El almirante, el marinero y el cura
Tres hombres enjaretados por el fino hilo del destino. Ramón Odriozola Lasarte era marinero vasco, de Orio y, pese a su enorme dignidad de hombre cabal, pocas veces le llamaron don Ramón. No era el caso del don Recaredo García Sabater, que parece que nació con el don pegado a su nombre... máxime desde que se hizo cura y capellán de la Armada con grado de comandante. Por su parte, don Faustino Ruiz González alcanzó el empleo de almirante en la Armada del general Franco —de la Armada sublevada contra la II República, digo— y el don lo tenía garantizado por norma y protocolo.
EL ALMIRANTE: El 29 de septiembre de 1936, el crucero rebelde Canarias detectó a treinta kilómetros de distancia al destructor Almirante Ferrándiz, leal a la II República, que patrullaba en el Estrecho de Gibraltar tratando de impedir que el ejército sublevado de Marruecos llegara a la península. El Canarias lanzó una andanada de cuatro disparos contra el Ferrándiz que resultó larga, impactó en el mar a 1200 metros del objetivo. En ese momento, ante la inminente huida del destructor y la probabilidad cierta de quedar fuera de alcance, el Director de Tiro del buque rebelde tomó la arriesgada decisión de saltarse el manual artillero y proponer una única andanada de disparos que hizo blanco a 21.000 metros. El Ferrándiz se hundió con rapidez. El mar se cubrió de cadáveres y de náufragos, y el prestigio personal del Director de Tiro del Canarias tuvo alcance internacional. Muchas marinas de guerra se interesaron por el procedimiento que se utilizó para hundir el destructor republicano a esa distancia y sin disparos de aproximación.
El Director de Tiro del Canarias era el isleño y capitán de corbeta don Faustino Ruiz González que, después de la hazaña, tuvo una larga y fructífera carrera militar —bajo la cobertura del régimen dictatorial del general Franco, naturalmente— hasta llegar al empleo de almirante. Entre 1949 y 1962 fue gobernador general de la Guinea Ecuatorial Española, años en los que reprimió con decisión el incipiente movimiento nacionalista guineano. Y en estas estaba don Faustino cuando fue procesado por la detención, torturas y asesinato del líder nativo Acacio Mañé. Una historia muy fea y muy torpe, que no le impidió seguir adelante con su carrera y su prestigio. En 1988, por sus servicios a la patria y por su condición de isleño se le nombró Hijo Predilecto de San Fernando y se denominó una calle de la ciudad con su nombre, precisamente la calle que separa su casa natal de la iglesia vaticana de San Francisco… de donde había sido párroco don Recaredo.
EL MARINERO: Por su lado, don Ramón Odriozola Lasarte, marinero de 2ª, fue uno de los náufragos del Ferrándiz.
Después del hundimiento, el buque rebelde Canarias recogió a un grupo de náufragos que fueron atendidos inicialmente en Ceuta, más tarde encarcelados en el Penal de Cuatro Torres del Arsenal de la Carraca y sometidos a consejo de guerra acusados de rebelión militar —así se hacían las cosas: los militares rebeldes acusaban de rebelión a los que habían permanecido leales a la legalidad republicana—. Al menos, veintiuno de ellos fueron condenados a muerte, ejecutados el 30 de diciembre de 1936, probablemente en el llamado Caño de la Jarcia del Arsenal de La Carraca, y enterrados en la fosa común del cementerio de San Fernando. La suerte de Ramón, el marinero vasco, fue que no lo rescataron inmediatamente después del naufragio, sino que se mantuvo tres días a la deriva, herido de metralla en la espalda, agarrado a un madero, junto a un compañero. Cuando finalmente lo rescataron, y sanó de sus heridas, el consejo de guerra iniciado contra sus compañeros ya estaba en marcha y él quedó fuera. No obstante, llegado el momento, también fue acusado de rebelión militar y condenado a muerte. Afortunadamente la pena le fue conmutada a cadena perpetua… y en el ínterin, mientras permanecía preso en el Penal de Cuatro Torres, fue sometido a la crueldad de pasar por varios simulacros de fusilamiento.
Pero acabada la guerra civil, la población reclusa en España era de tales proporciones que el propio régimen instrumentó la forma de recuperar esa masa humana como recurso laboral utilizable en la reconstrucción del país. Ramón Odriozola fue excarcelado en 1942 y logró rehacer su vida. Empezó a trabajar en los astilleros de Matagorda, se casó con la isleña Isabel O'Dogherty y, a partir de 1954, trabajó en la Sociedad Española de Construcciones Navales. Diez años más tarde, en enero de 1964, siendo jefe de equipos del taller de prensa, explotó una caldera. Ramón perdió ambos ojos y sufrió quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. Tardó años y numerosas operaciones (uno de los brazos había quedado adherido al costado a consecuencia de las quemaduras) en alcanzar una vida medianamente digna.
EL CURA: Don Recaredo García Sabater —cura católico de negra sotana, párroco de la iglesia vaticana de San Francisco, capellán comandante de la Marina y odiador de marxistas— era un declarado admirador de Mussolini. En su entendimiento, lo que había realizado el cerebro esclarecido de Mussolini con el fascismo era, simplemente, convertir la divina doctrina de Jesús en leyes civiles, y como España era, antes que cualquier cosa, un país católico, pues había que aplicar aquí el fascismo de forma ineludible. Dicho de otro modo: si el fascismo era poner en la práctica la divina doctrina de Jesús, y España era católica… España debía ser fascista. ¡Fácil!
Recio carácter el de don Recaredo, y muy oscura su sotana. Muchos isleños han recordado toda su vida sus arengas contra los marxistas desde el púlpito de la iglesia. A Isidro Cereceda, por ejemplo, le partió el labio con su crucifijo porque se negó a besarlo… y así se presentó Isidro en el paredón y así, con el labio roto, recibió la andanada de disparos asesinos. Oscuro recuerdo dejó don Recaredo entre muchos vecinos de San Fernando… muy oscuro.
Una tarde, Ramón Odriozola —aquel vasco de Lasarte, casado con una isleña valerosa y tenaz, el que fuera marinero de 2ª durante el naufragio del Ferrándiz, con su cuerpo quemado y ojos consumidos— paseaba por calle Real. Su hija Guadalupe, cogida de su brazo, hacía de lazarillo. A la altura de la iglesia de San Francisco, a escasos metros de la casa natal de don Faustino, el de la puntería prodigiosa que hundió su barco, se cruzó con el tristemente conocido cura don Recaredo García Sabater. Se paró el clérigo, y le dijo condescendiente y paternal:
— ¡Ay! Ramón, Ramón. Que al final cada uno tiene lo que se merece.
Pues
sí. Creo que sí, estoy de acuerdo con el cura, cada cual deja a la posteridad el
recuerdo que merece.
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