martes, 19 de octubre de 2021

El ejemplo de los hombres olvidados

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

El 29 de octubre de 2021, la corporación municipal de San Fernando nombrará alcalde honorífico a don Cayetano Roldán Moreno, y concejales honoríficos a los ediles asesinados en 1936 por militares y fascistas.



Existen muchas formas de ver las cosas, varias lecturas del mismo verso, numerosas maneras de responder a una mirada… pero no todos son aceptables. Los hombres tenemos infinitos modos de interpretar los gestos, las palabras, las relaciones sociales o políticas porque ninguna relación humana es objetivamente medible… por eso discrepar es parte de nuestra esencia. No pasa nada. No debería pasar nada por discrepar. De hecho, no pasa nada cuando discrepan personas civilizadas.

En política no hay verdades absolutas —eso lo dejamos a las religiones que creen manejar palabras reveladas por el mismísimo Yahveh, Cristo o Alá—, lo que hay en política son opiniones. El problema surge cuando un grupo de patriotas se cree en el derecho de imponer su visión de las cosas y, en el proceso de uniformar esa visión de las cosas, elimina al grupo discrepante. Eliminar en el sentido de convertir al que discrepa en un ser despreciable para matarlo sin remordimientos, enterrar el cuerpo sin respeto y olvidar el crimen. Eso, exactamente eso, nos pasó a los españoles a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 (el 17 en Ceuta y Melilla).

En San Fernando, los militares y fascistas que ese día violentaron la II República detuvieron al alcalde y concejales del Frente Popular —y en buena parte de España ocurrió lo mismo— porque tenían las pistolas, la osadía para usarlas y, sobre todo, el mesianismo para llevar a cabo su crimen sin reparos morales y sin cargos de conciencia. Lo hicieron porque esas personas —alcalde y concejales— representaban la voluntad popular, y tal cosa, la democracia, era incompatible con el régimen totalitario que los golpistas proponían. Ninguno de los ediles utilizó la violencia física, usaron ideas y palabras respaldadas por una Constitución que emanaba de la voluntad popular… y les costó la vida, el desprecio de una fosa común, el inmenso dolor de su familia y el olvido durante décadas.

85 años después de su muerte a manos del fascismo, el 29 de octubre de 2021, el Ayuntamiento de San Fernando nombrará alcalde y concejales honoríficos a unos hombres que representaban los valores de tolerancia y humanidad que jamás tuvieron sus asesinos y cómplices. Estos son sus nombres:

Emilio Armengod Molina, Eladio Barbacil Romarín, Manuel Belizón Castillo, Eduardo Díaz Delgado, Antonio Ferrer Acosta, Marciano Gonzalez Medina, Francisco Hierro Benítez, José Lucas Velázquez, Juan Moreno Cabeza, Juan Mantero Valero, Eduardo Naranjo Gago, Antonio Pérez Heredia, Luis Ramos Laguna, Cayetano Roldán Moreno, Marcial Ruiz Pérez, Esteban Salamero Bernal y Carlos Urtubey Rebollo.

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Diecisiete nombres recuperados del silencio húmedo de las fosas comunes. Al concejal de izquierda republicana, don Eladio Barbacil Romarín, lo apresaron soldados de Infantería de Marina en la escalinata del ayuntamiento de San Fernando. Era la tarde del 18 de julio de 1936, recién leído el bando de guerra. Intentaba incorporarse al grupo de sus compañeros reunidos en el salón de plenos… lo que Eladio no sabía en ese momento es que ya habían sido detenidos por el teniente coronel de IM, Ricardo Olivera Manzorro; el comandante de intendencia de la Armada, Ricardo Isasi Ivison y el capitán de IM, Carlos García Calderón. Tres militares sin honor que violentaron la promesa de lealtad que prestaron a la Republica. Al alcalde y concejales encerraron en el penal de Cuatro Torres. El 10 de agosto trasladaron a algunos de ellos al Puerto de Santa María y los asesinaron ese día y siguientes. Eladio Barbacil fue uno de los primeros… dejó viuda, doña Dolores Cifredo Cantos, y seis huérfanos. Pero también le asesinarían a su padre, Manuel Barbacil Mejuto, y a su hermano Alfonso. La familia Barbacil pagó muy cara su afinidad con la República.

