sábado, 27 de junio de 2015

Experimentar los contrastes

El primer pueblo de la Mancha después de superar Despeñaperros era Almuradiel. Tiene nombre andalusí y cuando la vieja carretera Nacional IV lo atravesaba a todo lo largo, las aceras desplegaban decenas de tiendas que ofrecían sabores exquisitos, quesos manchegos, pan, vino, chorizos… Por entonces, cuando la globalización ni siquiera era una distopía de ciencia ficción, uno buscaba quesos sin etiqueta, caseros, sin control de sanidad; verdaderos quesos de autor, ¡y se encontraban! Y quién dice quesos, dice chorizos y vinos. Pero desde que hicieron las autovías, este tipo de pueblos ha muerto. Hace unos días atravesé la calle principal de Almuradiel y parecía un cementerio abandonado…

…me temo que casi siempre el progresó arrasa con lo sencillo, con el romanticismo y con las utopías. Lo global y hortera ha vencido sobre  la singularidad localista. 

Luego, siguiendo la vieja Nacional IV llegabas a Santa Cruz de Mudela, con su caminillo de cipreses altos y tristes que sombreaba hasta el cementerio. Pero la autovía lo atravesó por medio y desde entonces los cortejos fúnebres discurren bajo el sol dando un rodeo. Hay una plaza en Santa Cruz de Mudela que se llena de niños y abuelos cuando templa la temperatura. Pero cuando hace frío es un pueblo tan desierto como Almuradiel. Es una ciudad de tres o cuatro mil habitantes. Correcta, no está sucia, tiene comercios, un centro cultural, farmacias, muy pocos bares, alguna cafetería, un mesón, un hotel… pero no es bonita. Apenas das un paseo aprendes que detrás de cada esquina no habrá nada sorprendente. Nada. Nunca.



En Santa Cruz de Mudela me miran. De alguna forma saben que soy forastero. Es un pueblo pequeño y se conocen todos los parroquianos. En las tres tardes que llevó aquí he descubierto que sólo tiene un lugar amable, la plaza del ayuntamiento, con sus juzgados, centro cultural y sus banquitos sombreados por árboles jóvenes. Incluso tiene el pueblo un cine Cervantes con aires de mitad del siglo XX.

Todas las tardes acabo sentado en uno de esos banquitos. Un grupo de madres jóvenes comen pipas y vigilan a sus criaturas… y de vez en cuando observo que me irán a hurtadillas. Hay también un buen número de abueletes distribuidos en grupos. Los abueletes no me miran. Unos charlan animadamente y otros solo miran al infinito. Tengo a mi lado, compartiendo banco, a un abuelete bien vestido y elegante. Está solo y no vigila a ningún nieto. Este va por libre. Hay una señora muy distinguida en silla de ruedas, es de las que se pintan el pelo de color blanco azulado. La chica que la empuja tiene una melena negra azabache, pero no he logrado comprobar si es sudamericana. Lo que si he visto en Santa Cruz de Mudela son señoras magrebies, con sus velos bien colocados, acompañadas de sus hijas con sus velos bien colocados. Y también hay negritos simpáticos e integrados en el pueblo, que hablan y bromean con las vecinas a voz en grito, mientras caminan por las calles estrechas y anodinas. No hay chinos en Santa Cruz de Mudela… de momento.

Aprovechando que suenan las campanas de la misa de ocho, me levanto y camino los doscientos metros pata visitar el templo. Es una iglesia robusta y vetusta, la de Nuestra Señora de la Asunción, del XVI, que parece de un gótico un tanto tardío. Una señora de pelo blanco reza en la segunda bancada. Un señor de pelo blanco camina con las manos en la espalda por la nave lateral. No hay nadie más, no hay misa de ocho. Un señor de mediana edad, atezado por el sol perenne de la calle, y con una mochila mugrienta en el suelo, pide limosnas en la puerta, como Dios manda. 

Jamás faltan las iglesias en los pueblos de las Castillas. Esta, la de Santa Cruz de Mudela, tiene delante una cruz de piedra a la que han arrancado el aguilucho fascista y ahora se supone que es un homenaje a los caídos en la guerra civil, sin distinción. Y tiene otra cruz que recuerda a la que los cruzados cristianos levantaron en este sitio después de vencer a los moros en la batalla de las Navas de Tolosa. Fueraparte de ese detalle ocurrido en el año 1212, no tiene nada más…

…por eso me estuve acordando de mis amigos patrimonialistas de la Isla de León, porque en San Fernando tenemos un patrimonio histórico extraordinario al que apenas sacamos partido. No hay nada mejor para redescubrir el patrimonio de tu pueblo que viajar a donde no lo hay…

…es el eterno recurso para percibir de nuevo lo que posees y de lo careces: experimentar los contrastes.


2 comentarios:

Carlos Martinez dijo...

Si, hay carreteras que se llevan por delante pueblos enteros. Y no precisamente por atropellarlos, sino por rodearlos. Y todo por las prisas. Que pena.

Miguel Ángel López Moreno dijo...

A veces pagamos demasiado caro ese aparente progreso. Lo hacemos sin cuidar las consecuencias... Somos demasiado ciegos. Es verdad. Un cordial saludo, Carlos.