Tengo
que reconocerlo, cada día que pasa entiendo mejor a mi suegro. Y eso me
desasosiega mucho. No es que comparta hoy sus ideas políticas, lo que comprendo
ahora es su estupor por los cambios que ocurren a mi alrededor y que no asumo.
Foto: © Ángel López González.
Él
y servidor fuimos civilizadamente beligerantes durante la Transición Política
que siguió a la dictadura. Civilizados pero punzantes. Él era —al igual que lo
somos todos— la consecuencia de lo que vivió. Había luchado en el frente de
guerra con el bando rebelde (nacionalista, se entiende), fue herido cuando
rescataba a familiares de las hordas marxistas de Baena. Y luego, en la
gris posguerra acabó siendo policía en esa España autoritaria, intransigente y
castradora… y no quiero saber lo que pudiera haber visto a lo largo de su vida
profesional. Y servidor, que se llevaba a la joya de su casa, era un mocoso que
apenas comenzaba a vivir, y representaba justamente los valores que deberían estar
vencidos por su lucha de juventud, y eliminados de la faz de la Tierra por el
trabajo de su madurez. Los valores por los que él había luchado con las armas
en la mano, y que parecían estar enterrados y superados, reaparecían de nuevo en
su futuro yerno. Es decir, otra vez la soberanía en manos de la gente, la democracia
como método, partidos políticos en danza, debate de ideas opuestas, derecho a
la huelga, libertad de prensa, un Estado con derechos y deberes para todos…
Mi
suegro estuvo perplejo durante la Transición Política. En su casa se permitía
decirme que esto era una memocracia y cuando venía a la mía, yo le hacía
dormir bajo una foto del Che Guevara. No entendía qué estaba pasando. No sabía
dónde mirar ni a quien recurrir… ¿Para esto había luchado su generación? ¿Para
que ahora volviéramos al punto de partida? Estábamos desmontando los valores de
su vida hasta tal punto que legalizaron el partido comunista y Santiago
Carrillo, ese criminal de Paracuellos, acabó paseándose por la calle
abiertamente. Pero ¿cómo era esto posible? ¿No estaba todo esto superado ya? Se
estaba convirtiendo en un dinosaurio, en una especie a extinguir porque su
hábitat político mutaba delante de sus ojos, y en el nuevo ambiente no cabían
ni los autoritarios ni los fascistas.
Hoy
me he sentido exactamente igual que mi suegro hace más de cuarenta años.
Siguiendo los comentarios de las redes sociales aflora la frustrante realidad
de mi pueblo… irreflexión y regresión. Y cuando alguien reflexiona,
mayoritariamente, es una reflexión que acaba en justificación de posiciones que
merman los derechos conquistados. No caminamos hacia una sociedad que garantice
derechos y exija deberes para conquistar el bienestar de todos, vamos hacia una
colección de restricciones y prohibiciones que acaban garantizando los
privilegios a los privilegiados, en España y en lo global… El fascismo del
siglo XXI es el camino que han adoptado ahora los poderes ocultos que gobiernan
el mundo. Mi suegro estaría encantado con el nuevo devenir de las cosas… y
servidor se está convirtiendo en un pesado y viejo brontosaurio sin ganas de
buscar nueva floresta… ¿para qué? Ahí llega el meteorito.
¡Quién
puñetas dijo aquello de que la historia se repite en un bucle eterno, joder!
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