Este artículo se publicó en Patrimonio La Isla
La
puesta en marcha de 59 expedientes para desalojar las casetas de la Casería de
Ossio revitaliza un viejo proyecto de intervención en la costa oeste de La Isla
de León. Incluye esta idea la regeneración de la playa y la construcción de un
paseo marítimo que llegue hasta el viejo cementerio mal llamado de los
ingleses, un enclave protegido en el PGOU de San Fernando y catalogado BIC en el
año 2012 como parte del Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la
Constitución de 1812… y es así en la falsa creencia de que allí están enterrados
los aliados británicos de tal guerra. Error.
Es evidente la tropelía
que pueden hacer con el valor etnográfico de la Casería de Ossio, pero también conviene
recordar y enmendar los errores que se propagan a nivel oficial con el
cementerio de San Carlos que, según el viejo proyecto, pretende que se
transforme en una zona verde visitable. Bien, no es mala idea, pero conviene
recordar el verdadero y auténtico valor de este lugar.
Este cementerio se acotó en 1809 en un extremo de la población militar de San Carlos —Isla de León—, lamiendo la orilla de la bahía de Cádiz. Y en su solar se enterraron inicialmente un mínimo de 313 franceses con nombres y grado militar conocidos. Todos ellos publicados en su momento [Un camposanto sin epitafios. Miguel Ángel López Moreno, 2016]. Estos hombres fueron algunos de los franceses presos después de las batallas de la Poza de Santa Isabel y Bailén, que acabaron encerrados en los pontones anclados en mitad de la Bahía [Lourdes Márquez, Recordando un olvido: Pontones Prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810. 2013-2020]. Las penurias higiénicas en los pontones provocaron muertes masivas entre los presos y aconsejó tratar a los enfermos en dos hospitales habilitados ad hoc: el de la Segunda Aguada (Cádiz) y el de San Carlos en la Isla de León. Los 313 enfermos franceses que murieron en este último hospital, entre febrero de 1809 y marzo de 1810, se enterraron en su cementerio anexo que se nombraba en los documentos de la época como cementerio del hospital para franceses. Por cierto, ahí siguen todos ellos y ningún hito los recuerda.
Cuando las tropas del mariscal Soult pusieron sitio a La Isla de León y Cádiz, en febrero de 1810, el hospital de San Carlos se vació de franceses y se utilizó exclusivamente para curar a soldados españoles heridos en la defensa de las islas gaditanas… Esos hombres luchaban y morían mientras a sus espaldas se discutía la primera constitución española. Los que murieron entre 1810 y 1812 luchando contra el francés fueron enterrados en el cementerio de San Carlos. Por cierto… esos 905 españoles de todas las procedencias, muertos en defensa de la patria, reposan en ese cementerio sin que un solo hito funerario o patriótico los recuerde.
Desde que comenzó la andadura del cementerio en 1809, hasta 1911 en que se entierra al último hombre —Manuel Teiros Muiños se llamaba— más de 5000 muertos fueron inhumados en ese cementerio. Los nombres de todos ellos están publicados, uno detrás de otro… por cierto, no hay ni un solo inglés entre ellos. El caso más cercano fue el del grumete del bergantín Cazador, llamado Manuel Juan, oriundo de una isla inglesa, de padre español y madre desconocida… pero, según dejó escrito el capellán, «…no recibió sacramento alguno porque no era de nuestra católica religión…». En consecuencia, no tuvo descanso en el cementerio de San Carlos, se sepultó en el campo, dijo el cura. Así eran las cosas para los no católicos, aunque fuesen españoles.
Durante la Guerra de la Independencia, los aliados ingleses —como no podía ser de otra forma— siguieron siendo herejes. Y, para su desgracia, en la católica, apostólica y romana España —cuna de santos y forja de mártires— los cadáveres de herejes no debían contaminar el suelo de la patria si se podía evitar. Es muy conocido el atroz destino del cadáver de Mr. Hole, secretario de Lord Digby, jefe de la embajada británica que envió Jacobo I en 1622 para tratar asuntos comerciales con el rey español Felipe IV… como inhumana era la forma de deshacerse de los británicos muertos en Málaga, según relato del mismo cónsul británico en Málaga, Willian Mark en 1831. Remito al lector interesado por estas y otras historias a la fuente [Un camposanto sin epitafios, 2016].
No. Los aliados ingleses muertos entre 1810 y 1812 se enterraron en el depósito central de Casa Alta (el actual cementerio de San Fernando) y, para evitar la contaminación del suelo sagrado del camposanto católico con carne de hereje, se construyó un muro de mampuesto que aislaba la zona inglesa. Pero, claro, estos ingleses tenían costumbres muy raras y así lo manifestó el enterrador, señor Joseph Anaya, en la sesión plenaria del ayuntamiento del día 16 de marzo de 1811. Dijo a los concejales allí reunidos: «…queda muy poco terreno en la cerca que se hizo para enterrar ingleses mediante a que estos tienen la costumbre de hacerlo de cada uno por separado…». Desde luego: raros, raros, raros…
Si algún lustro de estos se llega a rematar el
proyecto de intervención en la franja litoral oeste de La Isla de León, téngase
en cuenta que muchos los soldados que siguen enterrados en el cementerio de San
Carlos dieron su vida para que los demás forjaran la primera constitución
española, esa que decía que el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación,
puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los
individuos que la componen. Pues eso, un respeto a las viejas piedras y a los
honorables huesos que allí reposan.
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