Hay
otro mundo que discurre al margen de noticias interesadas y bulos
intencionados. Es la realidad que te roza directamente, la que ves con tus
propios ojos; la que hueles y oyes desde tus sentidos… la realidad que discurre
en tu entorno y se extingue a la vuelta de la esquina.
Existe
un mundo que se genera con la realidad que llama tu atención, la que te hace
volver la mirada para observar el detalle de una zancada o el color de un
vestido que medio tapa y medio ofrece, y que arrea la imaginación y despierta
deseo. Es el mundo real de los afectos diarios, de la conversación anodina o de
las palabras estimulantes que te abren el conocimiento. Es el mundo que se despliega
en las hojas de un libro, se palpa en lo rugoso de la corteza de un árbol, en
el sabor de un vino añoso, en lo confortable de un viejo amigo con el que
compartes silencios y vida…
Sí… Hay
un mundo más cercano en lo íntimo, que discurre debajo de la sábana, que se
palpa, se siente, te eleva al Olimpo y te remansa en la orilla, bajo un sauce
llorón. Un mundo alejado de las redes sociales y de los medios de comunicación,
que generan realidades a golpe de intereses comerciales y olvidan —y nos hacen
olvidar— que SOMOS (que existimos) solo cuando alguien nos reconoce como seres
sintientes y no como entidades que consumen y deben consumir para mantener una
sociedad absurda que se auto destruye.
Existe,
aunque parezca alejada, la realidad emocionante de la seducción personal cuando
hablas y sonríes al ser humano que tienes delante. Percibir las feromonas del
otro con la intención de ser reconocido como individuo único e irrepetible. Soy
Miguel, hijo de Miguel, nieto de Miguel… Volver a ser un humano conectado a la
verdadera red que nos generó: la vida y el planeta…
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