Este artículo se publicó en La Voz del Sur
Existe
en Halle, Alemania, un banco público sobre el río Saale, afluente del Elba. El
paisaje desde ese punto es extraordinario. Los atardeceres, inolvidables y
seguro que las parejitas se lo rifan para vivir esa experiencia desde el banco.
Sin embargo, las cosas no siempre han sido tan sencillas. Durante el periodo
nazi, el banco sobre el Saale no era para todos los alemanes. Una placa de
bronce avisaba que únicamente los de raza aria podían usarlo: NUR FÜR ARIER
(solo para arios). Judíos, no. Solo los arios cabían en esa Alemania.
Hoy día la placa sigue colocada detrás del banco sobre el Saale. Ha sobrevivido a la destrucción de la simbología nazi que siguió a la derrota del nazismo… y ha sobrevivido a la catarsis del pueblo alemán, que asumió la culpa de la barbarie que provocó en ese tramo de su historia. La derrota bélica, política, económica y emocional de Alemania fue absoluta. Todos los valores del régimen nacionalsocialista se hundieron de la noche a la mañana… y con esto, su simbología. No podía ser de otra manera. Se asumió. Lo hicimos y estuvo mal. Pasaron página y miraron al frente. No volverá a pasar…
Podríamos pensar que los valores de cualquier vencedor de cualquier guerra son los auténticos valores que se merecen conservar. Es decir, si hubieran vencido los regímenes autoritarios en la Segunda Guerra Mundial, ahora tendríamos otro tipo de valores y tal vez estaríamos justificando el exterminio de judíos, gitanos, maricones, moros, tullidos y republicanos españoles. Tal vez. Pero objetivamente, pienso que no se puede comparar un régimen totalitario (léase nazismo, fascismo y franquismo), que niega la democracia, reprime la disidencia y extermina a sus opositores, con cualquier democracia real, por imperfecta que sea. Con todos los matices que uno quiera poner, tal afirmación es un absoluto en política.
El potencial pedagógico que contiene la placa de Halle es extraordinario… y aún es más extraordinario que todos los alemanes entiendan el valor de la enseñanza que supone mantenerla visible junto al banco. Por eso ha sobrevivido. Esa placa es una muestra diamantina de la barbaridad que supuso el nazismo y, por extensión, el fascismo y el franquismo. Todos los que leen la placa hoy día lo entienden así. Salvo ingratas excepciones, todos comprenden la barbaridad que supuso ensalzar la raza aria mediante el exterminio de otras, y ayuda a comprender la pobreza moral de aquellos alemanes que gasearon a seis millones de otros seres humanos y provocaron no sé cuántos millones de muertos en los campos de batalla, cometieron violaciones, y generaron miserias y hambrunas. La carga pedagógica de la placa de Halle es extraordinariamente importante porque nadie cuestiona ni su valor ni su significado. En Alemania parece que lo han conseguido: prácticamente nadie hace caso de lo que insinúa… y su valor está en lo absurdo y lo inaudito de su mensaje.
Si esa placa estuviese en España habría que arrancarla a martillazos.
¿Por qué? Porque aquí hay gilipollas que harían caso a la placa. Y, lamentablemente es así porque en España venció el fascismo frente a la democracia. Ganaron la guerra los que diseñaron ese tipo de valores y los desarrollaron durante 40 años de franquismo y otros 40 más de posfranquismo, hasta llegar al día de hoy, con los herederos de aquella ponzoña política reptando desde las cloacas hasta llegar al parlamento… En nuestro banco equivalente, sobre el Guadalquivir, el Ebro, el Tajo o el Duero no pondría Solo para arios, pondría Solo para españoles, absténganse de usarlo maricones, negros, moros y mujeres (estas últimas a no ser que estén acompañadas de machos carpetovetónicos). Porque nosotros, los españoles, no hemos experimentado la catarsis que superó el pueblo alemán, es decir, esa especie de asunción colectiva de culpas que nos liberen de un pasado vergonzoso. Hay millones de españoles que en 2021 no condenan el régimen de Franco porque no quieren o porque no saben, y se sienten más patriotas precisamente por eso: por tener de modelo a tal personaje. No saben que un maestro con 40 años de profesión, por ejemplo, es el verdadero patriota.
Aquí, en Cádiz (España), hemos tenido que arrancar la placa dedicada a don José María Pemán, el cantor excelso de la raza hispana, decía el grabado de Vassallo Parodi—¡qué coño será la raza hispana!—. Muchos se han enfadado porque prefieren ver al insigne poeta y no reconocer en este personaje al represor de maestros y justificador de la guerra, de la limpieza ideológica y del genocidio español. Los equidistantes de chaqueta y fina corbata se han enfadado, y en desagravio ponen banderas y flores junto al hueco en la pared que ha dejado la placa. Los equidistantes prefieren ver en Pemán a un gaditano ilustre y, al mismo tiempo, prefieren ignorar la pobreza moral del fascista que fue… pelillos a la mar.
Sí… nos faltó a los españoles una buena catarsis, y un buen golpe de valor, para identificar y condenar en su momento al fascismo que nos condicionó a su antojo durante cuarenta años, incluida la modélica Transición que se estudia en todas las universidades del mundo. Ya me gustaría que aquí pudiéramos indultar símbolos como hicieron en Halle. Pero no es posible. Y así estamos, con la vergüenza de tener que arrancar de la pared una infumable placa de mármol… porque todavía hay gente que piensa que Pemán fue realmente el cantor excelso de la raza hispana. ¡La madre que nos parió a todos!
¡Madre mía! Y no quiero pensar cuando tengamos que descabalgar al bilaureado… no lo quiero ni pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario