternamente
a los suplicios del infierno. Las mujeres se sentaban de lado en las
motocicletas o en los caballos, con las piernas juntitas. La raza española era
indomable y en su día construimos un imperio en el que no se ponía el sol… Todas
esas verdades formaban nuestra realidad impostada, estaba sostenida con falsas
premisas, era un castillo de arena.
Es lo que tienen los
castillos de arena, que tarde o temprano caen. No recuerdo cuando se desmoronó el
mío. Los de nuestra generación tuvimos que aprender muchas cosas por nosotros
mismos. A percibir, por ejemplo, el machismo ambiental —contra la mujer y contra
homosexuales—. Fue un goteo suave pero continuo, que partía de las propias
mujeres, lo que nos mostró la necesidad de oponerse al patriarcado. Yo creo que
lo comprendí de inmediato, cuando conocí a mi compañera. Punto. La conclusión
era tremendamente sencilla: Un ser humano tiene los mismos derechos y deberes que
cualquier otro ser humano por el simple hecho de ser un ser humano… con
independencia de dónde nace, dónde pelea o dónde muere y, por supuesto, con
independencia de su sexo biológico y de la particular interpretación que cada
uno le quiera dar al suyo. Era así de simple. Y esto ya no es un castillo de arena,
es una piedra basal sobre la que construir una sociedad más justa.
Los de mi generación —hombres
y mujeres, conste— hemos aprendido a ser feministas (los que lo hayan
aprendido) a pesar de todo nuestro bagaje en contra y porque es lo radicalmente
razonable… cuento todo esto porque, a pesar de los esfuerzos por reprimir
gestos o frases machistas —que hemos aprendido y repetido en muchas ocasiones a
lo largo de toda nuestra vida—, a veces se nos escapan cosas que ponen en
evidencia nuestro origen. Ayer, por ejemplo, una buena amiga me llamó la
atención por escribir una de estas frases hechas que menosprecian a la mujer… mea
culpa. Y hoy he visto la foto que ilustra esta reflexión y me ha llamado malamente
la atención: las mujeres dispuestas detrás de los hombres. Y si nos ponemos a
mirar en nuestro entorno, hay puñados de ejemplos como estos.
A veces son detalles involuntarios,
estoy seguro, pero esos micromachismos restan. Hay que seguir trabajando…
Cuarenta
y seis años hace que falleció el general Franco y seguimos necesitando una ley
que reconozca a sus víctimas. ¡Tiene huevos la cosa! Teníamos víctimas del
terrorismo, de catástrofes naturales, pero de Franco, no. Es decir, hemos
necesitado una ley que reconociera los derechos de los que padecieron persecución o
violencia, por razones políticas, ideológicas, de conciencia o creencia
religiosa, de orientación e identidad sexual, durante el período comprendido
entre el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil y la Dictadura franquista
hasta la promulgación de la Constitución Española de 1978. ¡Como te digo, Antonia! Debería ser de
cajón reconocer a las víctimas del franquismo, igual que se reconocieron en su
momento a las del nazismo. No parece lógico, pero es así. Es así porque, más o menos,
la mitad de los españoles están representados por una derecha política heredera
de aquellos franquistas y no está por la labor de reconocer que sus mentores
políticos eran unos criminales que provocaron miles de víctimas en las
retaguardias o en La Victoria. No están por esa labor tales partidos.
No. Por eso necesitamos que el parlamento refrende una ley que reconozca a las
víctimas y condene a los causantes. Y así es cómo en España tenemos oficialmente
víctimas del franquismo, porque lo dice la ley con un puñado mayoritario de
votos, no porque sea una realidad reconocida, consensuada, aceptada por todos.
¡Somos raros, raros, raros!
Imagen tomada de columnacero.com
Aquí no tenemos una
derecha civilizada y moderna, Antonia. ¡Que envidia nos da la derecha
portuguesa, francesa o alemana! Esas derechas no son herederas del salazarismo,
fascismo o nazismo. Lo han superado. Cada una tendrá sus cosas y sus manías,
vale, pero son leales al juego democrático y tienen miras más altas que su
propio ombligo. La nuestra no es así, digo el PP y VOX —lo vemos continuamente
en el parlamento y cada vez que abren la boca en los medios—, que hunden sus raíces
en lo más rancio y casposo del franquismo, al que no condenan. Aún recuerdo a
Rajoy recortando con una verónica magistral —qué buen gallego era el tío,
Antonia— mientras explicaba que «…eso del pasado, pues tal, mire usted; pero
yo prefiero mirar al futuro». O al de VOX aseverando que el gobierno del
presidente Sánchez era el peor en los últimos 84 años. ¡La madre que lo parió! ¡Ponía
en igualdad los gobiernos del dictador con los gobiernos salidos de las urnas!
Y luego tenemos a Casado con la penúltima genialidad: «La guerra civil fue
un enfrentamiento entre los que querían democracia
sin ley y los que querían ley sin democracia». Hay
que reconocer que, reescribiendo la historia, el señor Casado está a la altura
de su postgrado conseguido en Aravaca (Harvard). Otro personaje de VOX, el
general Rosety, dice lo mismo «…que no fue un golpe militar. Que fue media España que se alzó
contra la otra media porque estaba siendo agredida». Sí, tú ríete,
Antonia, pero este discurso es el mismísimo discurso que dispuso el franquismo
como verdad oficial e inmutable. O sea, estamos en el siglo XXI y parece que
aquí no ha pasado el tiempo.
Lo lógico habría
sido que, al morir el dictador, muriese su régimen. Borrón y cuenta nueva.
¡Hala, a otra cosa, mariposa! Pero, no fue eso lo que ocurrió. Hubo transición,
no ruptura con el franquismo. No se extinguió la dictadura, se metamorfoseó de
gusano moribundo a real mariposa democrática. Puede que esa mutación del
franquismo a monarquía parlamentaria (o sea, esa Transición Que Se Estudia
En Todas Las Universidades Del Mundo) fuese lo mejor que nos podía pasar.
Estoy convencido de que fue importante lo que se hizo y cómo se hizo, y nos
sirvió para salir adelante. Tal vez fuera lo más inteligente que se pudo hacer en
ese momento… pero quedaron muertos en el desván. Cerramos las heridas y quedaba
pus bajo las cunetas. El franquismo permaneció, fresco como una flor, en la
judicatura, en el ejército, en las fuerzas de seguridad del Estado, en el
funcionariado, en el mundo empresarial, en las finanzas y políticamente se
llamó desde entonces Alianza Popular —acuérdate, Antonia, de los Siete
Magníficos ministros de Franco—, y luego se refundó en el Partido Popular, y del
PP salió un tumor neofascista llamado VOX… y mantienen vivas en la sociedad las
esencias de un régimen criminal que no se condenó en su momento, como debió
hacerse. Siguió vivo el franquismo, y sus herederos se convirtieron en demócratas
de toda la vida. Esa sociedad profunda y estos partidos políticos siguen con la
pulsión de partido único. No asimilan que en democracia a veces se gobierna y a
veces no… y no pasa nada, Antonia (bueno, vale, se pierde el BOE y numerosos
chiringuitos de confianza y miles de puestos de trabajo para amiguetes y tal,
pero se debería asumir con deportividad, diría servidor…)
Por eso necesitamos
esa ley de memoria. Porque hubo que tragar ruedas de molino en la Transición, y
callar y aceptar el perdón de los pecados para los verdugos. Fue el precio para
continuar la historia en paz. Durante la Transición tuvimos una espada de
Damocles sobre la nuca. Pero, ahora, cada cuerpo que exhumamos de las fosas
comunes es un grito de cuencas vacías dirigido directamente a los asesinos. Y hay
herederos ideológicos en el PP y en VOX que se sienten aludidos, señalados,
avergonzados. Por eso pretenden hacernos creer que exhumar víctimas del
franquismo deteriora la convivencia de los españoles y nos llaman desde los
escaños buscadores de huesos (o de subvenciones)… además de repetir en
todos los foros los tradicionales mantras: hay que dejar en paz a los
muertos; lo pasado, pasado está; hay que mirar al futuro; ¿para qué remover viejas
heridas?
Dice el presidente
del PP que cuando llegue a la Moncloa va a derogar la próxima ley de Memoria
Democrática por faltona y parcial —la verdad es que a la derecha española nunca
le ha gustado que saquemos a sus muertos del armario—, y la va a sustituir por
una ley de concordia… en Andalucía ya tenemos un Comisionado de la Concordia
que sustituye a la Dirección General de la Memoria Democrática. Lo lleva
políticamente gente de VOX, por cierto. Era una de las condiciones para apoyar
al gobierno andaluz del PP y Ciudadanos. La zorra en el gallinero… Son
maquiavélicos y listos, hay que reconocerlo, Antonia. Oponen a la ley de
memoria una ley de concordia dando por hecho que ambos conceptos son antagónicos…
si recuperamos la Memoria nosotros nos encargamos de que no haya Concordia
es lo que vienen a decir. Utilizan esa palabra: CONCORDIA. ¿Quién se podría
oponer a una ley de concordia nacional? ¡Nadie! Nadie desea la discordia y
nadie razonable se va a oponer a que los españoles recuperemos otra vez la
concordia. Pero en boca de estas personas, concordia significa olvidar las
cunetas y el crimen que cometieron sus mentores. ¡Son buenos, los tíos! ¡Son
muy buenos utilizando el lenguaje y las palabras para hacerse con el relato! Son
muy buenos sembrando la discordia y los malos modos en el parlamento, y en el mundo
político, para luego proponer la solución al ambiente irrespirable que ellos mismos
generan. Como siempre hacen.
No sé, Antonia… los
nazis perdieron la guerra y se les condenó en Nüremberg. Todos entendimos y
aceptamos que esos crímenes eran condenables. Pero los franquistas ganaron su
guerra contra la República y nadie en España pudo condenarlo (los que habrían
querido estaban muertos o exiliados). Y tuvieron 40 años para desarrollar una
sociedad con valores antidemocráticos. Tuvieron tiempo para tapar sus crímenes inventando
un relato a su medida. Y cuando murió el dictador, tampoco se le condenó. Y,
por si acaso, a los franquistas y a sus crímenes no reconocidos se les
amnistió en 1977… fue el precio de una Transición modélica. Y ahora
salen de nuevo retomando el relato franquista de la historia. Insisten en que es
mejor no recordar más cosas. ¡Para qué tanta ley de memoria! Mejor aplicamos una
ley de concordia porque, al fin y al cabo, en su relato no existió el golpe de
Estado de 1936, aquella guerra que provocaron fue una cosilla entre los que
querían democracia sin ley y los que preferían ley sin democracia. ¡La
madre que nos parió! Por lo menos reconocen que lo suyo no era democracia, ¡que
ya es algo!
No. Nosotros no
tuvimos nuestro Nüremberg y, por eso, en la conciencia colectiva de los
españoles no está asentada la convicción de que el franquismo fue un régimen
criminal y condenable. Y, por ejemplo, los herederos de aquellos españoles,
como el señor Almeida, alcalde de Madrid, se permite el lujo de arrancar las
placas de granito con los 2937 nombres de víctimas fusiladas por el franquismo
en el cementerio de la Almudena. Aduce que no están todas las víctimas de
Madrid, pero calla que los asesinados en Paracuellos, en las calles, en los
cementerios y en las chekas madrileñas llevan 84 años siendo reconocidos
como mártires y víctimas de la barbarie roja. Nadie duda de esos otros crímenes.
La pena es que las 2937 víctimas del franquismo vuelven a estar tiradas por el
suelo, maltratadas y silenciadas oficialmente en el siglo XXI. Y, para rematar
la tropelía, también se arrancaron, por impertinentes, los versos de Miguel
Hernández que iluminaban el intento de Memorial madrileño: «…porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún
tengo la vida». Pero lo que retoña son los valores que produjo
esas 2937 víctimas.
