Por más luz que
apliquemos jamás extinguiremos las sombras. Pero, ¡qué coño! Todas las cosas
humanas, cualquiera de los asuntos que toquemos, lucen mejor cuando los
iluminamos. Gracias a esos contrastes comprendemos los volúmenes, las
distancias y los grises… esa cualidad indispensable de nos hace a los hombres estar
en la penumbra… no ser luz y no ser sombra.
En invierno, cuando llegaba al laboratorio, el Sol caía tangencialmente sobre la mesa de trabajo. Los matraces abandonados el día anterior regalaban entonces luces y sombras para el que las quisiera ver. Eran generosos dibujos en la superficie blanca. Y tan efímeros –el sol nunca se detenía lo suficiente- que provocaban la ansiedad de perderlos…
Sí… luces y sombras, el eterno dilema del hombre… ¿Cuándo entenderemos de corazón, que somos indisolubles, y que si hay sombras es porque hay luz al otro lado?
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