miércoles, 13 de abril de 2022

El neofascismo que viene (lo relativo y lo absoluto de León)

Este artículo se publicó en La Voz del Sur



León tiene seis años y ya va diciendo por ahí que los agujeros de gusano te llevan a un mundo paralelo y que el tiempo es relativo. No sabe qué está diciendo, por supuesto, pero repite esas cosas y tarde o temprano acabará entendiendo que hay minutos eternos y que hay días tan agradables que pasan en un minuto. La percepción del tiempo es así de caprichosa y con los años León comprenderá realmente que, como dice ahora, el tiempo es relativo. Y, a partir de esa convicción (sobre lo relativo de las cosas), tal vez comprenda que nadie ─ni políticos, ni curas, ni pensadores─ debe inculcarle NINGUNA VERDAD ABSOLUTA sin que él mismo la filtre a través de su propia percepción crítica. Porque esas supuestas verdades absolutas ─aceptadas sin un pensamiento crítico─ es un asunto altamente peligroso por lo que tienen de ciegas y excluyentes, y porque son siempre el germen de una intolerancia activa. Racionalmente no debemos aceptar verdades absolutas por lo que tienen de excluyentes e intolerantes, y mucho menos las enunciadas por líderes carismáticos o por los ministros de los propios dioses, porque no son más que sus opiniones… algunas puede que respetables, incluso.

Pero no solo la percepción del tiempo es relativa. A León le tocará vivir un mundo con valores relativos y cambiantes porque los que parecían estar sólidamente aceptados, asentados y consensuados entre todos, esos valores que pensábamos estaban firmemente incrustados en la esencia del hombre civilizado, están siendo disueltos por las nuevas propuestas autoritarias, neofascistas, intolerantes e irrespetuosas que se alzan en el siglo XXI. VOX y Abascal en España, Agrupación Nacional y Marine Le Pen en Francia, Liga Norte y Salvini en Italia, Fidesz y Orban en Hungría, Rusia Unida y Putin, Partido Republicano y Trump en USA, Partido Liberal y Bolsonaro en Brasil, etcétera.

Los autoritarios y neofascistas utilizan las democracias para, a partir de ellas (y con el voto de mayorías cada vez más amplias), iniciar una deriva evidente hacia regímenes tiránicos. Ya lo hicieron así en el siglo XX y hoy vemos esa peligrosa deriva en numerosos países (Hungría, Polonia, Filipinas, El Salvador, Brasil, Rusia, Italia, Francia, España, Estados Unidos, etc.). Y no estoy pensando en cuestiones metafísicas, hablo de que los autoritarios y neofascistas conculcan valores tan básicos, evidentes y simples como que todos los seres humanos nacemos libres e iguales, con independencia de cualquier origen social, geográfico o religioso. Los autoritarios y neofascistas cuestionan que todos tengamos los mismos derechos y deberes, ya seamos hombres, mujeres o cualquiera de las variantes de género que consideremos. Hablo de que estos actores políticos que violentan los Derechos Humanos ─esas intenciones definidas por las Naciones Unidas como un estándar común a ser alcanzado por todos los pueblos y naciones…derechos que, en beneficio de la humanidad, tenemos que elevar a la categoría de rasero moral y universal de los hombres y mujeres del planeta. Un mínimo y común código moral. Valores universalmente aceptados y de obligado cumplimiento para todos… valores que ahora son cuestionados por esos movimientos sociales y políticos filo fascistas que vuelven a sus casposos postulados de intolerancia. Postulados y crímenes que el mundo condenó en Nüremberg pero que siguieron vivos y jaleados en la España de Franco y en la España de la Transición hasta llegar al siglo XXI camuflados en nuestra democracia. Postulados propios del pitecántropus… mi tribu, mis costumbres, mis tradiciones, mi lengua, mi hembra, mi pan, mi agua, mi caza, mi frontera, mi religión, mi enemigo y mi interés por encima de todos… eso es el fascismo del siglo XXI. Pura obsolescencia traída al presente apelando a lo simple y primario, a lo más atávico del ser humano. El neofascismo es una llamada al cerebro de reptil que llevamos dentro.

Como dice León, el tiempo es relativo pero la democracia también… puede haber votos de por medio (los hay hasta en Rusia con Putin y en Estados Unidos con Trump), pero eso no es suficiente para validar un sistema. Jamás se pueden votar (y cuestionar, por tanto) ideologías que ponen en tela de juicio los derechos humanos como valores universales, sólidamente aceptados, asentados y consensuados. Esas ideologías fagocitan la democracia destruyendo valores que son un ABSOLUTO integrado en la convivencia de los hombres civilizados. Propiciar el neofascismo con nuestro voto, por muy cabreados que estemos con el gobierno de turno, es tan ridículo y autodestructivo como el soldado que deja de comer para que se joda el sargento-cocina.


martes, 29 de marzo de 2022

El día que comenzó la guerra

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

Río Lillas, en el Parque Natural Hayedo de Tejera Negra

El día que comenzó la guerra en Ucrania atravesé Cantalojas, un pueblecito en el norte de Guadalajara. Era la primera vez que viajaba sin mi copiloto. El asiento de ella se llenó con la gorra del Cavern Club de Liverpool que me regaló Hermi, la cámara Go-Pro, una botella de agua y el macuto rojo… esas cosas iban en su lugar. Nadie desplegó un mapa a mi lado ni miró el móvil para orientarse. Nadie me avisó de cuál sería el próximo pueblo. Nadie me dijo con premura: Por allí, por allí. Ni yo pregunté: ¿Por allí es por la derecha o por la izquierda? Y ella no enfatizó: Te estoy diciendo que por allí. ¡Ya te lo has pasado! Sí. A veces no era una buena copiloto, pero nos reíamos o nos enfadábamos según se terciara. Y siempre había kilómetros por delante para arreglar el problema. Pero ya no está… Nadie me buscó la emisora local o encendió por mí el aire acondicionado. Tuve que aprender a hacerlo solo, sin despegar la vista de la carretera. Hay que aprender a hacer muchas cosas sin ella. Por eso era importante hacer este viaje sin copiloto.

Apenas las 9 de la mañana cuando atravesé Cantalojas, estaba nublado y el termómetro marcaba un grado sobre cero. Desde la aldea rodé ocho kilómetros a través de una pista forestal camuflada en mitad de un bosque de pinos rojos. Las cunetas seguían cubiertas de nieve y las rodaduras embarradas. A veces, el coche perdía tracción en el barrizal y se iba para donde le ordenaba la fuerza de la gravedad ─que es una ley muy suya, todo sea dicho─ que no era precisamente por donde yo quería ir. Esa falta de control sobre la máquina me hacía consciente de lo frágil que somos los humanos frente a cualquier cosa. Me parece a mí que la libertad ─y la voluntad de ser libres─ termina donde comienza la ley de la gravitación universal, la física o la voluntad de los poderosos que deciden ejercer su poder, como Putin en Ucrania, Busch en Irak o Netanyahu en Gaza. Se mire por donde se mire, somos el resultado de leyes inamovibles y repetitivas en este universo político, humano o simplemente físico.

La pista forestal terminaba en un prado que en otoño se convierte en el aparcamiento de los que visitan el hayedo de La Tejera Negra. Ese día laboral de pleno invierno no había ningún coche. Sabía que no era buena época para visitar un hayedo, que en otoño es lo propio, cuando los colores de las hojas son de una belleza inimitable por muchas acuarelas que pinten los que saben hacerlo. Pero no podía esperar porque el tiempo fluye y no vuelve. Ya sabía que el hayedo no tendría hojas, que estarían todas en el suelo formando una alfombra crujiente, pero seguiría siendo un hayedo. Yo mismo carezco de muchas cosas y sigo siendo un ser humano. Las carencias no nos privan de nuestra condición… y así, un hombre sin alegría caminaría por un hayedo sin hojas, y seguirían siendo hombre y hayedo.

El jueves, 24 de febrero de 2022, cuando comenzaba la guerra en Ucrania, el río Lillas seguía atravesando su valle con alegría. Bordeando la pradera, a ambos lados del riachuelo, se espesaba un bosque de pinos rojos. Al fondo se dibujaba el macizo de Ayllón, con manchones nevados y sus laderas cubiertas de hayas grises y sin hojas. Sonaba algún pájaro carpintero y volaba alguna rapaz, pocas. Sin cobertura en el móvil. La soledad era radical y pesaba tanto que hasta me daba pescozones en el cogote, la puñetera. Era una soledad física, espesa y envolvente. Todas las cosas grandes y preciosas son solitarias, decía John Steinbeck. Lo que tenía por delante era grande, precioso y sobre todo solitario. La verdad es que cierta congoja y vértigo me producía tanta soledad… entendida como abandono, desamparo o indefensión, además de la ausencia total de seres humanos. Como te rompas una pierna, aquí te quedas, tío… Pero el paisaje era francamente espectacular y atractivo. Provocaba la misma atracción que causa el vacío. Un paso detrás de otro, casi sin ser consciente, me fue introduciendo cada vez más en ese paisaje solitario.

Piedras en equilibrio junto al río Lillas

El río, la pradera, el bosque, los sonidos mezclados de la brisa, el agua circulando, los árboles que se mecen… el espacio abierto delante de tus ojos era lo diametralmente opuesto a lo constreñido de las cuatro paredes donde uno se reduce y se aísla día tras día. La percepción de que solo estás tú, y lo que llevas en la mochila es todo lo que tienes, proporcionaba una pulsión de libertad gratificante. Pero estás solo y no puedes compartir estas sensaciones con ella, y eso es extraño, contranatural… Me inundó entonces una necesidad imperiosa de ser consciente de todos los detalles para recordarlo, de fotografiar cada panorámica, captar la belleza, los silencios, los sonidos, los olores, y vivir la sensación placentera de estar en la naturaleza ─y de ser naturaleza─ sin humanos de por medio …porque se lo tengo que enseñar a ella cuando vuelva. Pero ¡vaya! Esa ilusión dura una fracción de segundo… lo suficiente como para que al volver a la realidad provoque una decepción. Tras esa ilusión instantánea, toda la soledad del entorno te envuelve y cristaliza de golpe en el corazón para detenerlo un momento. No, Milan… todo esto lo estás viviendo solamente tú, cariño. Relájate.

Sí… la naturaleza es un bello desorden. El cauce del río Lillas es un ejemplo de esa belleza. Después de cada crecida las piedras erosionadas se acoplan unas con otras hasta encontrar un equilibrio estable. En ese momento cada canto rodado ha encontrado su estado de mínima energía. Y solo una fuerza superior es capaz de modificar tal situación… una fuerza superior o una voluntad consciente.

El día que comenzó la guerra en Ucrania, en el cauce del río Lillas, levanté, con voluntad consciente, una columna de piedras desafiando al desorden caótico que rodeaba la escena. La gravedad me lo permitió a duras penas. Es bello el orden y es bello el caos cuando coexisten… posiblemente porque ser consciente de uno nos hace apreciar su contrario. Amamos el orden en mitad del caos y amamos el caos en medio de un orden asfixiante… solo percibimos los contrastes.

Cuando acaba la vida los elementos que la componen tienden al desorden. Y allí, rodeadas de caos, quedaron mis piedras en equilibrio ─como una alegoría de vida y orden─ el día que comenzó la guerra en Ucrania, al albur de la lluvia, de la crecida o del viento. Caerá tarde o temprano porque todo lo humano es efímero. Y, por encima de cualquier ilusión de conocimiento que nos hagamos, el hecho de que nada es eterno es la única certeza que podemos alcanzar…

jueves, 17 de febrero de 2022

Solo este momento sirve

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

El naranjo enano tiene 18 naranjas del tamaño de una nuez. Hay dos en el suelo, arrugadas ya. Se cayeron hace tres días y el anciano no hace nada por recogerlas. Las mira y lo deja estar. ¿Quién es él para oponerse al devenir del universo? A mediodía, cuando más calienta el sol, se sienta a leer y cada dos párrafos levanta la vista del libro para mirar las naranjitas. Y así deja pasar el tiempo, preguntándose qué cosa tiene que emprender… no porque lo haya olvidado, es porque no encuentra nada ilusionante que le mueva. El anciano es consciente de la ausencia que ha dejado ella, la compañera de su vida. Conoce en su propia carne el paso irremediable del tiempo, el ocaso de la vida, la fragilidad de cualquier equilibrio que cualquier hombre pueda construir. Conoce esas cosas. El anciano vive sin alegría. Nadie dijo que esto fuera un jolgorio permanente… más bien todo lo contrario, un lugar con acechanzas tristes amenazando siempre. Pues eso.

La perrita husmea por el jardín. El anciano ha descubierto que es ella la que se come las migas de pan duro que deja para los gorriones. A mitad de febrero están empezando a salir flores por todos lados. Ya es primavera y siguen sin aparecer las nubes. Un pertinaz anticiclón impide que entren las borrascas hacia la península y ahí estamos, sin lluvias desde hace muchos meses. Por eso los ilusos de chaqueta, corbata y brillantina empiezan a sacar a los santos milagreros para pedir lluvias, como en la edad media. Hay que ser imbécil para entrar en esas cosas. No es falta de respeto llamarles así, piensa el anciano, es marcar la falta de racionalidad de esos actos.

Hoy se ha caído otra naranjita y el anciano sigue sin voluntad para recogerlas. El tendedero soporta un pantalón vaquero y un albornoz azul. Seguro que a media tarde estarán secos porque sopla brisa de poniente y no hay nubes. Ni una puñetera nube en el horizonte y así no hay manera de que llueva. Nos vamos al carajo, la civilización digo. Esta forma de civilización, con estos valores, se va al carajo. Seguro que surgirán otras civilizaciones con otros valores, más simples y también más injustas, y los nuevos civilizados tendrán que caminar por el sendero de conquistar derechos y deberes para todos… esa eterna y tediosa lucha de los oprimidos contra los opresores que llena toda la historia de todas las civilizaciones de hombres y mujeres. Pero el anciano piensa que no estará para ver otra vez esa vuelta de tuerca histórica. Lo percibe como un aburrimiento, ¡pero si ya hemos pasado por ahí, cojones! Será el mundo de sus nietos, será la civilización que ellos construyan. Él ya no está, ni cuenta, para nada ni para nadie. Es lo que tiene dejar pasar el tiempo mientras caen las naranjitas.

Sí… el anciano levanta los ojos del libro después de leer dos párrafos. El sol de febrero, aunque se acerque el medio día, no está muy alto. Es una belleza esa luz fría que deja sombras alargadas. Es una belleza la brisa de poniente que mece las hojas de la palmera… siempre ha usado esa palmera como veleta. Según estén las hojas, sopla levante, poniente, norte o sur. De un rápido vistazo sabe qué viento sopla. Es una belleza que las hojas oscuras de la begonia reflejan el sol que recibe. Las hojas grandes de la aspidistra bailan con la brisa una danza repetitiva. La perrita sestea al sol tibio. Los gorriones se pelean por un trocito de pan y se gritan entre ellos…

Hay belleza y pereza en todo lo que rodea al anciano. Pero la tristeza lo supera y por eso procura disfrutar del ese instante, que es un instante irrepetible, como todos los instantes. El pasado ya no está, ni se le espera. El futuro no está construido. Solo este momento sirve… ¡A por él!

miércoles, 5 de enero de 2022

Para Bala, por su alegría y su sonrisa que hace felices a los que la rodean



Mientras cenábamos en la nochevieja de 2021, mi nieta Vega, de nueve años, preguntó quienes eran las niñas de la foto que veía en la pared. Era una foto que mi amigo Alfonso nos regaló hace ya unos años. Y, aunque estaba un poco lejos de Vega, intentó leer la dedicatoria. Entre la lejanía y la caligrafía le resultaba difícil, así que la ayudé leyendo al mismo tiempo que ella iba descifrando: En la vida mucha gente juega al escondite… Yo no recordaba qué había escrito Alfonso. Cuando leí con Vega …para Bala por su alegría y su sonrisa que hace felices a los que la rodean… No pude terminar de leer. Se hizo el silencio en la mesa.

A ratos esto duele mucho.