El
documento está fechado el 29 de diciembre de 1936 y es la citación para
declarar ante un juez militar. La declarante tenía que presentarse a las tres
de la tarde del día 3 de enero de 1937 en el Cuartel de las Milicias Cívicas de
San Fernando. Se referían a Pepa La Mayito y la calificaban como mujer
de vida airada que vivía en la calle Jardinillo nº 20. El papel no decía
nada más y me pareció que el asunto que se dirimía tendría que ver con la moralidad
pública, puesto que las nuevas autoridades que mandaban —íntimamente imbricadas
con misas y curas— eran muy miradas para las cuestiones de moral y
comportamiento de los demás… mientras ellos sí podían torturar, dar palizas y asesinar
a rojos, masones y maricones con total impunidad. En un principio no le
encontré mucho interés al documento, pero tomé nota y lo guardé. En ese momento
tampoco preste atención —porque no lo conocía— al capitán de infantería de
Marina, don Manuel Fernández Fecho, en funciones de juez del Cuartel de
Milicias Cívicas de San Fernando.
Junio de 2020. Aída en la fosa común del franquismo del
cementerio de San Fernando. Excava y exhuma AMEDE.
Así
que el documento en cuestión durmió archivado cuatro años en algún rincón de la
nube digital. Durante ese tiempo no encontré ocasión de usarlo en la
elaboración de “República, alzamiento
y represión en San Fernando” …hasta que confluyeron un par de asuntos sin relación
entre sí y encajaron las cosas. Me lo contó Aída desde el fondo de la fosa
común que AMEDE sigue excavando en el cementerio de San Fernando —ya llevan 109
cuerpos de represaliados exhumados—… por un momento la joven arqueóloga dejo de
limpiar los restos que estaban aflorando y se giró para decirme que su
abuela por fin le había contado algunas cosas de Rafael Leonisio Mata, su padre,
bisabuelo de Aída.
Leonisio era en 1936 un sindicalista significado.
Frecuentaba la sede de su sindicato, ubicado en la calle Real, frente a la
Iglesia de San Francisco de donde era párroco el ínclito don Recaredo García
Sabater, un reconocido fascista —reconocido por él mismo, en sus propias
palabras— y admirador del Duce Benito Mussolini. Don Recaredo era, además, un entusiasta
colaborador con la sublevación iniciada el 18 de julio de 1936. Los compañeros
de Leonisio le avisaron para que se escondiera o se marchara de la ciudad porque,
después de asaltar los falangistas y militares las sedes de partidos de
izquierda, sindicatos y logias masónicas, iban a por él. Por eso estuvo
escondido varios meses en la casa de su madre, detrás de un armario como si de
una trinchera infinita se tratara. Finalmente, un chivatazo sirvió para
que los falangistas lo detuvieran, le hicieran tomar tres veces un vaso de
aceite de ricino —no es la primera vez que tenemos constancia de ese tipo de
tortura: tres detenciones; tres visitas al cuartel de Falange; tres vasos de
purgante y tres puestas en libertad con los intestinos vaciándose de forma
incontrolada mientras la víctima corre a su casa, humillada y señalada para los
restos—. La cuarta vez que lo detuvieron fue la definitiva. Encerraron a
Leonisio en la cárcel municipal o en el Penal de la Casería de Ossio, a esperar
lo que tuviera que ser.
La
única forma de sacarle de la cárcel, y de una probable saca y paseo
camino del muro del cementerio, era conseguir avales a favor del detenido procedentes
de personas de orden y recta moral, es decir, personas políticamente de
derechas, que hubieran demostrado resistencia durante la II República,
colaboración discreta en la preparación del golpe militar y/o adhesión
inmediata al Glorioso Movimiento Nacional. Y en esa tarea puso todo su
empeño la madre de don Rafael Leonisio, la vida de su hijo iba en ello. Y lo
debió hacer muy bien porque gracias a los avales que consiguió, su hijo salió
de la cárcel y evitó ser sometido a consejo de guerra como lo fueron muchos de
sus compañeros sindicalistas (otros tantos fueron asesinados directamente). No
era fácil conseguir esos avales porque el avalista se arriesgaba a verse
señalado como amigo de rojos, y tal cosa no era nada conveniente en esos
tiempos. Otras personas apresadas injustamente en San Fernando —como el
concejal don Emilio Armengod Molina o el maestro y pastor evangélico don Miguel
Blanco Ferrer— lo intentaron todo desesperadamente, sus familiares se
movilizaron por toda la ciudad, suplicaron una y otra vez a sus supuestas amistades
o conocidos de derechas y no consiguieron que nadie moviera un solo dedo por
ellos: ambos acabaron asesinados sin saber qué habían hecho mal.
