Fue un paseo interesante. Los amigos de La Otra Cara de
la Isla me invitaron a
explicar in situ la historia de ese
puente del XVIII situado en terrenos militares de San Fernando. Es un puente muy
singular porque permanece aislado en mitad de la nada, abandonado, sin uso y, de
momento, está terminantemente prohibido acercarse a él. Ya no sortea ningún
cauce de agua, ningún camino llega hasta él y ninguna calzada parte desde él.
Es un puente que no lleva a ninguna parte. Entonces, ¿por qué está ahí? Se
pidieron los permisos preceptivos a la autoridad militar y cerca de cien
personas nos acompañaron en esta visita extraordinaria… y entre ellas, un chico de once años que se me acercó
al final del recorrido y me hizo una pregunta que me dejó descolocado y no
acerté a contestar…
Tiene una historia curiosa ese bellísimo puente. Todo
parte de la derrota española en la Guerra de los
Siete Años (1756-1763). Los que
saben de estas cosas dicen que fue una guerra compleja y, sin duda, la primera
guerra a nivel mundial de la historia. Se enfrentaron por la hegemonía del
mundo, por un lado, Inglaterra y sus aliados; y por otro, Francia y los suyos.
Nosotros íbamos con Francia y perdimos, como de costumbre. De esta guerra,
Inglaterra ganó toda la franja atlántica de Norteamérica y una hegemonía naval
incontestable…
Es decir, todo el esfuerzo naval que venían
propiciando los borbones desde principios del siglo XVIII se demostró
insuficiente o equivocado frente a los británicos. En consecuencia, Carlos III
y sus secretarios de Estado, personajes ilustrados y racionales, repensaron las
cosas en función de las desastrosas circunstancias. ¿Qué se necesitaba hacer
para mantener una armada capaz de enfrentarse a la británica y defender el
imperio colonial español? Pensaron muchas cosas, y entre ellas, la que atañe al
devenir de este puente…
Una de esas cuestiones fue levantar una ciudad nueva
que albergase el mando centralizado operativo de la Armada española. Sería una
población ilustrada y racional, con edificios adecuados a las necesidades
reales. Situada —debido a su fácil defensa geográfica— entre el Arsenal de la
Carraca (situado en una isla y que aglutinaba el grueso del mantenimiento de la
flota española) y la pequeña Villa que iba creciendo en la Real Isla de León
(la actual ciudad de San Fernando)
González Castejón (secretario de estado de marina
con Carlos III) esbozó las ideas básicas de lo que se llamaría Nueva Población
de San Carlos. Sabatini (ilustre ingeniero militar) las concretó en unos planos
magníficos. A partir de 1785 fue Vicente Imperial Diguerí el director de las
obras y, finalmente, a partir de 1789, fue el marqués de Ureña el que actuaría.
Si en nuestros días se trazan carreteras y líneas de
ferrocarril para el transporte de mercancías y personas, en el XVIII, el siglo
de la navegación por antonomasia, lo que se trazaban eran canales de navegación
para embarcaciones. En concreto, para llegar a la Carraca desde la Nueva
Población había que discurrir por un camino terrestre (el camino de la Clica) y
finalizar atravesando el caño de Sancti Petri en barca o utilizando un puente
flotante. Para mejorar estas comunicaciones el marqués de Ureña y su equipo de
ingenieros comenzaron la excavación en la marisma de un canal de navegación en
dirección norte-sur, que uniría directamente la Carraca y la Población de San
Carlos, anulando así buena parte del camino terrestre.
Por otro lado, las embarcaciones que atravesaban la
Bahía de Cádiz desde todas las poblaciones costeras (la capital, el Puerto de
Santa María, Puerto Real y Rota) en dirección a Chiclana y Conil, lo hacían
embocando el caño de Sancti Petri, pasaban por delante del Arsenal, atravesaban
el Puente Zuazo y atracaban en Chiclana o desembocaban finalmente en el
atlántico si seguían para Conil… Atravesar por delante del arsenal era
peligroso porque ahí permanecía fondeada parte de la flota armada que esperaba
reparaciones o, en su caso, permanecía tendido el puente flotante. Para evitar
ese cuello de botella naval se ideó un atajo que consistió en labrar en la
marisma un paso perpendicular al canal San Carlos – Carraca que uniera
directamente la bahía con el caño de Sancti Petri. De ese modo, todas las
embarcaciones del comercio local evitarían pasar por delante de la Carraca.
Vale… pero entonces habría que construir un puente que vadeara ese nuevo canal
y diera continuidad al camino terrestre.
Y eso fue lo que se hizo, mientras setecientos
hombres se pusieron manos a la obra excavando los dos canales perpendiculares
con una anchura y profundidad suficientes para el cruce de dos embarcaciones
(los miles de metros cúbicos de lodos extraídos del fondo se utilizaron para
elevar el camino terrestre paralelo al canal norte-sur) otros hombres
construían el puente.
El Puente
Ureña en el recuadro rojo. Se aprecia el camino terrestre que comunicaba la
Nueva Población de San Carlos con la Carraca y el puente de barcas que salvaba
el caño de Santi Petri. Se aprecian también los canales perpendiculares
excavados en la marisma. El tramo de canal que pasaba bajo el puente no llegó a
terminarse. Es un mapa de las defensas españolas en 1809.
Idearon una construcción elegante, equilibrada y
armónica. Rematado el puente con adornos propios del neoclásico y dos cartelas
de mármol a cada lado del pretil, en todo lo alto. Tiene este puente un arco
rebajado o escarzano, es decir, no
llega a tener 180º. Esa característica consigue que el balance de fuerzas que
lo mantiene estable sea algo más complejo, pero tal vez más adecuado en un
terreno de lodos en movimiento. El marqués de Ureña quería utilizar piedra de
las canteras de Rota o, en su caso, de las canteras de Bolonia (las mismas que
usaron los romanos para construir buena parte de la ciudad de Baelo Claudia)…
pero como resultaran más caras, utilizaron la piedra ostionera local que habían
extraído en el allanamiento de la superficie que sería la Nueva Población. Y
resultó un puente de 4,60 metros de altura y 18,30 de anchura en su luz. El día
más dramático de la historia de un puente de este tipo es cuando se quitan las
jambas, el entramado de andamios que sujetan las dovelas… en ese momento el
puente queda libre, la fuerza de gravedad recupera su imperio, las piedras se
asientan, encajan unas con otras y adoptan la forma y compostura definitivas.
En esos momentos pueden aparecer grietas, las piedras en contacto se
desportillan y, en el peor de los casos, se cae…
…pero no fue el caso. Cuentan sus constructores que
ni una sola piedra se desportillo. Nada cedió y todo quedó en el sitio que
debería estar. Era el tres de julio de 1792 y ahí permanece desde entonces:
abandonado. ¿Por qué?
Abandonado porque los caudales que deberían llegar
para concluir la Nueva Población y los canales se agotaron… al año siguiente
(1793) entramos en guerra contra ese mal ejemplo que era la Francia
revolucionaria para las monarquías ilustradas. Y perdimos, como de costumbre. Y
luego, cuando firmamos el Tratado de Basilea (1795) entramos en guerra contra
Inglaterra (Guerra anglo-española de 1796-1802)… que nos arruinó
económicamente y nos proporcionó otra amarga derrota naval en el Cabo de San
Vicente. Más tarde la alianza con Napoleón nos llevó a la derrota de Trafalgar,
y a la Guerra de la Independencia contra el francés. Tanta guerra y tanta
miseria en el país hicieron que los bellos planes racionalistas para la Nueva Población
de San Carlos se olvidaran y quedaran completamente superados por las
circunstancias políticas, bélicas y sociológicas. Nunca finalizaron las obras
de San Carlos y nunca se abrió a la navegación el canal perpendicular, el que
pasaría por debajo del puente del marqués de Ureña.
Durante el convulso siglo XIX español, el bello
puente languideció. El camino entre la Carraca y San Fernando, a través de San
Carlos, no discurría por él, sino por el viejo trazado, a unos doscientos
metros. Nunca se usó para nada. Más tarde llegó el ferrocarril y poco a poco
las comunicaciones marítimas disminuyeron a favor de la nueva tecnología. La
entrada a la Carraca se desplazó al este y toda la zona de marismas donde está
el puente quedó desierta y sin tránsito de personas y mercancías. Para colmo,
ya en el siglo XX la Marina dispuso muy cerca del puente un campo de tiro para
fusiles. Y justo delante, otro para prácticas de armas cortas. Y detrás del
puente, se ubicó el campo de pruebas para granadas de mano… En consecuencia, toda
la fachada oriental del puente está acribillada a balazos. Generaciones de
marineros e infantes de marina han disparado furtivamente contra los remates
del comienzo del puente hasta el punto de desdibujar por completo los adornos
tallados en la piedra ostionera…
Se entiende entonces que un puente que no lleva a
ninguna parte y que permanece rodeado de campos de tiro por todos lados haya
sido un territorio absolutamente vedado a la población…
…por eso ahora, una vez alejados los disparos y las balas,
y cuando todos vamos comprendiendo (los ciudadanos y las autoridades militares
y civiles) que conforme el tamaño de los ejércitos mengua (no así su potencial
ofensivo-defensivo) aflora un patrimonio militar en desuso que a veces resulta
sorprendente por el valor histórico que atesoran. Pensemos en dos ejemplos que
se sitúan en San Fernando: los polvorines de Punta Cantera y este viejo Puente del marqués
de Ureña. Joyas que tenemos que limpiar de olvido y, entre todos, desparramar
su conocimiento por calles, aceras y plazas.
Acudimos a la
cita de La Otra Cara de la Isla y reabrimos el viejo Puente del marqués de Ureña…
Por todo eso resulta emocionante ver la cantidad de
ciudadanos de la Isla de León que, por primera vez en esta generación,
reabrieron el viejo puente de Ureña. Fue una fiesta…
…y en primera fila, ese chico de once años que se me acercó al final del recorrido y me
dijo:
— Buenos días.
¿Puedo hacerle una pregunta? — Claro. Claro que podía.
— ¿Qué tengo que
hacer para saber tanto como usted?
Puede parecer una tontería, pero se me atrancó la garganta
y tuve que hacer un paripé de tos para arrancar. Pero no supe hacerlo bien y le dije no sé qué cosas sin demasiado sentido…
Ni siquiera acerté a preguntarle su nombre. Si fuera su padre (o su abuelo) me sentiría
muy orgulloso de este chico. Con ellos sí hay futuro. Cultivar su curiosidad debería
ser la tarea de sus educadores.
Un abrazo, amigo.
10 comentarios:
Miguel Ángel, yo creo que los niños tienen el don de la sinceridad, algo que luego vamos perdiendo. Pero te aseguro que somos muchos los que pensamos como este chaval, y a los que nos gustaría saber tanto como tú.
Enhorabuena por esa visita exitosa y por la generosidad de querer compartir tus conocimientos.
Un abrazo.
No sé, Mamen... recitar una página de la historia no es complicado. Te lo aprendes y lo largas. Lo singular es encontrar hoy día a un chico con la suficiente curiosidad. Eso es muy-muy hermoso... Otro abrazo para ti, amiga.
Estupendo paseo...estupenda compañía...estupendísimos anfitriones...
Estupendo paseo...estupenda compañía...estupendísimos anfitriones...
Muchas gracias por el comentario de ese niño, se llama Jaime, y fue con su Madre, desde siempre le ha gustado todo lo relacionado con la cultura y la historia, como a su Madre y Abuelo. Y yo su Padre muy orgulloso de todo lo que hace. Cómo cualquier Padre, por su puesto. Un saludo.
Un artículo realmente interesante !
Saludos
Entiendo que estéis orgulloso de Jaime. Es un encanto. Decidle que soy uno de sus fans.
Pues si amigo Milan , un Hurra por Jaime , gente así son las que luego hacen grande la Isla , Una Excelente charla la tuya , y no te quites mérito, que todo no es memorizar un tocho y luego decirlo, sino memorizar muchos y diversos y luego contarlo haciéndolo ameno e interesante , como tú sabes hacerlo , un saludo Compañero
Interesantisimo Blog Histórico de un vello puente que nunca tuvo oportunidad de sentirse útil para su cometí o.
Felicidades y sigue deleitándonos. GRACIAS
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