Don Emilio Armengod, concejal de Unión Republicana, imploró desesperadamente desde su encierro, a través de cartas, un gesto de compasión a sus amigos y familiares directos —supuestas personas de orden y recta moral adheridas al Glorioso Alzamiento Nacional— para que avalaran su comportamiento político y moral… nadie le contestó ni movió un solo dedo en su favor. Lo asesinaron el 16 de agosto de 1936 en el camino de Puerto Real al Puerto de Santa María. Dejó viuda, doña Asunción García de Loma y Barrachina, y cinco hijos.

Al escribiente de La Carraca, y concejal radical-republicano, don Marciano González Medina, lo detuvieron en los primeros momentos de la sublevación militar. Lo encerraron en el penal de Cuatro Torres, junto a sus compañeros de corporación. Pasadas unas semanas, en vista de su ausencia del trabajo —lo cual suponía una violación del bando de guerra—, el juez instructor de La Carraca pidió al alcalde golpista de la ciudad, Ricardo Isasi Ivison, que lo localizara. Interrogada la madre, doña Mercedes, ingenuamente contestó que Marciano no podía ir a trabajar porque estaba detenido… lo que no sabía la pobre señora es que a su hijo lo habían asesinado hacía 13 días, el fatídico 11 de agosto de 1936 en el Puerto de Santa María.

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Dos hombres uniformados y armados llegaron de madrugada a casa del concejal socialista don Antonio Ferrer Acosta… su sobrina no recuerda si eran guardias civiles o falangistas. Ferrer les hizo pasar, incluso les ofreció un café mientras se vestía. El café lo preparó su mujer, doña Concha Salado Ruíz… no volvieron a verlo. Lo asesinaron en el Puerto de Santa María el 11 de agosto de 1936. Ese mismo día también murieron asesinados el concejal socialista don Eduardo Díaz Delgado y don Esteban Salamero Bernal, concejal comunista.

Al médico y alcalde socialista, don Cayetano Roldán Moreno, lo detuvieron dos días después del Glorioso Alzamiento Nacional, el 20 de julio. Tuvo tiempo de ver cómo los fascistas apresaban a sus hijos mayores y, confiado en las buenas palabras de los sublevados, él mismo acompañó al menor de los tres hermanos hasta la cárcel municipal. En ese momento parecía razonable hacerlo, y resultaba inconcebible imaginar la monstruosidad que fueron capaces de perpetrar militares y falangistas en La Isla de León. Mataron a don Cayetano Roldán el 29 de octubre de 1936 en la tapia del cementerio de San Fernando. En ese momento ya le habían asesinado a sus tres hijos varones, Juan, Manuel y Cayetano. También la familia Roldán pagó carísimo su compromiso con las libertades democráticas.

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Al sastre y concejal don Luis Ramos Laguna lo detuvieron en su casa dos falangistas muy conocidos en La Isla. Lo metieron en un coche y se lo llevaron. Tampoco volvieron a verlo. Al cabo de unos meses la esposa, doña Joaquina Fillola Cortés, recibió una carta de algún amigo diciéndole que había muerto ametrallado en el penal del Puerto de Santa María el 21 de octubre de 1936. Conocida la noticia, uno de sus hijos salió en busca de los falangistas que se llevaron a su padre para pedirles explicaciones, pero lo que recibió de ellos fue una paliza y un escarnio que le duró toda su vida. Le arrancaron todos los pelos del cuerpo y se mearon encima… luego lo dejaron vivir. Poco más tarde, los mismos falangistas intentaron comprar a la viuda la casa y sastrería por una cantidad irrisoria de dinero.

A la esposa del concejal republicano don Manuel Belizón Castillo, doña Luisa Durán Vivancos, le devolvieron una manta en la puerta del penal del Puerto de Santa María junto con las funestas frases que recibían todas las viudas: "No hace falta que vuelva, señora. Su marido ya no está aquí".

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El concejal comunista don Juan Moreno Cabeza, guardia civil retirado, de 58 años, aún esposado, se reveló contra sus verdugos y forcejeó con ellos. Fue inútil. Acabó asesinado con la estética de un fusilamiento judicial en el barrio Jarana. Era el 17 de agosto de 1936.

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El maestro y concejal de izquierda republicana, don José Lucas Velázquez, no lo apresaron hasta el 18 agosto de 1936. Un mes estuvo escondido evitando la detención. Los militares y fascistas le debieron dar tal paliza que no ingresó en prisión, sino en el hospital de San Carlos. Diez días más tarde, el 28 de agosto, fue asesinado junto a la tapia del cementerio de San Fernando. Dejó viuda, doña Carmen Luque Sarriá, y un hijo póstumo.

El concejal de izquierda republicana don Carlos Urtubey Rebollo era médico y pintor. Dejó una obra pictórica de interés que se sigue cotizando, y un legado profesional en la facultad de medicina que hoy día sus colegas intentan poner en valor… también formó parte de la tuna de medicina de Cadiz. Asesinado en el Puerto de Santa María el 10 de agosto. Dejó viuda, doña Carmen Varo Benítez.

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A don Marcial Ruiz Pérez, concejal de Unión Republicana, le golpearon la cabeza en una de las reyertas que provocaron los falangistas durante la primavera de 1936. Le abrieron una herida de tres centímetros. Uno de los pistoleros fascistas, Manuel de Pando Caballero, le amenazó directamente con estas palabras: «Lo que te ha pasado no es nada comparado con lo que te tiene que suceder». Y sucedió. A don Marcial lo asesinaron el 11 de agosto de 1936, junto a varios de sus compañeros, en el Puerto de Santa María.

Al concejal socialista don Juan Mantero Valero, natural de Valverde del Camino, hombre simpático, antiguo novillero, que tocaba la guitarra siempre que encartaba… acabó encerrado en el penal de la Casería de Ossio. Su hermano José logró obtener de un exdiputado derechista, vecino de Valverde del Camino, una carta avalando la liberación de Juan Mantero Valero. Se desplazó José hasta San Fernando, pero cuando se presentó en el penal con el documento, le entregaron una carta dirigida a su mujer, doña Josefa Duque Contioso, y le espetaron las fatídicas palabras: «…su familiar ya no esa aquí». Lo habían asesinado el 4 de noviembre de 1936. Tenía 41 años y dejó seis hijos.

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A don Antonio Pérez Heredia, soltero, concejal comunista de la última corporación republicana de San Fernando, lo asesinaron en la tapia del cementerio el 10 de septiembre de 1936. Devolvió al cura el escapulario de la Virgen del Carmen que llevaba encima y confesó antes de morir, pero se negó a recibir la absolución del hombre con sotana negra, luego lo arrastraron sin miramientos al fondo de una fosa común.

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Pero no, no conocemos todas las historias personales. Muchas veces el miedo de padres, esposas o hermanos disolvió en lágrimas la memoria de las familias y dejó a los muertos en las fosas y en el olvido. Pero sí sabemos que no fueron criminales ni merecieron la muerte y la indignidad. Sirva el ejemplo de estos hombres para recordar lo que fue capaz de hacer el fascismo en el siglo XX. Sirva también para recordar que no podemos ser tolerantes con la intolerancia actual en España. Recordemos que la democracia debe estar vigilante y ser beligerante para defenderse de los que quieren imponer sus criterios en lugar de exponerlos civilizadamente. Sirva el ejemplo de estas víctimas para que los que hoy añoran aquellos valores, es decir, añoran la imposición por la fuerza o la mentira de UNA patria, UN Estado, UN caudillo, UN pensamiento, UNA lengua, UN credo… esos que añoran tales valores son enemigos de la convivencia democrática. Aquel horror no terminará hasta que esos especímenes actuales maduren o lean más libros o se extingan sin herederos ideológicos. No sé cómo se logra eso, pero hay que hacerlo…

domingo, 3 de octubre de 2021

Machismo subyacente

Este artículo se publicó en La Voz del Sur



Nos educaron en un patriarcado inamovible. El hombre era el rasero de todas las medidas intelectuales, morales, emocionales, sociológicas, biológicas… la mujer estaba en otra dimensión, más baja, por supuesto. Hoy nos horroriza lo que pasa con las mujeres afganas, pero nosotros lo hemos vivido en nuestra propia casa hasta ayer mismo. Hablo de la generación que mejor conozco, la de servidor, los que nacimos en España mediado el siglo XX, en una posguerra tardía. Aquel era un país gris y casposo, donde sonaba radio nacional de España con un parte de guerra que con el tiempo se reconvirtió en boletín de noticias de obligada audiencia y nula contestación. Una sociedad llena de sotanas negras que olían a rancio; curas de mirada inquisidora …no te veo por aquí últimamente, Fulano… en cada esquina intimidaban policías de gris o guardias civiles con tricornio de charol que daba miedo solo verlos. Era un país de mujeres sometidas al hombre y a Dios, porque ellas solas no podían apañarse, ¡pobrecitas! Las mujeres, nuestras madres, tenían un rol perfectamente definido: las tareas propias de su sexo y condición. Es decir, servir al macho de la casa (nuestros padres) y criar a sus hijos para bien de la patria… y eso estaba tan interiorizado que nunca fuimos conscientes de la aberración que suponía. Pues, mira tú, a pesar de todo eso, llegamos a formar algunas familias felices y acríticas. Los niños y las niñas (disculpen, poco a poco me va chocando el masculino inclusivo de la RAE, la verdad) nunca fuimos conscientes de nada y me atrevería a decir que la mayoría de nuestras madres, tampoco. No teníamos una visión alternativa para comparar situaciones, y sin alternativas no se podía comprender la injusticia que sufrían nuestras madres y hermanas. El machismo ambiental era transparente a nuestra comprensión. Ese era el mundo en el que vivíamos y esos eran los valores dominantes… las madres atendían la casa y, por lo general, obedecían; el hombre llevaba el dinero y tomaba las decisiones de la familia. Eso era lo correcto. Crecimos y nos formaron en los valores de un patriarcado ubicuo e incontestado. ¡Nadie nos dijo que eso era machismo y que denigraba a la mujer!

No me lo han contado, lo viví. Nuestras madres eran algo en esa sociedad porque llegaban a ser las señoras de López o de Martínez, apellidos de los maridos que ejercían, a su vez, de tutores legales de sus mujeres. Los hombres no lloraban, llorar era de niñas o de mariquitas. Ser madre soltera era un estigma. Solo las fulanas fumaban públicamente. No se escupía porque escupir era propio de judíos, esos seres que habían escupido al Jesús. No podías desear a una niña porque te condenabas eternamente a los suplicios del infierno. Las mujeres se sentaban de lado en las motocicletas o en los caballos, con las piernas juntitas. La raza española era indomable y en su día construimos un imperio en el que no se ponía el sol… Todas esas verdades formaban nuestra realidad impostada, estaba sostenida con falsas premisas, era un castillo de arena.

Es lo que tienen los castillos de arena, que tarde o temprano caen. No recuerdo cuando se desmoronó el mío. Los de nuestra generación tuvimos que aprender muchas cosas por nosotros mismos. A percibir, por ejemplo, el machismo ambiental —contra la mujer y contra homosexuales—. Fue un goteo suave pero continuo, que partía de las propias mujeres, lo que nos mostró la necesidad de oponerse al patriarcado. Yo creo que lo comprendí de inmediato, cuando conocí a mi compañera. Punto. La conclusión era tremendamente sencilla: Un ser humano tiene los mismos derechos y deberes que cualquier otro ser humano por el simple hecho de ser un ser humano… con independencia de dónde nace, dónde pelea o dónde muere y, por supuesto, con independencia de su sexo biológico y de la particular interpretación que cada uno le quiera dar al suyo. Era así de simple. Y esto ya no es un castillo de arena, es una piedra basal sobre la que construir una sociedad más justa.

Los de mi generación —hombres y mujeres, conste— hemos aprendido a ser feministas (los que lo hayan aprendido) a pesar de todo nuestro bagaje en contra y porque es lo radicalmente razonable… cuento todo esto porque, a pesar de los esfuerzos por reprimir gestos o frases machistas —que hemos aprendido y repetido en muchas ocasiones a lo largo de toda nuestra vida—, a veces se nos escapan cosas que ponen en evidencia nuestro origen. Ayer, por ejemplo, una buena amiga me llamó la atención por escribir una de estas frases hechas que menosprecian a la mujer… mea culpa. Y hoy he visto la foto que ilustra esta reflexión y me ha llamado malamente la atención: las mujeres dispuestas detrás de los hombres. Y si nos ponemos a mirar en nuestro entorno, hay puñados de ejemplos como estos.

A veces son detalles involuntarios, estoy seguro, pero esos micromachismos restan. Hay que seguir trabajando…