La concordia —ese concepto tan necesario en
España y que los herederos del franquismo se quieren apropiar— pasa por mantener
viva la Memoria y el reconocimiento de las víctimas. Para que haya concordia es
preciso que las víctimas y los verdugos se reconozcan mutuamente como tales.
Hoy solo viven los herederos. Unos biológicos, otros ideológicos. La pregunta
es: ¿Cuándo reconocerán los herederos ideológicos del franquismo que sus
mentores fueron militares sin honor, miserables fascistas y verdugos de moral
católica? ¿Cuándo, Antonia?
Don
José María Pemán y Pemartín no era hombre que amara la democracia. El concepto
básico de un hombre, un voto —que suele servir para construir la
convivencia— era, para el insigne poeta y diputado gaditano, algo prescindible.
Sus convicciones no iban por esos derroteros, encajaban mucho mejor con una
forma de gobierno fuerte y trufado de militarismo autoritario. Lo decía él
mismo, que vestía con frecuencia el uniforme del requeté en sus arengas
patrióticas por el frente, y lo dejó por escrito sin metáforas y sin vericuetos
poéticos. En el discurso que pronunció en San Fernando el 19 de
diciembre de 1936, en el homenaje al alcalde impuesto, don Ricardo Isasi Ivison
(comandante de intendencia de la Armada, sublevado), no tuvo remilgos en
afirmar que un Estado verdadero no puede existir sin un espíritu militar que
lo impregne de virtudes castrenses: «Ricardo Isasi es un excelente alcalde
—decía Pemán— porque antes fue un perfecto militar […] no hay Estado vivo y
verdadero, sin un espíritu militar que lo rodee de virtudes castrenses y de
vigilantes previsiones» (1). Ideas que encajaban perfectamente en el carácter militarista
que definía el fascismo de la época.
Sin duda, Pemán debió sentirse cómodo rodeado de las virtudes
castrenses de la dictadura militar que estaban perpetrando en 1936. Él prefería un gobierno en manos
de militares sin honor —sin honor, digo, porque habían violado la promesa de fidelidad
a la República—, rodeado de fascistas y católicos anclados en el Concilio de
Trento, una élite dirigente capaz de enmendar sin miramientos comportamientos
equivocados… y, por supuesto, ellos decidían cuáles eran los comportamientos
equivocados sin apelar a consensos ni zarandajas democráticas. Pemán desarrolló
esta idea en muchos de los discursos y artículos que perpetró durante la guerra
civil. Lo dejó por escrito, se puede consultar, y estaba orgulloso de lo que
decía y sentía.
Pensaba
el poeta que la guerra civil del 36 era necesaria si queríamos una patria como
Dios manda. Algo molesta la guerra, vale, pero necesaria. Lo dijo
abiertamente ante los micrófonos de Radio Jerez el 12 de agosto de 1936 (luego
se publicó extensamente en la prensa local) (2). Decía Pemán que «…bueno era que todos nos fuéramos haciendo a la idea
austera de que estamos en guerra; y es necesario que esta idea se apodere de
todos los espíritus para que sustituya a aquella de que vivimos un golpe
militar». Explicaba más adelante que un golpe de Estado fácil y rápido habría
sido demasiado barato para rescatar el tesoro que es la Patria, «…que
ese tesoro tiene un alto precio, el del dolor de una guerra que por dura que
sea, era necesaria y conveniente». Eso decía el insigne poeta justificando la
necesidad de la guerra que ganó el general Franco y sus conmilitones.
