Llevo algunos
meses recuperando datos históricos sobre un viejo cementerio militar. No sé qué
pasará finalmente con toda la información que llevo recuperada, pero si algún
día soy capaz de darle forma de libro comenzará así:
«Hay en San Fernando, a orillas de la Bahía
de Cádiz, muy cerca de la llamada Casería de Osio, un cementerio olvidado pero
repleto de historias y de algún héroe anónimo…»
Me gusta porque es un comienzo que promete historias, y puede que
forme buenas expectativas en el hipotético lector. Es curioso, pero observando
la gráfica que relaciona los enterramientos anuales en este cementerio se
percibe una relación directa con las circunstancias históricas del siglo XIX en
San Fernando. Cada pico de mortandad coincide con un hito histórico militar o
sanitario… No sé, nunca había pensado estudiar el XIX a través del número de
sepelios en un pequeño y remoto cementerio. ¡Cosas veredes, amigo…!
Pero ando estos días dándole vueltas a la redacción de un capítulo un
tanto complejo. Es la parte que relaciona el Cementerio de los Soldados (también
se le conoce en San Fernando como Cementerio de los Franceses, de los Ingleses
o de San Carlos) con fusilamientos de republicanos junto a sus muros y con los
enterramientos clandestinos de esas víctimas en sus inmediaciones o en el
propio solar del cementerio. No hay documentos. No hay evidencias. Sólo indicios
y viejos relatos. Memoria oída a padres y abuelos. Los represores tuvieron toda
una generación para ocultar las pruebas, o para destruirlas si es que alguna
vez las hubo. Al fin y al cabo, para eso se ganan las guerras, para disfrutar
de la impunidad conquistada.
Cuando se habla de represión fascista en San Fernando hay que recurrir
inevitablemente a Trigo Tronzado, el
libro que escribió y editó José Casado Montado en 1991… libro que denunciaron
los descendientes de algún criminal (malparado en el recuerdo de Casado) y que
un juez secuestró de las librerías…
…y hablar de Trigo Tronzado
es hablar de sus fuentes documentales. José Casado Montado sisó la información
de un Libro Único Secreto que mandó redactar
el Iltmo. Sr. Vicario Capitular del Obispado mediante una orden especial. En ese libro se relacionan los…
«Feligreses de esta Iglesia
Mayor Parroquial (I.M.) y de la de San Francisco de esta (S.F.) que asistidos
en la hora de su muerte, decretada por Consejo de Guerra (C.G.) o por Ley de
Guerra (L.G.), por Sres. Sacerdotes de la localidad, son anotados en este libro
único secreto por orden especial del Iltmo. Sr. Vicario Capitular del Obispado
(S.V.)…»
Por eso siempre hubo sacerdotes que confortaron espiritualmente a las
pobres víctimas antes de cada
fusilamiento. Y una vez confortadas se les aplicaba la justicia que
repartían a balazos militares y falangistas, servidores todos ellos de la
Cruzada de Liberación Nacional.
No
sé cómo plantear este capítulo… Podría decir que en todas las guerras y en
todos los bandos, cuando campa la impunidad, cuando desaparecen las reglas
éticas y cuando se inventa una moral que justifica el crimen, aflora lo peor
del ser humano (…sobre todo si ese ser humano ya contiene lo peor) Podría decir
que el 18 de julio de 1936, en San Fernando
triunfó la rebelión contra la II República Española desde el primer instante, y
ocurrió lo que suele ocurrir en estos casos, que durante la Guerra Civil que se inició, y después de ella,
los sublevados represaliaron sin la menor oposición y con total
impunidad a un número indeterminado de personas que no secundaron el Golpe de Estado. Podría decir entonces que demasiados
ciudadanos fueron encarcelados en los calabozos del Ayuntamiento, en el Penal
de Cuatro Torres de la Carraca y en el Presidio Naval de la Casería de Osio. Y que
los más señalados,
o los menos afortunados, fueron
ejecutados por el supuesto crimen de haber sido servidores de la república,
militares fieles al mandato democrático, políticos electos, hijos de políticos
electos, sindicalistas o simplemente personas incómodas para los nuevos amos de la situación. Los unos, empoderados por la fuerza bruta de las armas,
y los otros, detentadores de la nueva moral que justificaba la masacre. Y
podría suavizar la cosa diciendo que es el mismo patrón criminal que se repite
en todos los tiempos históricos, en todas las guerras fraticidas y en todos los
colores políticos.
…pero no sé si estaría escribiendo con acritud. Esto, dicho así, no va
a gustar a muchos o pocos. Y me gustaría ser conciliador en la redacción de
este capítulo.
Estos días, en un hilo de facebook, releyendo un artículo de Vanessa
Perondi (El quinto hombre del pelotón) he visto que el descendiente de una de las
víctimas sólo quería saber dónde estaba su abuelo para llevarle una rosa… Y
otro comentario señalaba que hoy día esparcimos las cenizas de nuestros
difuntos y nos quedamos sin lugar físico dónde colocar esa rosa.
Decía que los recuerdos permanecen en el corazón más que en un rincón concreto,
y que mejor sería olvidar y enseñar a nuestros hijos y nietos a no repetir la
historia…
Cerca ya de ochenta años nos separan de ese horror y aún siguen vivas
dos posturas diametralmente opuestas, y aflorando penas en ambos lados. Unos, reclamando el cumplimiento de los más elementales derechos
humanos para las víctimas, y otros suplicando la amnesia colectiva para evitar
que se reabran viejas heridas.
Ya
todo eso es historia, y no creo que la debamos olvidar. Lo que deberíamos hacer
es superarlo de una puñetera vez, y hablar abiertamente, sin acritud, sin
despecho, de lo que pasó. Los presuntos culpables ya están muertos. Y hasta Paul
Preston habla del Holocausto Español
cuando se refiere a la represión fascista. Porque la hubo y fue sistemática
hasta exterminar todo asomo de regresión a la normalidad democrática. ¡Creo que
eso es un hecho!
Pero,
no sé… después de esta reflexión sigo sin saber cómo plantear estar cosas sin
callar nada y sin generar rechazo. Veremos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario