No hace mucho tiempo todo parecía rocoso y bien asentado. Teníamos conquistados derechos laborales, sociales y políticos que uno, en su ingenuidad, percibía inmutables y servirían de base para continuar la conquista del bienestar… ¡Error!
© Milano, 2010
Con la crisis
económica del 2008 se nos esfumó todo lo que creíamos consolidado y comenzamos
a comprender que la economía sacudía nuestras vidas a su antojo, y que la
felicidad de las personas era algo prescindible en la ecuación. Aprendimos que
por encima de la democracia está el verdadero poder que gobierna el mundo y que
siempre acaba imponiendo sus necesidades para autoperpetuarse. Esa despreciable
élite, que maneja cantidades incomprensibles de dinero, son los intocables de
siempre, los que viven en burbujas inalcanzables a la justicia y a los Estados.
Esos que si bajaran al suelo real y pasearan por las calles de Los Pajaritos
o Los Pitufos serían auténticos seres de otra galaxia. Especímenes que
nos mirarían como curiosidades zoobotánicas. Me refiero a la escoria humana que
planifica desde impolutos despachos negocios que incluyen genocidios,
hambrunas, guerras, éxodos masivos… son los que siempre ganan en cada crisis
humanitaria, en cada catástrofe ambiental, en cada calamidad planetaria. Esos a
los que habría que someter a juicio por crímenes contra la humanidad… pero no
tenemos herramientas para tal menester. Herramientas civilizadas, digo.
Y
entonces, el suelo que pisábamos dejó de ser rocoso y se convirtió en fango
maloliente. Y de la pestilencia emergió —otra vez— un fascismo con rostro de siglo
XXI como solución a los problemas que plantean sus propios amos: acumulación de
la riqueza, generalización de la pobreza y la corrupción, y una desigualdad
planetaria que crece exponencialmente. Como de costumbre. Ya conocemos la
historia. ¡Es la dinámica social, estúpido! En España, simplemente dejaron de
camuflarse en la derecha postfranquista y empezaron a hablar sin complejos…
siempre habían estado ahí. Pero de estos sujetos ya hemos hablado por aquí en
varias ocasiones… y seguiremos hablando porque nos va la civilización en ello.
Pero, en
realidad, lo que hoy me motiva en mitad de la pandemia de COVID-19, son los
nuevos iluminados que surgen al rebufo de ella. Lo de la Torre de Babel —ya
sabéis, cuando los hombres dejaron de entenderse porque cada uno empezó a
hablar su propia lengua— es una simpleza comparada con lo que está pasando en
el parlamento, en las redes sociales y en los medios de comunicación. Y lo que está
pasando es que ya no existe la verdad (si es que alguna vez existió). Está
pasando que los hechos objetivos se han evaporado y son sustituidos por el
imperio de la mentira y la confusión elevado a la categoría de verdad
absoluta y creíble. La nueva verdad depende de la voluntad del dueño del
medio comunicación o de la cantidad de veces que se rebota un bulo. Es el amo el
que impone su ideario para crear una opinión adecuada y, sobre todo,
para crear ciudadanos imbéciles y de voto dócil… ¡Pero, criatura! ¿Tú que
haces votando lo mismo que vota Patricia Botín? ¡Que eres carajote! Y
entonces, el suelo que pisamos ya no es fango maloliente, es básicamente hez
humana. Y nos hundimos.
Malos
tiempos corren para la ciencia y el conocimiento empírico… por eso, en esta
sopa humeante de heces, están floreciendo esos iluminados que animan a quitarse
las mascarillas y sonreír con alegría, apelando a la pirámide de luz
diamantina que los protege de… ¿de qué? De nada, porque todos estos saben
que la pandemia es un invento de los poderes para dominar a los ciudadanos
inteligentes, como ellos, con una falsa vacuna y un microchip implantado de
mala manera en cada uno de los ciudadanos del mundo para convertirlos en
esclavos… [¡Ostras! No sé dónde iba lo del 5G] ¡Menos mal que están ellos para
avisarnos y convertirnos a su fe!
Pues
sí. Creo que sí, que la estupidez humana es infinita… y la falta de sensatez,
también. ¡Qué cansado estoy ya, coño!
No hay comentarios:
Publicar un comentario