Sin
embargo, la madre de don Rafael Leonisio Mata no cejó en el empeño consiguió
tres avales para que soltaran a su hijo. Es decir, tres personas de orden y
recta moral pusieron su firma en un papel para que el hijo de La Mayito
saliera de la cárcel. Personas muy influyentes tuvieron que ser, y amigos
directos de los que mandaban: los Ruiz Atauri, Olivera Manzorro e Isasi Ivison…
dueños y señores de las vidas de los que podrían ser potenciales opositores al Glorioso
Movimiento Nacional.
Aída,
la joven arqueóloga, manchada de barro, desde el fondo de la fosa me lo contó: efectivamente,
la madre de Rafael Leonisio, la mujer que se empeñó con valentía en rescatar a
su hijo de los falangistas, era La Mayito… y entonces aquel documento
que encontré hace cuatro años tuvo significado y la figura de la mujer cobró toda
su grandeza. El juez Fernández Fecho —que, por cierto, también tiene una interesante
historia que ha investigado y publicado don Jesús Campelo Gainza— quería preguntar a la
mujer de vida airada dónde estaba su hijo, ese peligroso sindicalista al
que había que neutralizar. Tampoco es el primer caso que nos encontramos
de una madre que protege a su hijo por encima de todo, y es acusada de encubridora
por el aparato represor.
Sin embargo, las carambolas de la vida
son sorprendentes y no terminan aquí. Rafael Leonisio Mata salió maltrecho y
enfermo de la cárcel, pero vivo, gracias a los buenos contactos que su
madre tenía entre las personas de orden y recta moral. Rehizo su vida
como pudo. Tuvo hijos y nietos… y ochenta y tres años más tarde, uno de esos
nietos, llamado don Rafael Muñoz Leonisio —aún conserva el apellido del abuelo—,
teniente de Infantería de Marina y jefe de la Policía Local de El Puerto de Santa
María, durante el confinamiento provocado por la enfermedad COVID-19, fue tristemente famoso por su lamentable
actividad en las redes sociales.
Llamó a Fernando Simón borracho loco y majadero
psicópata; llamó a la ministra María Jesús Montero hija de puta y
al vicepresidente Pablo Iglesias chepafregona y comunista de
mierda. No solo eso, en sus perfiles de las RRSS, el bisnieto de La
Mayito, desde su posición de servidor público, difundió mensajes homófobos
contra el ministro Fernando Grande-Marlaska y llamamientos para preparar un
golpe de Estado contra el gobierno democrático de España al que califica como …un
régimen totalitario acecha España —decía—, alcémonos y desempolvemos las hachas de guerra. Finalmente se
dedicó a difundir ideas de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la
Falange… cuyos miembros fueron los criminales de camisa azul que sacaron al abuelo
Leonisio de su escondite, lo torturaron repetidamente, lo humillaron y lo
encarcelaron por haber sido sindicalista. La ejemplar lucha de La Mayito
por salvar a su hijo, por un lado; y por otro, la podredumbre que nos muestra su
bisnieto cierra un desgraciado bucle histórico.
No sé… parece
que el tiempo ha pasado en balde y sin enseñanzas. Otra vez pululan sujetos como
el nieto de Rafael Leonisio Mata. Gente que vuelve a admirar y a promover los
valores fascistas, los mismos valores que sirvieron para justificar la tortura y
asesinato de miles de españoles. Valores que ensalzan una patria única y
excluyente, en la que solo caben ellos. Valores que utilizan los cauces
democráticos para promover la intolerancia política, el insulto y el desprecio,
la anulación del opositor, la desaparición del distinto… ni homosexuales, ni
mujeres con derechos, ni emigrantes pobres. Y, sobre todo, imponiendo una moral
única: la que ellos dictan.
El fascismo era
y es un fracaso de la civilización cuando impregna y emponzoña la sociedad. No
podemos olvidar la historia que nos ha pasado por encima por respeto a las
víctimas silenciadas por el franquismo. Tampoco podemos olvidar la historia porque
eso nos permitirá recordar a los criminales y a las ideologías que utilizaron
para justificar sus crímenes. El fascismo del siglo XXI es heredero del
anterior. Está aquí, entre la gente que camina por las aceras y en el
parlamento. Vuelve a ser un ejemplo para ignorantes y para canallas.
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