Siempre
me interesó el parecido entre los procesos físico-químicos y los movimientos
sociales. Por muy aleatorio que parezca el comportamiento humano, a veces, el
microcosmos explica el macrocosmos de los hombres. La permeabilidad de las
fronteras nacionales, por ejemplo, —por muchas concertinas y muros que se
interpongan— se podría explicar como el intercambio osmótico entre los dos
lados de una membrana o mejor, como la interfase que separa los estados de la
materia… La interfase, ese extraño lugar, con leyes expresas, que separa el agua-líquido
del agua-gas. El tránsito de un estado a otro, y el equilibrio que se establece
para cada conjunto de parámetros, es una situación tan lógica como fascinante.
Aplicar esa lógica a los hombres también es fascinante. Una frontera entre
países es esa superficie singular que no separa, sino que establece las
condiciones de un tránsito inevitable… y no hay fuerza en el universo que
impida el intercambio.
Por
otro lado, los biólogos y antropólogos han explicado ampliamente la
extrapolación entre las leyes de las comunidades cazadoras-recolectoras del
paleolítico con las sociedades actuales. Cada comportamiento del humano moderno,
y cada parámetro cultural, tiene un antecedente en el cazador/a, en la sociedad
tribal y en la lucha por la conquista del liderazgo… pero, sobre todas estas
cuestiones, aplicar el darwinismo a la sociedad actual me parece un ejercicio
de comprensión fascinante.
El
neoliberalismo, y su sacrosanta libertad de los mercados, es un claro ejemplo
del darwinismo social que plantean. Con este concepto de sociedad se establece
una lucha salvaje por la supervivencia. Sobrevive el que más vende… y no
importa qué cosa venda, ni si es sostenible la producción y venta —tampoco
importa si hay explotación esclavista en el proceso— mientras los beneficios
sean superiores al año anterior. Y el que no se adapte a esto se extingue. Y si
paramos de producir y consumir, el sistema se colapsa y nos caemos de la
bicicleta porque habremos dejado de pedalear. La sociedad neoliberal tiende a
la extinción del planeta y del Estado, entendido Estado como el garante de las
personas que no se pueden integrar en esta dinámica y quedan huérfanas de
atención —es decir, son personas que quedan desatendidas por la privatización
de TODOS los servicios públicos que debería ofrecer el Estado y que las
políticas neoliberales fagocitan para beneficio de unos pocos—. Porque,
recordemos, en una sociedad neoliberal, no todos están llamados al bienestar; muchos,
medran con las migajas que esparcen los acumuladores de capital, y la inmensa
mayoría, simplemente, no caben en este sistema. Sobran y estorban. El
neoliberalismo no es un buen sistema para la felicidad de la gente. Habría que
cambiar de paradigma, pero yo no sé cómo se hace eso… no sé, tal vez sembrando gota
a gota en la conciencia colectiva la necesidad de sustituir la libertad de
los mercados por los Derechos Humanos como el eje que mueva el
mundo… Tal vez.
Todo
lo anterior viene a cuento de la mutación del PSOE, y su capacidad de
adaptación al medio, para sobrevivir 140 años (que describe Julio Armesto en un
artículo para saltodiario.com titulado Unidas Podemos debe ser destruido).
Y, es verdad, hay que reconocerlo. Posiblemente sólo la Iglesia Católica supere
al PSOE en la habilidad camaleónica para aparecer como solución de una cosa y la
contraria. Describe Armesto la mutación progresiva del PSOE, desde un partido
abiertamente revolucionario y marxista, a socialista, socialdemócrata, socioliberal y ahora parece ser
un partido liberal de cosmética progresista. Es decir, hoy seria un obediente
gestor de lo que hay, pero no un transformador de la realidad neoliberal que
nos envuelve.
Sí, ha realizado el PSOE un buen ejercicio de
adaptación al medio social y político de cada época. Todos los partidos políticos
deben hacerlo si quieren sobrevivir en el tiempo. Y para eso tienen que ser populistas
—extraído
de este concepto toda carga peyorativa—, es decir, abandonar parte de sus principios y estrategias para
alcanzar el poder, y adoptar lo que piden las movimientos populares de cada
tiempo. En ese sentido el PSOE también se mimetiza con lo que la gente pide
mayoritariamente y por tanto es tan populista como PP, VOX o C’s (que mutan en
cada campaña electoral según las circunstancias). Por eso los socialistas pecan
de incongruencia cuando tachan de populistas a Unidas Podemos, porque esta
coalición tiene unas precisas características izquierdistas desde sus cercanos
inicios. Tan cercanos en el tiempo, que
UP sólo ha tenido tiempo material para mutar y adaptar su estética y sus
estrategias, pero no sus contenidos… aunque todo se andará. Tranquilos. Todo es
cuestión de tiempo.
La
probabilidad de sobrevivir que tienen las especies —y los partidos políticos
también— aumenta significativamente si pueden exterminar a la especie que le
disputa el mismo nicho ecológico… en este caso, el mismo voto. Por eso, si el
PSOE quiere seguir medrando en la política española, deberá extinguir a los
partidos que surjan a su izquierda. ¿Cómo? Eso da exactamente igual… con buenas
o malas artes. Fagocitando a Unidas Podemos en un gobierno de coalición
estética, ignorándolo en el relato de los hechos, engañando o manipulando a la
opinión pública en su beneficio, provocando las contradicciones de Unidas
Podemos hasta su implosión, etc. El caso es utilizar adecuadamente los
mecanismos que generan y manipulan la opinión pública, y determinan el voto preciso.
Y a cambio de tales servicios, el partido de turno -PSOE en este caso- una vez
conquistado el poder político, abonará lo convenido a los agentes que diseñan la
opinión. Todo por la supervivencia del partido, como cualquier especie.
Sin
embargo, pese a todo lo que parezca, los ciudadanos adecuadamente informados, siempre
podremos decir la última palabra que nos susurren al oído. ¿O no?
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