martes, 17 de abril de 2012

En Algeciras, a 10 de Junio de 1945 a las cinco en punto, te quiero mucho.

Primero llegaron dos militares a la escuela. No recuerda si eran soldados o tenían alguna graduación. Hablaron brevemente con el maestro, en voz baja… y el maestro, con cara compungida, le miró directamente a los ojos, pero no mantuvo la mirada. Entonces tuvo la certeza de que su padre había muerto en el campo de batalla. Y conforme se acercaba a la mesa de don Agustín las rodillas le fueron flaqueando. Mediaba el mes de Julio de 1937. Fue su último día de escuela. A partir de entonces, la vida y su propia fuerza de voluntad, le enseñarían a sobrevivir. Mi padre tenía catorce años. Su padre, el teniente López, cuarenta y cuatro, y había caído en el frente, cerca de Griñón.

Luego llegaron a su casa otros militares y le dijeron a la viuda que tenía que abandonar el pabellón en dos días. Y esa misma tarde, los numerosos hermanos de la viuda fueron desvalijando las pertenencias del caído por Dios y por la Patria… Miguelín, mudo, con los ojos húmedos y arrimado a la pared como si fuera lo único capaz de sostenerle, les vio rebuscar en los cajones del muerto… la petaca, el encendedor, la pelliza, los prismáticos, la pluma, toda la ropa. Dos días más tarde, la viuda y sus cuatro hijos estaban en la calle.·Nunca olvidó ese dolor… y cerca ya del final de su vida, el anciano aún añoraba al padre caído.

Muchos años después de esto vino Joan Manuel Serrat a preguntarse que si un día la muerte pisara su huerto, quién le abrirá los cajones, quién leerá sus canciones con morboso placer. Cada vez que oía estas palabras imaginaba a mi padre pegado a la pared observado impotente cómo aquellos hombres, sin mirarle siquiera, abrían sin pudor y sin respeto los cajones de su padre recién muerto…

No sé, tal vez por eso, a pesar de que ya han pasado ocho años desde la muerte de mi padre, jamás abrí sus cajones. Y los amarillentos papeles, doblados en cuatro veces, permanecieron intactos esos años de más… pero, fíjate, al final parece que las cosas que tienen que encajar acaban encajando… el pequeño cajón de la mesita de noche, el que guardaba aquella cartera de cuero gastado, encerraba viejos secretos de amor. Servilletas con promesas; postales con deseos; dedicatorias en tinta apenas legibles ya; cartas repletas de sentimientos. Las reliquias de un joven Miguelín enamorado de Mari, aquella chiquilla de 16 años que se asomaba a la puerta de la carnicería de la Plaza Azcárate, Ceuta, al atardecer, para verle pasar…
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"En Algeciras, a 10 de Junio de 1945 a las cinco en punto, te quiero mucho"



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