Decía no hace mucho que viajar es una buena manera de
redescubrir los valores de tu tierra. Pero hay otra forma más inmediata…
enseñar tu pueblo a un forastero. Porque mientras lo haces te pones en los ojos
y en las entendederas del otro, y de esa forma te obligas a mirar lo cotidiano
desde una sorpresa autoimpuesta… y funciona.
En este caso le enseñé San Fernando, Cádiz y la
Bahía a un sobrino nacido en Pontevedra, de padre cordobés y madre de Kent… que
pasó la niñez entre meigas y la adolescencia en la pérfida Albión. Venía David
con su novia, Esme, que vive en Bangor, una aldea minúscula en mitad de la
campiña inglesa, a la sombra de los radiotelescopios de Jodrell Bank entre
Manchester y Chester, donde sólo hay césped natural, zorros y conejos… Esme es tan
británica y tan blanca que la llevamos en Mayo a ver la puesta de sol en la
Punta de Trafalgar y se le puso la naricilla roja…
— Por cierto, ahí enfrente
Nelson y Collingwood nos dieron tela marinera. Tuvo que ser impresionante —les cuento, aunque ellos, como británicos se conocen
muy bien lo de Trafalgar—. Dicen que el
fragor de la batalla se oía desde Cádiz. Murieron no sé cuántos miles, y nos
hundisteis muchos barcos, y los que pudieron escapar se refugiaron en Cádiz.
Oye, y sin acritud. Ni siquiera cuando hablamos de
Gibraltar hubo tensión, todo lo contrario, nos reíamos de las pasiones que
desata este asunto en algunos. Y, más tarde, cuando les llevé a ver el castillo
de Santa Catalina y la Caleta, les conté que la flota inglesa bloqueó el puerto
de Cádiz, y los restos de la combinada franco-española que sobrevivió a
Trafalgar estuvo encerrada en la bahía cinco años… hasta que, de repente, ¡coño!
nos hicimos amigos…
— Cosa rara
porque siempre habéis sido nuestros peores enemigos… pero bueno, durante tres o
cuatro años fuimos amigos. ¡Fíjate tú por dónde!
Pues no faltan en nuestro entorno geográfico muestras
de esa enemistad tradicional hispano-británica. Desde Punta Cantera, por
ejemplo, con la bahía a nuestros pies, les conté que mucho antes, en 1587, el
pirata Drake —se reían porque para
ellos es sir Francis Drake— entró en
la bahía y destruyó un montón de galeones españoles que se estaban preparando
para formar la Armada Invencible.
Y, ya puestos, sin acritud y sin mal rollo, les
conté a David y Esme que en 1596 vino su sanguinario conde de Essex con un
montón de holandeses. Tomaron Cádiz, la expoliaron, saquearon y la incendiaron.
Luego quemaron la flota de Indias —que estaba
ahí delante, a menos de un kilómetro de aquí—, y cuando se marcharon se
llevaron como rehenes a la flor y nata de la ciudad. Un prenda el tal conde de Essex…
— Pero es que
después, en 1625, vino el hijo del conde de Essex, otro hijo de la Gran Bretaña…
—cuando David le tradujo el verdadero sentido de la frase, Esme se reía— Desembarcó ahí delante, en Puntales. A Cádiz
no pudieron entrar, pero a la Isla llegaron sin obstáculos… el problema fue
cuando los soldados ingleses encontraron un montón de bodegas repletas de vino.
Por lo visto cogieron tales cogorzas que los pocos defensores los mataban a
placer.
Les conté que los británicos tomaron Gibraltar
porque no pudieron tomar Cádiz en 1702. Les conté por qué el duque de
Wellintong rechazó ser el Marqués de la Torre del Puerco. Les conté que ese
tubo amarillo que serpentea por el Barrero es nuestro meridiano de greenwich… y
que justamente en ese lugar las tropas británicas juraron nuestra Constitución…
Sí, sí, jurasteis la constitución española
de 1812…
…y uno comprende entonces que hay fuertes vínculos entre la
geografía y la historia. Que la historia consolida un lugar hasta convertirlo en un
ser vivo y palpitante.
Pero lo que realmente me enriqueció de estos días
con David y Esme —además de redescubrir la belleza visual de nuestra geografía— fue la
tolerancia y la ausencia de dogmatismo entre nosotros. Fue un placer comprobar que las
personas están por encima de las patrias inventadas. Que la historia se escribe en
cada lugar a la medida necesaria de cada patria… Y que los individuos somos
mejores y nos podemos y nos debemos reír a carcajadas de los intentos patrioteros de los que
manejan las conciencias a su antojo.
Por eso me entristece tanto que los españoles todavía
no seamos capaces de hablar civilizadamente de nuestra guerra civil… Es nuestra
asignatura pendiente.
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