viernes, 30 de abril de 2021

Combate las ideas y deja en paz al que las dice

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

Yo no sé cómo se llegan a entramar nuestras convicciones. Las que sean. Cada uno llega a amueblar su cabeza con sus propios trastos mentales y así salimos de izquierdas, de derechas, de arriba, de abajo, ácidos, insípidos, volubles, activistas, negacionistas, cansados de todo, dispuestos a todo…



No sé, supongo que para alcanzar las convicciones de cada cual algo habrá tenido que ver las lecturas medio aprendidas a lo largo de la vida, las vivencias que te dejan cicatrices, los ejemplos que te regalan tipos ejemplares o tipos impresentables, lo que te gritan esos que piensan que la razón es directamente proporcional al volumen de la voz, lo que te susurran los que te aman, lo que silencian cuando apareces de súbito, las mentiras y las verdades que te cuentan, las medias mentiras y las medias verdades que te insinúan, las decepciones de tus referentes, las pertenencias a un grupo o al contrario, la identidad que te entregan sin saber tú qué cosa es esa patria inventada, etc., etc., etc.

Sea como sea, al final cada uno alcanza a tener sus propias convicciones, su propio conjunto de ideas y valores con los que sintonizar o confrontar con los otros. Nuestras convicciones nos relacionan inevitablemente con el mundo y con sus vecinos... el problema surge cuando la confrontación pasa de las ideas a los hechos físicos… y estoy pensando en los sobres con balas o navajas enviadas durante la campaña electoral de Madrid, en abril de 2021.

Cuento esto porque llevo todo el tiempo de la pandemia releyendo numerosos documentos que no utilicé para escribir un libro anterior (República, alzamiento y represión en San Fernando). Son textos periodísticos de 1936, de cuando en San Fernando (Cádiz), militares y fascistas, arropados por la Iglesia, habían vencido a la II República española... es decir, cuando aquí ya no se confrontaban ideas o valores y se iba directamente a los hechos consumados, o sea, a matar hombres que tenían otras ideas y otros valores. En ese momento, gentes con convicciones fascistas estaban eliminando a gentes con convicciones republicanas... y lo justificaban con ideas que acabaron siendo buenas ideas. Era cuestión de insistir un poco con ellas y, al mismo tiempo, eliminar cualquier otra idea que quedara suelta por ahí. Fácil, es lo que hace cualquier tiranía si quiere sobrevivir: eliminar ideas a las bravas, quemando los libros que las propagan o poniendo balas en las cabezas que las desarrollan. Siempre se ha hecho así, ¿no?

Y mientras leía esos documentos, se inicia la campaña electoral por el gobierno de la Comunidad de Madrid. El torrente dialéctico se eleva hasta el grado de confrontación brusca y alcanza el nivel de intolerable. Y las mentiras y las medias verdades campean a sus anchas en boca de casi todos los candidatos, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Y el fascismo del siglo XXI (el fascismo de VOX, digo, y el de los filofascistas que conviven en el PP con total impunidad), ese fascismo que entiende, justifica y se identifica con aquel otro que sigue impreso en los documentos del siglo XX —y en la memoria de los nietos de sus víctimas como un asunto aún inconcluso—, ese fascismo que se alimenta de lo más primario que vive en los desesperados, crece como un gusano en una manzana... ¡otra jodida vez estamos en las mismas, coño!

Sí... hay muchas ideas y muchas convicciones, la mayoría respetables, aunque no nos gusten. Pero desgraciadamente no todas son respetables (aunque les guste a algunos). Hay convicciones básicas que son piedras de toque sobre las que construir una sociedad razonable. Son ideas que todos deberíamos aceptar como universales e inapelables. La íntima convicción de que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros... eso debería ser de obligado cumplimiento, algo inherente al ser humano, una condición sine qua non, una idea fundamental sobre la que modelar a cualquier homo sapiens que quiera ser verdaderamente humano... y si hubiese supremacistas de cualquier tipo (y estoy señalando a los que vuelven a pensar que los maricones merecen palizas o que son enfermos, que los extraños a tu comunidad son delincuentes, que los pobres son despreciables y merecen su pobreza, que sus cojones son más importantes que los ovarios de cualquier mujer… a todos esos odiadores de lo distinto) esos supremacistas, digo, deben aceptar las normas básicas de los seres civilizados o no caben en la decencia. Pero ¿cómo puñetas convencemos a estos sujetos?

No tengo ni idea… la mayor parte del tiempo me parece que no hablamos con los mismos parámetros lingüísticos y así es imposible comunicarse. Solo se me ocurre que convendría separar las cosas. Por mucho que nos lo pida el hígado, combatir las ideas no es combatir a la persona que las difunde. Quiero creer que la persona es muchísimo más que la mala idea que expresa… y también quiero creer que somos capaces de no convertirnos en la idea que difundimos. Si eso ocurre, cualquier ataque a la idea se convierte en un ataque a la persona… entonces estaremos perdidos en el borde del precipicio.

Sé que es difícil separar una idea despreciable del sujeto que la defiende (y servidor es el primero que no lo consigue, conste), pero ya lo hicimos una vez, en ese caso aprendimos a odiar el delito y compadecer al delincuente. Puede que combatir las ideas y dejar en paz al que las dice sea un camino para mantenernos en el cauce de la civilización. Tal vez… por eso deberíamos intentarlo.


lunes, 12 de abril de 2021

Se izará la bandera nacional (bicolor, por supuesto)

 Este artículo se publicó en La Voz del Sur

En San Fernando, la misma tarde del 18 de julio de 1936, una vez detenidos a casi todos los concejales del Frente Popular, se arrió la bandera republicana del ayuntamiento y se izó la bicolor monárquica. Era la mejor señal para demostrar la toma del poder por los militares rebeldes y por los fascistas de la Falange española. Decía Casado Montado que el personaje que arrió la enseña republicana había sido el Niño de la Verde, «un elemento repugnante, pedófilo notorio y despreciable». Era el apodo de un falangista local implicado en las reyertas fascistas ocurridas en la ciudad en la primavera de 1936.



 Pero el izado oficial de la nueva enseña bicolor, roja-gualda-roja, en toda Andalucía ocurrió, por orden del general don Gonzalo Queipo de Llano, el 15 de agosto de 1936. Ese día se izó con toda solemnidad en el ayuntamiento de San Fernando y en todos los colegios nacionales de la ciudad… por cierto, el escribiente que redactó la orden de alcaldía para los colegios tuvo que corregir uno por uno todos los oficios —y sus copias— para añadir la palabra “bicolor” a la descripción de la bandera nacional. Eran dos colores que desde ese momento quedaron identificados con un régimen criminal y autoritario que se afirmó por oposición a los valores democráticos que representaba la II República. Hoy día, los herederos ideológicos de aquel fascismo siguen identificados con esos dos colores, y flaco favor hacen a la bandera constitucional española.

 Para los propagandistas del Régimen del 18 de julio, la bandera tricolor republicana era:

 «…la de una nación que no existe, porque representaba a la antipatria, era, en una palabra, la de los judíos, que habrán de andar siempre errantes, sin Dios y sin Patria, porque maldición divina fue que de esta forma viviesen. Por eso tiene la bandera de ellos tres colores, como tres son también los vértices del triángulo masónico que clavado en sus tres dimensiones en el corazón de España venía destrozándola…». [La Correspondencia de San Fernando, 15 de agosto de 1936. La bandera de España. Francisco de Hevia, procurador].

 

Marxistas, masones y judíos, la tríada extinguible de la Dictadura. Es decir, el famoso contubernio judeo-masónico que mantuvo hasta su final el general Franco. Una fantasía paranoica que aseguraba la existencia de una confabulación de judíos, masones y marxistas para destruir España. Fantasía que se convirtió en una verdad indiscutible para las clases privilegiadas por el Régimen del 18 de julio —parte de la oficialidad del Ejército y la Marina, monárquicos borbónicos, fascistas, tradicionalistas, las oligarquías agrícola, industrial y financiera y, por supuesto, una iglesia católica española anclada en el concilio de Trento—. Tal paranoia se inicia mucho antes del siglo XIX (tal vez tenga su origen en los Reyes Católicos) y alcanza carta de naturaleza en la primera parte del XX. Para los creyentes en esta teoría, la II República española era la consecuencia de una conspiración —pensada por judíos, organizada por masones y perpetrada por la izquierda política y sindical— para destruir España y convertirla en una colonia de Rusia. Para estos paranoicos, los enemigos de su patria eran un revoltijo de republicanos (liberales, radicales, centristas y de izquierda), socialistas, comunistas, anarquistas, cenetistas, ugetistas, sin distinción de matices: eran los rojos, la anti-España, los sin-Dios, los sin-Patria, los malos españoles. Por el contrario, ellos, los que apoyaron el Régimen del 18 de julio, eran los únicos y verdaderos españoles, personas de orden y recta moral, decían. Esa idea básica —confabulación judeo-masónica y la lucha épica entre buenos y malos españoles— se transformó en un comodín ideológico que se repitió sin descanso en cada discurso después del golpe de Estado y sirvió de coartada para justificar el exterminio —físico o social— de cualquier español que hubiese estado comprometido con la II República.

 El Estado militar-fascista que sustituyó a la II República fue un régimen condenable desde todos los puntos de vista. Eran gobiernos autoritarios de militares cuarteleros, del fascismo de la Falange Española, de la confesionalidad de una Iglesia aberrante y obtusa, y del fanatismo religioso de los tradicionalistas más arcaicos. El fascismo fue condenable en el siglo XX y lo es actualmente, cuando resurgen los herederos ideológicos de aquella ponzoña política. El fascismo es condenable por los valores que defiende, por los derechos que quiere abolir y por los crímenes que se cometieron en su praxis española. Exterminaron a la oposición política y social que no se exilió de España al finalizar la guerra; eliminaron las libertades individuales y colectivas; condenaron a la mujer a la sumisión y al silencio; criminalizaron los valores democráticos; controlaron exhaustivamente los medios de comunicación; abandonaron el sistema educativo en manos de una iglesia anclada en el concilio de Trento, que impuso un nacional-catolicismo a varias generaciones de españoles; desarrollaron una propaganda castrante y una cultura oscura; impusieron una patria monolítica despreciando la historia y todas las manifestaciones nacionalistas del Estado; prohibieron el uso de lenguas distintas al castellano; cometieron un genocidio ideológico con total impunidad… pero, sobre todo, el régimen militar-fascista de los primeros años del franquismo construyó su modelo de sociedad sobre sobre el terror de los vivos y sobre miles de cadáveres abandonados en fosas comunes.

 El fascismo se sitúa en la zona más oscura de la historia española… y es nuestra obligación recordar el genocidio ideológico que cometieron, para aprender cuáles son las consecuencias de los fascismos e identificar las actuales y futuras veleidades con el mismo monstruo.