Sí... mi amiga se refugia
en sus cuatro kilómetros cuadrados y se niega a mirar afuera. Hay veces que la
envidio, y me gustaría ser como ella para exprimir la felicidad del ignorante.
Pero, aunque no quiera mirar el mundo que nos toca vivir, ahí tenemos una realidad
objetiva que asusta. Estamos en mitad de una pandemia de dimensiones bíblicas
que ha puesto patas arriba el planeta. Se queman los bosques amazónicos por la
codicia de unos pocos y la irresponsabilidad de algunos desesperados. El cambio
climático alimenta fuegos incontenibles en Siberia, Estados Unidos, Australia, África…
Olas de calor que rompen los hielos árticos y funden los de Groenlandia. Sube
el nivel de los océanos y desaparece la capa protectora de ozono. El permafrost
boreal se deshiela y va dejando escapar bacterias que ya eran viejas
antes de la aparición en escena del homo sapiens —con el peligro real de
provocar enfermedades para las que no tenemos defensas— y toneladas metano que
se suman al efecto invernadero del CO2 para acelerar el cambio climático que a
su vez deshiela más superficie de permafrost en un bucle que se retroalimenta.
Dicen que el permafrost 'retiene entre 1460 y 1600 gigatoneladas de carbono orgánico,
casi el doble del carbono que ya tenemos en la atmósfera' [conste que una gigatonelada equivale a 1.000 millones de toneladas métricas]. Si se
libera —y en ello estamos— supondría un paso más hacia el fin de la
civilización tal y como la hemos entendido hasta ahora.
Los residuos plásticos
que llegan a los océanos acaban generando geles indestructibles. Es decir,
trillones de partículas de plástico, prácticamente indetectables, que se
interponen en la migración vertical diaria del fitoplancton… que desciende por
la noche para obtener nutrientes y regresa a la superficie durante las horas de
sol para realizar la fotosíntesis y fijar CO2 de manera masiva. La
interposición de esas nuevas capas de gel plástico en los océanos tiene unas
consecuencias que no somos capaces de imaginar. Los mares se saturan de metales
pesados dispersados por la acción humana, se concentran en los alimentos
marinos que consumimos y provocan enfermedades degenerativas.
Hay pueblos enteros
sometidos a la esclavitud para extraer minerales en beneficio de unos pocos y
para disfrute de consumidores compulsivos… esa especie de seres humanos que
creemos —porque nos han convencido— que la felicidad consiste en comprar cosas sin necesitarlas.
Hay menos agua potable cada temporada, y la que queda está distribuida de mala
manera; y un clima más hostil cada año que pasa. Hay regiones del planeta que
se vuelven inhóspitas para la vida humana debido a las condiciones físicas y
climáticas sobrevenidas y porque los gobiernos no son capaces de organizar la
supervivencia de su gente. Se fomentan guerras regionales por el control de los
recursos que provocan riadas de hombre, mujeres y niños desplazados de sus
hogares… si es que a eso se puede llamar hogar. Migraciones de masas humanas incontenibles
desde países fallidos por la codicia occidental. Mientras que por aquí nos
seguimos creyendo los reyes del mambo porque nos podemos tomar dos cervezas en
una terraza mientras criminalizamos a los pobres y, sobre todo, a los extranjeros
que llegan en pateras…
Y entonces, en mitad de
las crisis globales, es cuando surgen los fascismos del siglo XXI —copias semejantes
de los monstruos del siglo XX—. Son las políticas que despliegan los políticos que
pontifican la intolerancia como norma, porque ellos dicen ser mejores y tener
la verdad y el poder. Son los que sacrifican humanidad en nombre de un orden diseñado
por ellos mismos para imponerlo a todos, quieran o no. Son las políticas que renuncian
a la civilización a cambio de la seguridad que ellos diseñan. Para los
fascismos de nuevo cuño todo es sencillo…
Mi país es solo mío. Es mi
tribu la que domina y nosotros señalamos a nuestros enemigos y marcamos nuestras
fronteras. Es mi tradición, mi hembra y mi lengua. Es mi religión la que establece
lo verdadero. Es Bolsonaro, Urban, Trump, Lukashenko, Duterte, Le
Pen, Putin, Kaczynski… en España es VOX y la derecha cobarde que renuncia a sus
deberes democráticos de modernidad y se alía con el fascismo disolutivo de Abascal
y su centuria. Es VOX y la derecha que renuncia a los valores solidarios que
tanto esfuerzo nos ha costado entramar en España… denostan el feminismo y la
solidaridad con los colectivos de cualquier condición porque primero van los
patriotas; renuncian a superar los atavismos religiosos que definen lo bárbaro
y lo ridículo; permanecen anclados en cruentas costumbres camufladas de
tradiciones respetables… pero, sobre todo, criminalizan al opositor político
tachándolo de antipatriota y enemigo.
Los hombres y mujeres
del siglo XXI necesitamos encontrar una utopía común, un sueño compartido, una
zanahoria cósmica y universal que tire de la civilización hacia espacios más
humanos y tolerantes. Necesitamos que sea creíble. Necesitamos creer que ese
camino para alcanzar la utopía es posible, y que ese deseo es compartido por
muchos hombres y mujeres del planeta… es posible que sea suficiente encontrar
el camino, y caminarlo. Sería un éxito reconocer que el actual entramado social
y planetario —ese mongoliberalismo rampante de esencias fascistas— es
una broma pesada y los dirigentes, malos payasos. Y si no somos capaces de
tomar ese camino utópico, nos meterán en las rutas imperiales caminando
hacía Dios. Los fascismos sin complejos como solución. Otra vez…
No hay comentarios:
Publicar un comentario