También se prodigó don José María en
propiciar la represión militar y fascista contra los vecinos de Cádiz y
provincia. Ahondó el insigne poeta en la necesidad de perseguir a los
republicanos que se podrían oponer a la barbarie desatada por militares,
falangistas y requetés. Pemán proponía reprimir a esos españoles y tampoco lo
ocultaba. Decía en su famoso artículo La hora del deber: «En una guerra
civil del tipo de la que vivimos… el enemigo está en casa, pues siempre aún
después de derrotado, queda enemigo conviviendo receloso a nuestro lado,
emboscado en el disimulo…» (3). Y, en consecuencia, a ese enemigo
conviviendo receloso a nuestro lado, emboscado en el disimulo, había que
señalarlo y neutralizarlo si se quería perpetrar con éxito una patria limpia de
judíos, masones y marxistas. Palabras que pudieran hacer pensar que Pemán fuera
cómplice de la barbarie desplegada en la retaguardia fascista. También propuso
amenazas a los que se resistieran al Glorioso Movimiento Salvador de la
Patria. Decía en su arenga del 22 de agosto de 1936: «Obrero, estás a
tiempo de enmendar tu camino. No te dé miedo lo que hayas sido o a donde hayas
pertenecido. Ten en cuenta que el castigo para los que se oponen al movimiento
salvador será seguro…» (4). A pesar de su gracejo habitual, hablaba en serio el
poeta.
Pero aún llegó a ser más explícito don
Jose María. Explicaba el insigne vate, con su lenguaje sencillo, que la guerra
civil era la única manera de extirpar de raíz el marxismo antipatriota y nos
recordaba que «…si en aquella otra guerra la Virgen del Pilar no quiso ser
francesa, menos puede querer ser ahora rusa». Y añadía que esta guerra era
conveniente porque España estaba cayendo «…en la languidez del marasmo marxista
de los sin Dios ni Patria, hasta que el Dios poderoso del Ejército, con mano
dura, pero bendita por la paz que nos traerá, nos despierta a la realidad. En
el transcurso de esa guerra nos purificaremos» (5).
No, no tenía el insigne poeta un
discurso integrador para vencedores y vencidos. Unos acabarían purificados,
como decía, los otros acabaron en las fosas comunes de Cádiz, San Fernando,
Jerez, Puerto Real, El Puerto de Santa María, Grazalema, Conil, Marrufo, etc.
Este era el Pemán que asumió la jefatura del Servicio Nacional de Primera
Enseñanza en octubre de 1936… cuya labor depurativa de maestros y libros vamos
a suponer conocida. Sus compañeros de la Academia
Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz decían de don José María que era «…el preclaro tribuno nacionalista como ejemplo del
más vibrante patriotismo nacional» (6).
Sin duda lo era.
Don José María Pemán tenía un verbo cristalino
(7): «El pueblo español ama la justicia pura…», decía. ¿Pero, qué era para
Pemán la justicia pura? La que «…no se detiene en escrúpulos
legalistas». Y añadía para justificar la atrocidad: «…es popular todo Régimen,
todo Caudillo, todo hombre que administra paternal e inflexiblemente una amplia
justicia extralegal». Semejante invitación —actuar al margen de lo legal— cayó
en terreno fértil y tal reflexión, en boca de tan influyente orador e
intelectual, invitó al exterminio extralegal de los que ellos llamaban
genéricamente rojos, en las tapias de los cementerios de medio país. Lo
que decía el insigne poeta gaditano formó parte de un discurso de odio que muchos
utilizaron para justificar la barbarie que desató el fascismo en España.
Hace
pocos días, la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de
Andalucía (Comisionado de la Concordia) organizó un homenaje al insigne
poeta por el 40 aniversario de su fallecimiento. Se celebró en el
oratorio de San Felipe Neri de Cádiz. Doña Patricia del Pozo, consejera de la
cosa, dijo que Pemán reunía «valores de generosidad y concordia» y que «luchaba
y soñaba por la restauración de la Monarquía y de la democracia constitucional».
Dijo tal cosa como si Pemán quisiera exactamente lo que hoy tenemos en España:
monarquía y democracia constitucional.
No
sé… deberíamos reírnos por la broma de la señora consejera. A carcajadas, diría.
Pero es que esto es un drama. Otro drama español.
Nota 1
> Parte del discurso de José Mª Pemán dado en el homenaje tributado a don
Ricardo Isasi Ivison, alcalde de San Fernando, celebrado en el ayuntamiento de
la ciudad en diciembre de 1936. Discurso íntegro publicado en La
Correspondencia de San Fernando, 21 diciembre 1936. El homenaje que San
Fernando tributó el pasado sábado al alcalde don Ricardo Isasi Ivison. Nota 2
> Alocución radiofónica transcrita en Diario de Cádiz, 13 agosto 1936. Nota 3 > La Correspondencia de San Fernando, 22 agosto
1936. La hora del deber. Nota 4 > Diario de Cádiz, 23 agosto 1936. Nueva
conferencia de don José María Pemán. Nota 5 > Ibídem. Nota 6 > La Correspondencia de San Fernando, 12
noviembre 1936. Homenaje a don José María Pemán.
Existe
en Halle, Alemania, un banco público sobre el río Saale, afluente del Elba. El
paisaje desde ese punto es extraordinario. Los atardeceres, inolvidables y
seguro que las parejitas se lo rifan para vivir esa experiencia desde el banco.
Sin embargo, las cosas no siempre han sido tan sencillas. Durante el periodo
nazi, el banco sobre el Saale no era para todos los alemanes. Una placa de
bronce avisaba que únicamente los de raza aria podían usarlo: NUR FÜR ARIER
(solo para arios). Judíos, no. Solo los arios cabían en esa Alemania.
Halle, Alemania. 'Solo ara arios'
Hoy día
la placa sigue colocada detrás del banco sobre el Saale. Ha sobrevivido a la
destrucción de la simbología nazi que siguió a la derrota del nazismo… y ha sobrevivido
a la catarsis del pueblo alemán, que asumió la culpa de la barbarie que provocó
en ese tramo de su historia. La derrota bélica, política, económica y emocional
de Alemania fue absoluta. Todos los valores del régimen nacionalsocialista se
hundieron de la noche a la mañana… y con esto, su simbología. No podía ser de
otra manera. Se asumió. Lo hicimos y estuvo mal. Pasaron página y miraron
al frente. No volverá a pasar…
Podríamos
pensar que los valores de cualquier vencedor de cualquier guerra son los auténticos
valores que se merecen conservar. Es decir, si hubieran vencido los regímenes
autoritarios en la Segunda Guerra Mundial, ahora tendríamos otro tipo de
valores y tal vez estaríamos justificando el exterminio de judíos, gitanos,
maricones, moros, tullidos y republicanos españoles. Tal vez. Pero
objetivamente, pienso que no se puede comparar un régimen totalitario (léase nazismo,
fascismo y franquismo), que niega la democracia, reprime la disidencia y
extermina a sus opositores, con cualquier democracia real, por imperfecta que
sea. Con todos los matices que uno quiera poner, tal afirmación es un absoluto
en política.
El
potencial pedagógico que contiene la placa de Halle es extraordinario… y aún es
más extraordinario que todos los alemanes entiendan el valor de la
enseñanza que supone mantenerla visible junto al banco. Por eso ha sobrevivido.
Esa placa es una muestra diamantina de la barbaridad que supuso el nazismo y,
por extensión, el fascismo y el franquismo. Todos los que leen la placa hoy día
lo entienden así. Salvo ingratas excepciones, todos comprenden la barbaridad
que supuso ensalzar la raza aria mediante el exterminio de otras, y ayuda a
comprender la pobreza moral de aquellos alemanes que gasearon a seis millones
de otros seres humanos y provocaron no sé cuántos millones de muertos en los
campos de batalla, cometieron violaciones, y generaron miserias y hambrunas. La
carga pedagógica de la placa de Halle es extraordinariamente importante porque
nadie cuestiona ni su valor ni su significado. En Alemania parece que lo han
conseguido: prácticamente nadie hace caso de lo que insinúa… y su valor está en
lo absurdo y lo inaudito de su mensaje.
Si esa
placa estuviese en España habría que arrancarla a martillazos.
¿Por
qué? Porque aquí hay gilipollas que harían caso a la placa. Y, lamentablemente
es así porque en España venció el fascismo frente a la democracia. Ganaron la
guerra los que diseñaron ese tipo de valores y los desarrollaron durante 40
años de franquismo y otros 40 más de posfranquismo, hasta llegar al día de hoy,
con los herederos de aquella ponzoña política reptando desde las cloacas hasta
llegar al parlamento… En nuestro banco equivalente, sobre el Guadalquivir, el Ebro,
el Tajo o el Duero no pondría Solo para arios, pondría Solo para
españoles, absténganse de usarlo maricones, negros, moros y mujeres (estas
últimas a no ser que estén acompañadas de machos carpetovetónicos). Porque nosotros,
los españoles, no hemos experimentado la catarsis que superó el pueblo alemán,
es decir, esa especie de asunción colectiva de culpas que nos liberen de un
pasado vergonzoso. Hay millones de españoles que en 2021 no condenan el régimen
de Franco porque no quieren o porque no saben, y se sienten más patriotas precisamente
por eso: por tener de modelo a tal personaje. No saben que un maestro con 40
años de profesión, por ejemplo, es el verdadero patriota.
Sí… nos
faltó a los españoles una buena catarsis, y un buen golpe de valor, para identificar
y condenar en su momento al fascismo que nos condicionó a su antojo durante
cuarenta años, incluida la modélica Transición que se estudia en todas las
universidades del mundo. Ya me gustaría que aquí pudiéramos indultar símbolos
como hicieron en Halle. Pero no es posible. Y así estamos, con la vergüenza de
tener que arrancar de la pared una infumable placa de mármol… porque todavía
hay gente que piensa que Pemán fue realmente el cantor excelso de la raza
hispana. ¡La madre que nos parió a todos!
¡Madre
mía! Y no quiero pensar cuando tengamos que descabalgar al bilaureado… no lo
quiero ni pensar.
A fuerza de caminarlos se
han trazado nuevos caminos entre los polvorines de Punta Cantera (en San
Fernando, Cádiz). De nada sirvieron los carteles que avisaban: oiga, que
esto es zona militar, no se puede pasar. El abandono y la soledad pudieron
más que la disuasión. Eso y el premio de un paisaje encantador. Todos sabían
que ya no quedaba nada útil en los polvorines de Punta Cantera y que el único segurata
no podría atender tanta extensión de terreno. Así que, ancha es Castilla,
amigo… somos poco disciplinados. En realidad, somos un desastre.
Con el tiempo desaparecieron
los carteles de aviso y las alambradas con sus mástiles metálicos, entre otros
motivos porque eran de metal y hay gente que vive de canibalizar las cosas
abandonadas. Ya hace tiempo que se llevaron la puerta metálica de uno de los polvorines
tipo A, que debía pesar una tonelada —qué imaginación tiene la gente para hacer
esas cosas, o qué hambre—, y también se llevaron las contraventanas de los
primeros polvorines de 1730, que estaban forradas con láminas de cobre, como
los cascos de madera de los barcos de finales del XVIII. ¡La madre que los
parió! Roban y venden al peso un patrimonio de enorme valor que nos pertenece a
todos.
Hacía lustros que servidor no
entraba al recinto militar por la zona de la Casería de Ossio. Caminé por la
orilla buscando los restos de una tinaja gigantesca embutida en la arena de la
playa… hace ya veinte años que la encontré, medía entonces más de un metro de diámetro,
si no recuerdo mal. Ahora está cubierta por el cenillaje, esa capa de
algas filamentosas que acaba pareciendo una cama de paja seca. La dejé oculta…
no vaya a ser lo que no debe ser. Luego continué caminando algunos metros hasta
llegar a los últimos restos del Lazareto de Infante, un murete de piedra
ostionera cementada con cal y arena. Es un lugar con una historia medio contada y con mucha
historia aún por contar. Ese lugar fue lazareto de observación
buena parte del siglo XVIII, fueron almacenes de víveres para las flotas y también
fue el Hospital Real de Infante para atender personal de la Marina… tuvo
incluso un cementerio anexo y un enterrador que se llamaba Agustín Maroñas. Se
supone que los muertos deben seguir enterrados por ahí cerca.
Ha crecido un bosque donde
antes había una extensión de terreno despejado para favorecer la vigilancia
militar. Son arbustos de hasta tres metros de alto, aislados unos de otros. Los
conejos pululan por allí como Pedro por su casa. Aún es visible la hondonada
donde se formaba una laguna con las mareas altas y que se niveló con los escombros
del viejo Hospital de San Carlos… ya sé que es una tontería, pero me gustó
jugar a reconocer esos escombros y pensar que pertenecieron a un notable lugar.
El camino que han hecho los
paseantes discurre paralelo a la orilla del interior de la Bahía y llega a la
zona de los viejos talleres (de pintura, de alto explosivo, de municiones…).
Eran talleres que vinieron desde los Mixtos, con sus operarios y con mentalidad
de siglo XX, de cuando las municiones eran configurables y manipulables mecánicamente,
como lo era el SEAT 600. Pero eso se fue extinguiendo a ojos vista… Ahora esos
talleres son cascarones vacíos, las paredes se pueblan de grafitis anónimos y
hasta han llevado un colchón por obvias razones… todos los operarios que trabajaron
allí tenían un mote y bromeaban con una brusquedad violenta que nunca llegué entender
del todo. Y eran muy hábiles en lo suyo, los puñeteros… Ahora ha crecido un
eucalipto gigantesco junto a uno de esos talleres y han pintado un tulipán
negro en la pared.
Hay encanto en el abandono,
la verdad. Encanto y belleza en el poder de la naturaleza para reconquistar su
territorio… y junto al taller de alto explosivo había un pequeño cuartucho del
que salía una chimenea de tres metros de alto. Ya no existe la chimenea (seguro
que era metálica), pero el cuartucho permanece techado. Ese sitio se llamaba donde
el fosfuro. Y, claro, cuando hubo que fabricar tropecientos kilos de
fosfuro de calcio para los submarinos llamaron al químico recién llegado al
laboratorio… y el pobre químico no tenía ni puta idea de qué cosa era eso ni
cómo fabricarlo. Hubo que estudiar y así me enteré que el fosfuro de calcio (Ca3P2)
reacciona con el agua provocando una nube de humo gris muy escandalosa. Lo utilizaban
los submarinos para señalar una posición y había que proporcionarles una enorme
cantidad. ¿Cómo, puñetas, se hacía eso? ¡Menos mal que al rescate vino el viejo
maestro de los talleres! Un veterano de larga experiencia que, sin saber nada
de procesos químicos, conocía la técnica decimonónica para fabricar fosfuro cálcico
haciendo reaccionar óxido de calcio con fósforo blanco (que había que mantener sumergido
en agua) en un crisol metido a su vez en un horno que se calentaba comenzando
la ignición desde la parte superior… y la cosa funcionaba. Las piedras de óxido
de calcio acababan transformadas en piedras de fosfuro en un proceso que
parecía pura alquimia. Aquello me encantaba, la verdad y ahora, cuando lo
recuerdo, vuelvo a sentir ese cosquilleo que me producía la química, el olor
acre de la química y las reacciones violentas entre reactivos. Y más aún me
encantaba probar la eficacia de cada lote de fosfuro tirando piedrecitas al
charco que formaba la lluvia delante del laboratorio de pólvoras… la hidrólisis
del fosfuro era violenta, crepitaba y formaba humos grises que más valía no
respirar.
Puede que no sean valiosas las
ruinas de esos talleres —que no lo son—, pero tienen alma porque detrás de cada
ladrillo hay una historia. Detrás de cada historia hay hombres que construyeron
la pequeña aventura de cada día, la que hace funcionar las cosas cercanas. Es
que la historia es también eso que decía Unamuno: «…la vida silenciosa de millones de hombres […] que
a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden
del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor
cotidiana y eterna…». Nada es insignificante. Nada.