Ahí delante, en la orilla del brazo de mar que comunica la Bahía de Cádiz y el Atlántico, montaron los españoles una batería de cañones para evitar que los franceses atacaran desde Chiclana… estamos hablando de 1810, en plena Guerra de la Independencia. Ese canal de agua salada se llama Caño de Sancti Petri, la batería se llamó de Aspíroz, y montaba cinco piezas de a 16 libras. Fue una más de las decenas de puestos artilleros que rodearon San Fernando (Isla de León) y Cádiz entre 1810 y 1812, y a cubierto de su fuego pudimos redactar nuestra primera Constitución: La Pepa.
A cañonazos defendimos el derecho a tenerla. Una Carta Magna que establecía que la soberanía era del pueblo, que separaba los tres poderes, que proclamaba la libertad de prensa y que inició nuestro tortuoso camino parlamentario. El artículo 13º de La Pepa dice textualmente:
“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”
Han pasado 200 años y a mí me da la risa floja…·…me temo, Arturito, que hay que recordarles a nuestros políticos —esos indecentes amantes de ideas casposas, defensores de intereses financieros y guardianes de grandes empresas transnacionales— el viejo artículo 13, es decir, ¡que somos la gente, los que votamos, y no los bancos o sus empresas, el objeto de su tarea!…
...y me temo que como no sea a cañonazos, no harán puñetero caso.
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