Hay un caballo de
bronce en mitad de la plaza.
En el principal espacio público del pueblo. Lo monta Varela, un general
franquista que participó en numerosos frentes durante la Guerra Civil española.
Fue el primer Ministro del Ejército que tuvo Franco y, una vez muerto, elevado
a la nobleza del nuevo régimen: es primer Marqués de Varela de la ciudad de San
Fernando. En vida aceptó sobornos del gobierno británico para que
influyera sobre el Caudillo Franco, y le convenciera para no participar en la
guerra al lado de nazis alemanes y fascistas italianos. Finalmente, en el año 2006
acabó «…imputado por la Audiencia Nacional en el sumario
instruido por Baltasar Garzón, por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad cometidos durante la Guerra
Civil Española y en los primeros años del régimen…» Pero no fue
procesado porque, entre otros asuntos —ya sabemos lo que pasó con el juez Garzón—,
Varela había muerto hacía cincuenta y siete años. Pues eso, que el caballo y su
jinete, brazo enhiesto, siguen ahí, en el mismísimo centro de la ciudad, como
ejemplo de no se sabe qué.
Es la cosa del
franquismo más visible que tenemos en la Isla. Según quien lo explique, la
estatua ecuestre de Varela conmemora la valentía y heroísmo del militar, que le
valieron dos laureadas, en las guerras coloniales de Marruecos. Otros dirían
que conmemora a los vencedores de la Guerra Civil. Y últimamente podría ser que
tengamos la estatua de uno que aceptaba sobornos y además es un presunto criminal
contra la humanidad. ¿Quién sabe? Pocas ciudades pueden decir que tengan tal
cosa en mitad del pueblo a estas alturas del siglo XXI. Los otros, me refiero a
los perdedores de las guerras —los
bereberes que defendía su casa o los republicanos que estaban en la suya—, no tienen monumento en ninguna plaza.
Pero no es la
única cosa que enaltece a la dictadura del Caudillo. En San Fernando tenemos
más cosas. En la esquina de la misma plaza pública aún permanece una placa de
mármol que recuerda el sacrificio de la familia Lahulé, que perdió a sus cinco
hijos en lo que llaman Cruzada de
Liberación —lo
dice la placa—. Sin duda una
gran pérdida para cualquier familia… haya sido en una Cruzada o de cualquier
otra forma.
Pero hay más. Ayer
leí por primera vez otra placa de mármol viejo que debe llevar en ese lugar más
de setenta años. Está en la fachada del Royalty, en la calle Real, y en pleno 2015
se cuenta en la placa que la horda
revolucionaria mató en agosto de 1936 a no sé quién. Es la historia al
revés. Orwell en estado puro. En el prontuario de los militares sublevados contra
la república, los defensores del orden establecido se transformaron en horda revolucionaria. Estas placas de
mármol viejo confirman la esperpéntica historia pemaniana que nos enseñaron los vencedores durante la posguerra… pero
que continúan ofreciendo su leyenda al que alce la mirada y sepa leer.
Aquella era una
historia de héroes, reyes y caudillos que pastoreaban a un pueblo iletrado, trabajador
y sumiso. Un pueblo que sólo debía intervenir en la historia para aplaudir y
agitar banderitas al paso alegre de la paz… Nos dijeron que la historia no era
una cuestión de la gente vulgar, sino de líderes y de militares gloriosos. Pero
también eso era mentira, la realidad es que sólo eran pobres conmilitones
embrutecidos, que vitoreaban a la muerte y que, públicamente, odiaban la
inteligencia. Bajo el impulso de esos valores elevaron la estatua de Varela
en mitad de nuestra plaza, y la adornaron con mármoles que hablaban de Cruzadas que nos liberaron de las hordas revolucionarias.
Ya no nos mueven
esos valores, ni nos gobiernan pobres conmilitones embrutecidos, que vitorean a
la muerte o niegan la inteligencia. Hoy nos gobierna la gente
que hemos elegido…
…y, sin embargo,
no creo que sean valientes. Me temo que nuestros políticos dejarán estos
símbolos como están. Todo lo más, quitarán los más discretos con nocturnidad. Y
los muertos seguirán revolviéndose en las cunetas.
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