Hablaba Alba de
desayunos y se me
vino a la cabeza el que nos regalamos el sábado pasado, camino de Antequera. La
Venta estaba cerca de Algodonales… en medio de la Sierra de Cádiz, que es
tierra rica en recios panes y mantecas de cerdo con zurrapas de lomo o hígado.
Las hay blancas y colorás, y
últimamente han proliferado cierta variedad de patés de jamón curado, york,
salchichón… La ventera trajo lo menos seis recipientes con distintos preparados
que se nos iban los ojos detrás de aquello. Sin remilgos. Por estas latitudes
todavía dejan encima de la mesa lebrillos rebosantes para que te sirvas a
destajo, y no esas ridiculeces de tarrinitas
monodosis y asépticas que apenas dan para untar una mísera rebanada de pan…
No, aquí, por el momento, te sirves a voluntad.
Las niñas empezaron muy comedidas… no, yo medio mollete que luego se me repite…
pero acabaron pidiendo más rebanadas de pan de campo para ir probando aquella
variedad de mantecas. Eso sí, todos éramos plenamente conscientes de lo malo que
es tal cosa para el colesterol y triglicéridos… pero de algo hay que morir,
¿no?
El indio o Peña de los enamorados, en la vega de Antequera. Es una foto de Ángel López González
La antigua Anticaria
romana se transformó en la Antaqira
árabe para llegar a nosotros como Antequera… un pueblo sorprendente situado en
un cerro que domina la riquísima vega del río Guadalhorce. Encrucijada de
caminos, incluso pudo ser la capital de la Comunidad Autónoma de Andalucía. Con
apenas 42.000 habitantes tiene más de treinta iglesias… muchas almas descarriadas habría que reconducir, pensó servidor.
Pero no es por eso, la cantidad de iglesias es consecuencia directa de la
riqueza del pueblo y de la competición que cada hombre poderoso planteaba para dejar
constancia de su riqueza: financiaban la construcción de iglesias para
asegurarse una digna sepultura. El resultado es extraordinario… las visitamos
el grupo de amigos –no todas, claro-, y lo hicimos de la mano de una guía
francesa que, decía, había recalado aquí buscando los caballos andaluces (…podía
haber acabado en Jerez de la Frontera, pero no, acabó en Antequera).
Servidor se maravilla siempre del arte que atesoran
las iglesias, y del esfuerzo creativo y tecnológico que hay detrás del
mecenazgo religioso. Esa dinámica ha sido el mayor impulso a la creatividad artística
humana…
…pero siempre me asalta la misma reflexión: ¿y si
tal creatividad artística y tecnológica, dedicada a enaltecer una quimera indemostrable,
se hubieran dirigido la difusión de la razón y el conocimiento empírico? ¿Qué
sociedad tendríamos hoy? ¿Sería una sociedad más feliz, menos sumisa, más
evolucionada, más igualitaria, más justa…?
Como de costumbre, no sé… ¿Es posible imaginar una
sociedad que NO haya pasado por esas etapas culturales?
Pero lo que me resulta realmente fascinante de
Antequera son sus dólmenes. Hace 6000 años, los hombres que habitaban aquella vega tan
fértil no eran primitivos. Tenían unas creencias tan firmemente arraigadas que,
en torno a ellas, también construyeron sus catedrales
con un esfuerzo humano extraordinario, tanto físico como intelectual. Y lo
hicieron sin recurrir a mano de obra esclava, lo hicieron ellos, una comunidad
cooperante.
El dolmen de Viera lo orientaron exactamente hacia los equinoccios,
y cuando amanece esos dos días, los primeros rayos del sol entran hasta la
cámara más profunda. Sin embargo, el dolmen
de Menga lo enfilaron exactamente hacia sus antepasados muertos: esa
extraordinaria cabeza durmiente de piedra que se eleva en la llanura de
Antequera…
Me temo que va a ser verdad. Es evidente que los hombres hacen cosas extraordinarias mientras creen en cosas indemostrables… y que la razón, por lo que se ve, no les conduce a nada duradero.
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