Hay un indigente
en el hueco de la puerta trasera. Apenas cabe tumbado, ni a lo largo ni a lo
ancho. Siempre lo veo encogido, tapado con una manta hasta la cabeza. O
sentado, mirando sus zapatos. El suelo que toca es de hormigón, y al cabo de
unas horas debe ser insoportablemente duro. No tiene medios propios para
alimentarse, ni para vestirse. Posiblemente depende para eso de los servicios
sociales de la ciudad. Tampoco tiene casa, ni familia que lo cobije. No conozco
su historia. No sé cómo llegó a esta situación, pero podría ser cualquiera de
nosotros…
Delante de su
atalaya se abre el Parque del Barrero (San Fernando, Cádiz, España) con un
sauce llorón a pocos metros, sus ramas casi le tapan. Detrás del hueco que usa como
hogar está la infranqueable puerta metálica del supermercado… pareciera que el
sistema lo haya encajonado en ese rincón. No tiene adonde ir.
Lleva ahí varios
días, lo veo al pasar con la perrita… y no soy capaz de levantar la vista y
mirarlo directamente. Apenas le dedico un vistazo fugaz y siento una punzada de
culpabilidad por tener lo que tengo y seguir callado. La existencia de personas
en su situación me hace sentir cómplice de su desgracia…
…y no debería,
porque este hombre, y miles como él, son un subproducto del sistema de valores
que nos gobierna. Este hombre sin techo es una consecuencia directa de las
políticas neoliberales que desarrollan todos los gobiernos del planeta (salvo
honrosas excepciones que, encima, son tachadas de pantomimas políticas). Es verdad
que el sistema genera riquezas, pero «…la concentración aguda de riqueza en
manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población
general», decía últimamente Noam Chomsky. Sí, genera riquezas este
sistema, y las acumula en pocas manos. No está diseñado para otra cosa.
Estas personas que
nos rodean en mitad del occidente opulento —y los millones de inmigrantes que
huyen de la pobreza y de las guerras provocadas por los poderosos— sobran en
esta sociedad adocenada, triste, deshumanizada, irracionalmente competitiva y
profundamente injusta. Sobran porque así lo define el mantra neoliberal que
tenemos: «Sacrosanta libertad de los
mercados y máximo beneficio privado». Molestan estos hombres excluidos porque
no producen, no consumen y porque les cuesta dinero mantenerlos con vida.
El hombre que
vive en el hueco de la puerta trasera del supermercado es un estorbo, y su
visibilidad, en lugar de señalar a los poderes que lo provocan y acusarles de
criminales… la visibilidad, digo, y el desamparo de estos hombres, recae en
nosotros para provocarnos sentimientos de culpabilidad. Hasta ahí llega la mezquindad
criminal de los que nos gobiernan en la sombra —nos gobiernan a través de los
políticos visibles que elegimos cada cuatro años—. La jugada es de una notable maestría:
1º.- El neoliberalismo produce excluidos sociales. 2º.- Se desentiende de ellos
porque son una rémora en su sistema y el Estado no está para esas cosas tan
caras. Y 3º.- Nos convencen de que la solidaridad de la gente común es la
solución. Y lo hacen así porque consideran que no es su tarea humanizar el
reparto de la inmensa riqueza que generan. No sólo los abandonan al darwinismo
social —que sobreviva el más emprendedor, no importa la salud del planeta, lo
que importa es seguir produciendo y consumiendo, aunque sean gilipolleces—,
además, nos hacen culpables si no desarrollamos la solidaridad con la gente
desahuciada por las políticas neoliberales.
De esta forma el
sistema deja la solución del problema a la buena voluntad de los hombres buenos
y, lo que es peor, culpabiliza a los que cuestionan la solución solidaria y
personal.
No sé… tal vez deberíamos
ir pensando cómo coño se aborta esta involución humanitaria provocada por las
políticas neoliberales… verdadero cáncer de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario