Hay una
ventana asegurada con un cierro, que así
se llaman estos herrajes por el Sur. No es nada feo el cierro. Según lo mires hasta tiene su cosa modernista y todo. Me
sorprende verlo aquí, en este pueblecito de pescadores de atunes, un lugar que
aún no ha perdido totalmente ni su origen ni su esencia.
Está embutida la ventada entre mil capas de cal de toda
la vida. De esa cal que se descascarilla y se comen las embarazadas. Es la cal de
nuestras abuelas, la que hacía hervir el agua y había que dejar reposar antes
de enlucir la pared con una escobilla.
Pero, no sé… Escapa de la ventana la enorme voz de
Ella Fitzgerald, y eso es lo que me hace mirar y percibir un enorme contraste.
Se ve que ya no es la morada de un almadrabero de Zahara de los Atunes. Al
pescador que allí viviera se le escaparía por la ventana un quejío de los que salen del fondo de un
alma dolorida, no estos sones tan alejados de la esencia del Sur. Y tal vez sea
eso lo que me sorprende, el contraste. Lo inesperado de la mezcla me hace
mirar, detener el paseo… lo amigos se adelantan y quedo plantado delante del cierro. Hipnotizado. Es una ventada
bañada de un sol que ciega, aunque sea primavera, y no, no está diseñada para
dejar escapar la voz de Ella Fitzgerald. Debe ser la globalización, que arrasa
lo singular de cada lugar y lo uniformiza todo.
Sí… la vida está compuesta por un millón de momentos
mínimos, aparentemente insignificantes, y nunca podremos saber cuál de ellos nos
marcará hasta formar parte de nosotros. Cauterizados estamos frente a las
barbaridades que cometen cada día unos hombres contra otros hombres. A fuer de
cotidianos, esos momentos terribles, ya no nos movilizan y permanecemos
indiferentes…
…pero, sorprendentemente, una sencilla ventana del
Sur —rodeada de cal, enmarcada con un cierro
que quiere ser modernista, y escapando de ella no un quejío, sino el lamento de Ella Fitzgerald— es capaz de añadirse a
la vida como un instante simple, inesperado, irrepetible y, sobre todo, bello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario